Discordamos con este falso sentido de la “inclusión”
Hasta
hace poco tiempo, decir que algo era exclusivo, era un elogio, le hacía
propaganda y gozaba por lo mismo de un atributo de superioridad.
Hoy todo
debe ser inclusivo –lenguaje inclusivo, educación inclusiva, programas de
gobierno inclusivos, etc.– y por lo tanto nada puede ser exclusivo. La acción
de incluir cuanto la de excluir, son igualmente legítimas y buenas cuando
existen razones para proceder en uno u en otro sentido.
Si hay
una palabra que Ud. debe oír varias veces al día es “inclusión”.
Hoy todo
debe ser inclusivo –lenguaje inclusivo, educación inclusiva, programas de
gobierno inclusivos, etc.– y por lo tanto nada puede ser exclusivo.
Por
ejemplo, hasta hace poco tiempo atrás, decir que un producto era exclusivo, era
un elogio y le hacía propaganda. “Un perfume Exclusivo”, una ropa exclusiva.
Todo lo que era exclusivo, gozaba por lo mismo de un atributo de superioridad.
Hoy día
la propaganda dejó de usar el concepto de exclusivo, pues teme que sea
interpretado como anti inclusivo. Y como hoy lo que no es inclusivo es malo,
entonces, lógicamente lo exclusivo pasa a ser considerado egoísta, elitista, no
solidario, discriminatorio.
Muchos
usan el concepto “inclusivo” sin saber bien en qué consiste. En realidad la
palabra no es debidamente definida, pero su uso corriente viene cargado de una
cierta electricidad que hace quedar mal al que no la pronuncia o no la
comparte.
Quien
dice ser inclusivo, sin siquiera saber bien qué significa, le parece estar a la
moda y por lo tanto ser bien visto por sus relaciones. Así, la idea que queda
en el subconsciente de las personas es que el “inclusivo” es alguien
comprensivo, caritativo, abierto a los demás. El exclusivo, por lo contrario,
es un discriminador, egoísta y cerrado a los otros.
Como las
palabras deben ser usadas de acuerdo a su significado, comencemos por decir que
la acción de incluir cuanto la de excluir, son igualmente legítimas y buenas
cuando existen razones para proceder en uno u en otro sentido.
¿Qué es discriminar y cuándo es
injusto hacerlo?
Por
ejemplo, una dueña de casa que prepara un postre necesariamente va a excluir la
sal. Un albañil que prepara un radier, necesariamente va incluir en la mezcla
el cemento, la arena y la gravilla y va a excluir otros elementos como pintura
o adhesivos.
En la
acción de incluir o de excluir deben existir motivos para decidirse por una u
otra acción, y lo que hará que la acción sea correcta o incorrecta será si los
motivos para decidirse por una u otra cosa eran o no correctos o incorrectos.

Una
orquesta filarmónica no puede incluir entre sus músicos alguien que no es capaz
siquiera de distinguir las notas de un pentagrama
Por eso
mismo cuando decimos que queremos una sociedad inclusiva, estamos diciendo algo
que en cierto sentido es una redundancia, pues lógicamente que una nación debe
incluir a todos sus ciudadanos naturales. Sin embargo, debemos considerar
igualmente que existen sociedades puramente convencionales que no pueden ser
inclusivas. Un equipo de football, por ejemplo no puede incluir entre sus
jugadores a un cardíaco grave, una orquesta filarmónica no puede incluir entre
sus músicos alguien que no es capaz siquiera de distinguir las notas de un
pentagrama, y así podríamos dar mil ejemplos de que la inclusión no es siempre
y necesariamente buena, y la exclusión siempre y necesariamente mala.
¿A qué
vienen estas consideraciones tan obvias me preguntará Ud.?
Resulta
que un amigo de este programa nos pidió que nos pronunciáramos sobre el hecho
de estar siendo abolida en diversos liceos la costumbre de conferir premios a
los mejores alumnos. En la raíz de esta nueva actitud está la idea de que
otorgar recompensas públicas sería doblemente nocivo: excitaría la vanidad en
los beneficiados con el premio y dejaría con complejo de culpa o de
inferioridad a los demás. En una palabra, los premios serían excluyentes de la
mayoría y por lo tanto malos.
Por ser
un tema que es básico en la vida de una civilización y abarca una apreciación
de costumbres venerables que buscan el mantenimiento de ambientes sanos, nos
hemos decidido a tratarlo con Ud. en este programa.
En
realidad, se trata de un problema que excede el ámbito escolar, y toca
directamente al de las honras y castigos en todas las sociedades humanas.
Según la
doctrina de Santo Tomás de Aquino, gran doctor de la Iglesia, el hecho de que
una persona posea cualidades auténticas que sean reconocidas y honradas por la
sociedad, es para ella un bien superior a la salud o a la riqueza, e inferior
solamente a la gracia de Dios, que trasciende todos los bienes.
Entonces,
privar a los mejores de las honras a las que tienen derecho es una flagrante
injusticia, pues es causar un daño, y un daño gravísimo, precisamente a los que
merecen la estima de los demás.
Además,
otorgar premios, de suyo, no causa vanidad a los hombres verdaderamente
virtuosos, sino que les incita al progreso en la virtud. En cuanto a los otros,
no los deprime, sino más bien les convida a una loable emulación.

Según esta mentalidad los premios serían excluyentes de la mayoría y por lo
tanto malos.
Imagine
que un profesor dijera a sus alumnos antes de la prueba: Jóvenes, no se
preocupen por lo que respondan, pues las notas serán inclusivas, y nadie
quedará sin aprobar, ¿cree Ud. que esto estimularía a los alumnos a esforzarse,
o al contrario, sería un incentivo para que los flojos continuasen tranquilos?
Este es
un tema tan importante que el Papa San Pío X, quiso explicar para todos los
católicos del mundo, en el Breve “Multum ad excitandos” del 7 de febrero de
1905, la razón de ser de los premios y de las distinciones honoríficas. El Papa
se refirió al asunto durante una ceremonia de concesión de la más alta
condecoración de la Santa Sede y, por tanto, de toda la Cristiandad: la Orden
Suprema de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo.
En la
ocasión enseñó en Santo Padre Pio X:
“Las
recompensas concedidas al mérito contribuyen poderosamente a suscitar en los
corazones el deseo de practicar actos generosos, pues si revisten de gloria a
los hombres que hicieron méritos singulares ante la Iglesia o la sociedad,
sirven también de incentivo a todos los demás, para que sigan el mismo camino
de gloria y honra. Según este sabio principio, los Pontífices Romanos, Nuestros
Predecesores, han considerado con especial afecto a las Órdenes de Caballería,
como otros tantos estímulos para el bien. Por iniciativa de ellos, muchas Ordenes
han sido creadas, otras, instituidas anteriormente, fueron restauradas en su
primitiva dignidad y dotadas de nuevos y mayores privilegios”.

Las recompensas concedidas al mérito contribuyen poderosamente a suscitar en
los corazones el deseo de practicar actos generosos
Ahora,
lógicamente, el pertenecer a una Orden de Caballería es altamente excluyente,
pues para acceder a tal honra, el aspirante debe cumplir con requisitos
difíciles y que no están al alcance de cualquier persona. Sin embargo, no por
esto el Papa consideraba que fueran malas. Al contrario, él las recomendaba
pues ellas suscitan en los corazones el “deseo de practicar actos generosos”.
Lo mismo se podría decir de un deportista que participa de un campeonato, o de
un estudioso que compite en una tesis universitaria. Los que se destacan
merecerán un premio de acuerdo a sus méritos.
Quizá
algún auditor “inclusivo”, nos diga que admite que se pueden conceder honras a
quienes las merecen, pero que recusa que se deban dar sanciones o castigos
“excluyentes” a los que se comportan mal.
Nuevamente
discordamos con este falso sentido de la “inclusión”. ¿Puede haber algo más
inclusivo que la familia en relación a sus miembros? Sin embargo, los padres de
familia, pueden y deben saber premiar a los hijos cuando se portan bien y
también deben castigarlos cuando lo merecen.
La propia
Iglesia que, como Madre, es tan inclusiva, sin embargo reserva penas gravísimas
para los eclesiásticos que violan sus deberes religiosos. En las Escuelas
Militares, hasta no hace mucho tiempo atrás existían también ceremonias de
degradación para los cadetes que por su grave mala conducta se habían hecho
indignos de vestir el uniforme de la institución.
***
Resumiendo
nuestras consideraciones. Debemos proceder en relación a quienes nos rodean
siempre con espíritu de caridad cristiana, es decir quererlos por amor de Dios.
Pero eso no debe llevarnos a olvidar que el propio Dios nos enseña que si no
nos comportamos como Él nos manda, seremos eternamente excluidos del premio
eterno.
¿Podrá
haber alguna exclusión más excluyente? Ciertamente no, pero ella es enteramente
buena, pues es un designio de quien es la Bondad infinita por su propia
naturaleza Divina.
Fuente