¡ Viva Cristo Rey !

Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre Señor.
Cristo, Señor del Cielo y de la TIERRA, Rey de gobiernos y naciones

24 nov 2011

Ideologia de género - Doctrina aberrante


MONS. AGUER CUESTIONÓ “LA IDEOLOGIA DE GÉNERO” Y REBATIÓ EL CAMBIO DE SEXO CON UN CASO CIENTÍFICO

En su reflexión televisiva semanal, en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (América TV), Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, se refirió a la “ideología de género” y a los proyectos al respecto que se encuentran en el Congreso Nacional considerando que “al paso que vamos, con ciertas iniciativas parlamentarias, los argentinos saldremos primeros en el campeonato del disparate”.

Adjuntamos el texto completo de la alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:

“En el Congreso de la Nación se están preparando varios proyectos que tendrían que confluir en una ley llamada de “identidad de género”. Me parece oportuno, entonces, para comprender esta situación hacer alguna referencia a los jalones históricos del tema”.

“Podríamos decir que la ideología de género comienza a manifestarse cuando Simone de Beauvoir, en el año 1949, en su libro “El Segundo Sexo”, se lanza con esta afirmación: “mujer no se nace, se hace”. A partir de allí, sobre todo en la década del ’50 y especialmente en la década del ’60, de un modo intenso en los países anglosajones, comienza a desarrollarse la perspectiva de género que va invadiendo las ciencias sociales”.

“Es famoso el caso del doctor John Money, (money como dinero), y sobre todo una intervención suya que pretendió dotar de fundamento científico a esta perspectiva. Mejor habría que llamarla ideología de género. Nacieron en Canadá, en 1965, dos mellizos varones con igual patrimonio genético, uno de los cuales tenía una pequeña dificultad en el miembro viril. Al chico se le hace una operación de circuncisión, torpemente ejecutada y le queman el pene. Entonces fue consultado el Dr. Money, que ya era famoso, quien propuso operarlo; le amputó los órganos viriles, prescribió un tratamiento hormonal e impuso a los padres educar a ese chico como una mujer. Lo vistieron de rosa, le dieron juguetes de mujer, como se estilaba entonces y demás”-

“Pero resulta que el chico crece, y va manifestado actitudes totalmente masculinas. Su vida es un verdadero conflicto consigo mismo. Lo que se quería probar es que en realidad el sexo o el género, (y aquí hay una especie de sustitución subrepticia del sexo por el género), es algo que depende exclusivamente de la educación, del influjo social y cultural, y que no es algo que tenga que ver con la naturaleza, con la biología de la persona”.

“Resulta que este muchacho, ya crecido y con ese conflicto a cuestas se entera de lo que le había ocurrido, que en realidad era un varón y, entonces, exige volver a ser lo que debía haber seguido siendo siempre, lo que era en realidad. Se sometió ahora voluntariamente a otra operación, se casó, pero no pudo superar el conflicto y acabó suicidándose”.

“Este es un caso testigo, basado en la perspectiva de género, en la que se afirma que lo que llaman género, y sobre todo los roles del varón y de la mujer, no tienen nada que ver con la biología y que la biología tiene que, en todo caso, acomodarse a los eventuales trastornos de personalidad o a una elección subjetiva”.

“El concepto mismo de género es una especie de talismán que va produciendo un trasbordo ideológico inadvertido. Lo que se pretende es cambiar el sentido común de la gente. Ya no hablar más de sexo sino de género, y el género como algo que se elije, que se va formando con la educación, pero que en definitiva es decidido por una especie de autopercepción”.

“Tal es así que el proyecto de ley que se está gestando en el Congreso impone que una persona, un varón, por ejemplo, que se autopercibe a sí mismo como mujer, con sólo esa declaración para que pueda ser anotado en el Registro de las Personas cambiándose el nombre y recibiendo un documento con el sexo que él ha elegido”.

“Esta es la cuestión que se nos plantea ahora, de tal manera que en virtud de un completo subjetivismo, esta especie de autopercepción va a llevar, a acomodar la biología, la realidad natural de una persona, a sus perturbaciones u ocurrencias”.

“Tengamos en cuenta esto: la perspectiva de género ha impregnado ampliamente las ciencias sociales y sobre todo ha llegado a los contenidos curriculares de la educación argentina. En realidad es una ideología, que no tiene bases científicas serias. Intenta negar la naturaleza humana y la realidad que encontramos consagrada en las primeras páginas de La Biblia: Dios creó al hombre a su imagen: varón y mujer los creó. La realidad humana se verifica en esta dualidad, en esta distinción varón-mujer, distintos y al mismo tiempo complementario porque el uno está hecho para la otra. Esa es la realidad natural y la persona no puede negar el sustrato biológico de su ser. Ser varón o ser mujer depende de la biología, de la afectividad, de la psicología y depende también del orden espiritual- Todo eso configura la personalidad de un varón y de una mujer”.

“No podemos establecer un corte entre la libertad o la elección y la realidad natural, Aquello que hemos recibido como un don, la educación tiene que contribuir a mejorarlo, en orden a afianzar la propia identidad personal“.

“Al paso que vamos, con ciertas iniciativas parlamentarias, los argentinos saldremos primeros en el campeonato del disparate”.

¿Soberanía popular? FALACIA


La única soberanía es la de Cristo y el origen de las autoridades debe ser únicamente Dios.
Ante el papel meramente democratista de las Conferencias Episcopales, publicamos ahora las citas bíblicas y pontificias sobre el origen no-popular de las autoridades. Agradecemos al amigo que nos envía este texto, tan fundado que sirve de eficaz antídoto contra los delirios episcopales

   Por mí reinan los reyes…; por mí mandan los príncipes y gobiernan los poderosos de la tierra. (Proverbios, 8, 15-16.)
   Escuchad vosotros, los que imperáis sobre las naciones…; porque el poder os fue dado por Dios y la soberanía por el Altísimo. (Sabiduría, 6,3-4).
   Dios dio a cada nación un jefe. (Eclesiástico, 17. 4).
   No tendrías poder alguno sobre Mí si no te fuera dado de lo alto (Nuestro Señor Jesucristo a Pilatos, Juan, 19, 11).
   Toda persona esté sujeta a las potestades superiores; porque no hay potestad que no provenga de Dios y Dios es el que ha establecido las que hay. Por lo cual, quien desobedece a las potestades, a la ordenación de Dios desobedece. De consiguiente, los que desobedecen, ellos mismos se acarrean la condenación. (Epístola a los romanos. 13, 1-2).
   Confesamos que el poder les viene del cielo a los emperadores y reyes. (San Gregorio Magno, Epístola. 11, 61).
   Pero en lo tocante al origen del poder político, la Iglesia enseña rectamente que el poder viene de Dios. (León XIII, Encíclica Diuturnum Illiud)
   Por el contrario, las teorías sobre la autoridad política, inventadas por ciertos autores modernos, han acarreado ya a la humanidad serios disgustos, y es muy de temer que, andando el tiempo, nos traerán mayo- res males. Negar que Dios es la fuente y el origen de la autoridad política es arrancar a ésta toda su dignidad y todo su vigor. En cuanto a la tesis de que el poder político depende del arbitrio de la muchedumbre, en primer lugar, se equivocan al opinar así. Y, en segundo lugar, dejan la soberanía asentada sobre un cimiento demasiado endeble e inconsistente. Porque las pasiones populares, estimuladas con estas opiniones como con otros tantos acicates, se a1zan con mayor insolencia y con daño de la república se precipitan, por una fácil pendiente, en movimientos clandestinos y abiertas sediciones. (León XIII, Encíclica Diuturnum Illud).
 Leon XIII
   Por consiguiente, es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza y, por tanto, del mismo Dios que es su Autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios, que es su autor. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de todas las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho sino de Dios Príncipe supremo de todos. (León XIII, Encíclica Immortale Dei).
   La naturaleza enseña que toda autoridad, sea la que sea, proviene de Dios, como de suprema y augusta fuente. La soberanía del pueblo, que, según aquellas, reside por derecho natural en la muchedumbre independizada totalmente de Dios, aunque presenta grandes ventajas para halagar y encender innumerables pasiones, carece de todo fundamento sólido y eficacia substantiva para garantizar la seguridad pública y mantener el orden en la sociedad. (León XIII, Encíclica Immortale Dei).
San Pio X

   El Sillon coloca primordialmente la autoridad pública en el pueblo, del cual deriva inmediatamente a los gobernantes, de tal manera, sin embargo, que continúa residiendo en el pueblo. Ahora bien, León XIII ha condenado formalmente esta doctrina en su encíclica Diuturnum illud sobre el poder político, donde dice: "Muchos de nuestros contemporáneos, siguiendo los huellas de aquellos que en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nombre de filósofos, afirman que toda autoridad viene del pueblo; por lo cual, los que ejercen el poder no lo ejercen como cosa propia, sino como mandato y delegación del pueblo, y de tal manera que tiene rango de ley la afirmación de que la misma voluntad que entregó el poder puede revocarlo a su antojo. Muy diferente es en este punto punto la doctrina católica, que pone en Dios. como en su principio natural y necesario, el origen de la autoridad política" (1). Sin duda el Sillon hace derivar de Dios esta autoridad que coloca primeramente en el pueblo, pero de tal suerte que la "autoridad sube de abajo hacia arriba, mientras que, en la organización de la Iglesia, el poder desciende de arriba hacia abajo" (2). Pero, además de que es anormal que la delegación ascienda, puesto que por su misma naturaleza desciende, León XIII ha refutado de antemano esta tentativa de conciliación de la doctrina católica con el filosofismo. Porque prosigue: "Es importante advertir en este punto que los que han de gobernar el Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa el gobernante, pero no se le confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de ejercer" (3). (San Pío X. Carta Notre charge apostolique).
Benedicto XV

   Porque, desde el momento que se quiso atribuir el origen de toda humana potestad no a Dios, Creador y dueño de todas las cosas, sino a la libre voluntad de los hombres, los vínculos de mutua obligación que deben existir entre los superiores y los súbditos se han aflojado hasta el punto de que casi han llegado a desaparecer. (Benedicto XV, Encíclica Ad Beatissimi).
(1) León XIII. Diuturnum illud
(2) Marc Saguier, Discours de Rouen (1907)
(3)  León XIII. Diuturnum illud
Extraido de:
 

16 nov 2011

La Iglesia no puede abandonar las Cruzadas sin traicionarse

 Un mundo sin espíritu de Cruzada: sería un mundo sin esperanza.
  
"La Iglesia nunca profesó el pacifismo. La lucha de los cristianos, que es ante todo una actitud espiritual, incluye la posibilidad de la auto-defensa, la guerra justa, e incluso la "guerra santa"; 
esto pertenece a la más pura tradición católica. "
Nota: La lucha es una obligación de todo católico. 
La Cruzada (tomar la cruz) es una obligación de todo católico, 
sea la época que sea

Visto y extraido de Santa Iglesia Militante

El profesor Roberto de Mattei, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Cassino, publicó una interesante "Apología de las Cruzadas" en Il Foglio del 08/06/2010. Vía Corrispondenza Romana, el blog en portugués As Cruzadas reprodujo las partes esenciales del escrito, de donde tomamos el material para este post.
El profesor de Mattei enseña Historia del Cristianismo y de la Iglesia en la Universidad Europea de Roma, y es responsable para el campo de las ciencias jurídicas, socio-económicas, humanísticas y de los bienes culturales del Consiglio Nazionale della Ricerca, en Italia.

Las Cruzadas en el corazón de las raíces cristianas
"Adiós al espíritu de Cruzada en la Iglesia" es un estribillo que se repite por lo menos desde hace cuarenta años y que condensa la visión de un cristianismo que hizo del diálogo ecuménico su evangelio .
Esta opinión se basa en distorsiones históricas y en una distorsión muy grave de la doctrina de la Iglesia.
¿Cuáles son las raíces cristianas que, según Benedicto XVI y su predecesor Juan Pablo II, no sólo católicos (la Jerarquía), sino también los laicos tienen el derecho y el deber de defender?
Los frutos de estas raíces están ante nuestros ojos: son las catedrales, monumentos, palacios, plazas y calles, y también la música, la literatura, la poesía, la ciencia, el arte.
Las cruzadas son parte del paisaje espiritual católico de la misma manera que las catedrales europeas. Expresan la misma opinión del mundo.
El historiador del arte Erwin Panofsky estudió la relación entre las ventanas góticas y  la filosofía escolástica, y destacó cómo el brillo de los vitrales de las catedrales medievales se corresponden con la transparencia de un trabajo como la "Summa Theologica" de Santo Tomás de Aquino (Erwin Panofsky, "La arquitectura gótica y la filosofía escolástica.")
Emana de la épica de las Cruzadas -podríamos añadir- el mismo brillo, la misma belleza diáfana, el empuje hacia arriba, la misma fuerza creativa de la obra de Tomás de Aquino y Dante.
Incluso las Cruzadas forman parte del valor patrimonial derivado del Evangelio y se desarrolla en armonía con ellos.
"Las obras de arte que han nacido en Europa en los siglos pasados son incomprensibles sin tener en cuenta el alma religiosa que las inspiró", expresó Benedicto XVI en la Audiencia General del 18 de noviembre de 2009.
Lo mismo podría decirse de las Cruzadas, que tenían los campos de batalla en Palestina, que se inspiraron en la misma escala de valores que durante esos años llevó a los arquitectos de las catedrales de piedra.
Ni las cruzadas ni las catedrales pueden ser entendidas por aquellos que ignoran el pensamiento, y sobre todo, la fe viva que inspiró a sus creadores.

En la Catedral, los cristianos reunidos en torno al sacerdote que celebra la misa en un altar mirando hacia el Este y renovando, sin derramamiento de sangre, el misterio máximo del cristianismo: la Encarnación, Pasión y muerte de Jesucristo.
En las cruzadas, las mismas personas se levantan en armas para liberar la Ciudad Santa de Jerusalén que había caído en manos de los musulmanes.
La tumba vacía del Santo Sepulcro, con la Sábana Santa, son testigos vivos de la Resurrección y las reliquias más preciadas de la Cristiandad.

Las Cruzadas, el resultado inevitable de los Evangelios
La primera cruzada fue predicada como resultado de la meditación de las palabras de Cristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 21-27).
Esa misma cruz, alrededor de la cual las personas se reunían en la catedral, fue estampada en la ropa de los cruzados y expresó el acto por el cual el cristiano está dispuesto a ofrecer su vida por el bien de lo sobrenatural del prójimo blandiendo las armas.
El espíritu de las Cruzadas fue, y sigue siendo, el espíritu del cristianismo: el amor al incomprensible misterio de la Cruz.
El profesor Jonathan Riley-Smith, decano de estudios sobre las Cruzadas, se refirió a aquellos que respondieron a la convocatoria de la Primera Cruzada, diciendo que eran "inflamados por el ardor de la caridad" y el amor de Dios. De este modo describe la motivación profunda de esta iniciativa.
Dar la vida es sin duda la mejor manera de amar, y el más perfecto acto de caridad, porque nos hace imitadores perfectos de Jesús, según las palabras del Evangelio: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus hermanos" ( Jn 15, 13).
Sólo el amor, que se resume en el sacrificio de Cristo en la cruz, es capaz de vencer a la muerte, que es el mayor sufrimiento físico, y al pecado, que es el supremo mal moral.
Ese espíritu y ese estado de ánimo, abundantemente documentado por fuentes históricas, no surge como un río fangoso de resortes del inconsciente colectivo de Occidente, sino que fue el libre albedrío de los individuos a la luz siglos medievales que respondieron a una llamada a su conciencia.
La respuesta a este llamamiento puede ser considerada como una "categoría del espíritu", que nunca pierde vigencia.
La idea de la cruzada no es sólo un acontecimiento histórico que se limita a la Edad Media, es una constante del espíritu cristiano que conoce momentos de eclipse, pero que en muchos aspectos está destinado a florecer.
Expurgar la idea de la Cruzada de la "plataforma programática" personal implica desterrar la propia idea del combate cristiano.
La enseñanza de que la vida espiritual es una lucha se ha desarrollado especialmente en las cartas de San Pablo. En muchos lugares se trata de metáforas e imágenes de la vida del guerrero.
El apóstol explica cómo la vida cristiana es un bonum certamen  (buena pelea) en el que combate "el buen soldado de Jesucristo" (II Tim. 2, 3).
"Pónganse la armadura de Dios -dice él- para que estéis firmes contra las asechanzas del diablo. No es contra sangre y carne que tenemos que luchar, sino contra principados, contra potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra huestes espirituales de maldad esparcidas en el aire. Tomemos, por lo tanto, la armadura de Dios, para que estéis firmes en el día malo, y manteneros firme en el cumplimiento del deber" (Ef 6, 11ß).
Y otra vez: "Estad, pues, la cintura ceñida con la verdad, el cuerpo vestido con la coraza de justicia, y calzados los pies en la preparación para el evangelio de la paz. Por encima de todo, abrazad el escudo de la fe, para que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomemos, por último, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, es decir, la palabra de Dios." (Efesios 6, 14-17).
El espíritu de la cruzada y el martirio tienen un origen común en el nivel más profundo de la guerra espiritual. El martirio, como el sufrimiento, supone la lucha.
La vida de Jesucristo puede ser considerada como una batalla constante contra todas las fuerzas hostiles al reino de Dios, el pecado, el mundo y el diablo.
Que la vida cristiana es una lucha es uno de los conceptos que más resuena en el Nuevo Testamento, donde leemos: "soporta conmigo los trabajos como un buen soldado de Jesucristo. Ningún soldado puede involucrarse en el negocio de la vida civil, si quiere agradar al que lo alistó. Ningún atleta será coronado si no ha luchado según las reglas." (II Tim. 2, 5).
El Evangelio, de hecho, en su verdadero sentido, es la proclamación de una victoria militar, en este caso la victoria de Cristo sobre el mal y el poder de las tinieblas.

La Iglesia no puede abandonar las Cruzadas sin traicionarse
¿Por qué la Iglesia no puede abandonar el espíritu de la Cruzada? Simplemente porque no puede negar su historia y su doctrina.
La historia de las Cruzadas no es un apéndice insignificante en la historia de la Iglesia.
Por el contrario, está íntimamente ligada a la historia del papado.
Las Cruzadas no están atadas a un solo Papa, sino a una sucesión ininterrumpida de papas, muchos de ellos santos, especialmente a Urbano II quien proclamó la Primera Cruzada, a San Pío V y al beato Inocencio XI, quienes promovieron la "Santa Alianza" contra los turcos en Lepanto, Budapest y Viena en los siglos XVI y XVII.
No es desconocido para los historiadores, que incluso en el siglo XX, el papa Pío XII ha estudiado la posibilidad de lanzar una "cruzada" después de la revuelta anticomunista de Hungría en 1956.
Al testimonio de los Papas, se añade el testimonio de los santos, empezando por Luis IX, el  rey cruzado por excelencia, y por Juana de Arco, también a su modo "cruzada" y patrona de Francia, "primogénita de la Iglesia".
Quienes oponen a estas figuras la imagen de San Francisco, si no actúan de mala fe, por lo menos padecen un desconocimiento notable de la historia.
La fuente más confiable de los viajes de San Francisco es el testimonio de su compañero, el hermano iluminado, que nos dice que el santo defendió el trabajo de los cruzados y propició la conversión del sultán.
¿Y quién puede olvidarse de las legiones de franciscanos que se unieron a través de los siglos a los cruzadas, dirigidos por San Juan de Capistrano (1386-1456), el gran predicador de la cruzada del siglo XV, que culminó con la liberación de Belgrado?
Al lado del nombre de San Francisco debe ponerse el de Santa Catalina de Siena, santa patrona de Italia y Doctora de la Iglesia.
Un artículo reciente de Massimo Viglione muestra que su espíritu era profundamente "cruzado" ("L'idea di Crociata en Santa Caterina da Siena" - "La idea de la Cruzada en Santa Catalina de Siena").
A ella podemos añadir otro doctor de la Iglesia de sexo femenino, esta vez una contemporánea: Santa Teresa de Lisieux quien dirigiéndose a Jesús, dice que quiere "caminar por la tierra para predicar tu nombre y clavar en el suelo infiel tu gloriosa Cruz ", reuniendo en una única vocación las de apóstol, cruzado y mártir.
"Siento en mí -escribe- la vocación de guerrero, sacerdote, apóstol, médico, mártir, en fin, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, todos los actos más heroicos. Siento en mi alma el valor de un cruzado, de un zuavo papal: quiero morir en un campo de batalla para defender a la Iglesia...."
El 4 de agosto de 1897, en su lecho de muerte, dirigiéndose a los Superiores, murmuró: "¡Oh, no, yo no tendría miedo de ir a la guerra. Por ejemplo, durante las Cruzadas, con qué alegría me hubiera ido a combatir a los herejes" ("Historia de un alma").

El pacifismo hedonista y materialista Vs. el espíritu de la Cruzada
La Iglesia nunca profesó el pacifismo. La lucha de los cristianos, que es ante todo una actitud espiritual, incluye la posibilidad de la auto-defensa, la guerra justa, e incluso la "guerra santa"; esto pertenece a la más pura tradición católica.
Quien profesa el pacifismo y el ecumenismo, con el último punto se olvida de que hay más males que los físicos y materiales, y confunde las consecuencias desastrosas de la guerra en el plano físico, con sus causas, que son morales y provienen de la violación del orden. En una palabra, olvidan que el pecado sólo puede ser derrotado por la cruz.
El mundo moderno -lleno de hedonismo y de pérdida de fe- sólo puede ver juzgado como un mal -y una absoluto daño- al mal físico, olvidando que el mal y el dolor que inevitablemente acompañan a la vida humana con frecuencia la elevan.
El espíritu de las Cruzadas y Lepanto nos envía un mensaje de fortaleza cristiana, que consiste en la voluntad de sacrificar los bienes terrenos, en aras de un bien mayor, como la justicia, la verdad y el futuro de nuestra civilización.
Hoy en día, el enemigo que amenaza a la Iglesia y a Occidente es la actitud mental de aquellos que creen que se ha acabado el tiempo de Lepanto y de las Cruzadas.
Este enemigo contrapone al espíritu de combate una visión del mundo en la cual nada es verdadero y absoluto, y que todo es relativo a los tiempos, a los lugares y a las circunstancias.
Este es el relativismo que fue denunciado por Juan Pablo II en su encíclicas "Veritatis splendor"  y "Evangelium Vitae", cuando habla de "confusión entre el bien y el mal, lo que hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y las comunidades" (SV 93).
La batalla contra el relativismo en la defensa de las raíces cristianas de la sociedad a la que ahora nos convidan Juan Pablo II y Benedicto XVI, es una batalla en defensa de nuestra memoria histórica.
Sin memoria histórica no hay identidad  en el presente, porque en la memoria se basa la identidad de los individuos y los pueblos.
Sin embargo, las raíces cristianas no sólo pertenecen a la memoria o la historia: ellas están vivas, porque el crucifijo que las resume no es sólo un símbolo histórico y cultural, es una fuente actual y perenne de verdad  y de vida, de sufrimiento y de lucha.
La Iglesia tiene enemigos, aunque tendemos a olvidarlo porque hemos perdido el concepto de la vida cristiana militante, fundada en la cruz, que siempre ha caracterizado al cristianismo.
La pérdida de este espíritu militante es el resultado del hedonismo y el relativismo en el que están inmersos, por desgracia, muchos clérigos.
Benedicto XVI habla a menudo de "minorías creativas", podríamos añadir "militantes", porque la guerra en curso es moral y cultural. En ella se enfrentan dos visiones del mundo.
La historia, por cierto, es hecha por las minorías, sobre todo las militantes. Militar puede ser para bien o para mal, en un campo u otro, pero sólo los militantes dejan su marca en los acontecimientos históricos.
En la homilía del 5 de junio de 2010, en Nicosia, Benedicto XVI subrayó que "un mundo sin Cruz sería un mundo sin esperanza".
Lo mismo se puede decir de un mundo sin espíritu de Cruzada: sería un mundo sin esperanza.
Eso significaría la renuncia a la lucha por la salvación, la renuncia a la Cruz y reducir el mundo a meras ruinas.

14 nov 2011

Ardereís como en el 36 - Parte II


 ¡¡Católicos: despertemos!!
Pintadas anticatólicas

Comentario: Me pareció esta nota escrita por Juan Carlos Monedero (H) un excelente complemento al post publicado en marzo de este año Aquí 
  El artículo:
         El pasado 7 de mayo ocurrió un suceso que vino a intranquilizar más a los propios que a los ajenos. Una pintada en el frente de la Iglesia del Santo Ángel en Sevilla y unos gritos que interrumpieron el normal desarrollo del Santo Sacrificio en la Iglesia de San Andrés.
         No obstante, hemos de agradecerle a los  anónimos autores que estropearon la fachada de la parroquia; hemos de dar las gracias, asimismo, a estas mujeres que interrumpieron el culto a la Virgen de Araceli repitiendo la consigna: “¡Arderéis como en el 36!”, agregando insultos contra el Sumo Pontífice y la Iglesia. ¿Por qué? Porque ellas, sin pretenderlo, nos recuerdan que todavía existe ese antiguo motor de la historia, no el único por cierto, pero bastante olvidado y omitido en estos días: el odium Christi.
Estas republicanas merecen nuestra peculiar gratitud por haber roto con los sutiles eufemismos de los implacables e incansables enemigos de Dios y de España. Son alaridos como éstos, son actos como la pintada comentada, los que nos despiertan, alertan y sacuden de la dulce y confortante ilusión –afín a aquella deserción de eternidad, que diría Thibon– de que en este mundo sólo hay personas equivocadas, únicamente extraviados; de que la malicia es cosa propia de los cuentos de terror o, tal vez, de tiempos antiguos que por suerte no volverán.
         Aunque pueda parecer lo contrario, los que pintan y gritan en las Iglesias son mucho más inofensivos que los que van minando –con las argucias propias de la sofística– la fe católica; éstos no son más que falsos maestros que sólo se predican a sí mismos. Pero estamos contentos, no obstante, aunque suene inverosímil, por esta inesperada ventilación cloacal del odio a Dios: nos saca del letargo y nos ofrece un chispazo de luz en medio de tanta hipocresía. Si diez veces los reprobamos, otras tantas rezaremos por ellos y su conversión. Odiemos al pecado, amamos al que yerra.
         Este chispazo de luz que logramos ver guarda relación con la común e íntima causa de los comportamientos humanos torcidos y desviados. El hecho comentado se vuelve símbolo y su sentido se despliega a la luz del Evangelio: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros”. (Jn. 15, 18)
Sucesos como éste nos recuerdan –y robustecen en nuestras certezas– que “nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio”. (Ef. 6, 12)
Agradecidos estamos, pues, con las militantes republicanas, porque ellas han colaborado por la memoria de la verdadera historia. En una época en que se pretende la conciliación entre la Iglesia y el Mundo, donde se omiten sistemáticamente los vocablos que evocan toda posible hipótesis de conflicto, donde a los españoles les quieren hacer creer que la mera posibilidad de una guerra por principios perennes es irrisoria y lejana, que se rememoren vigorosamente aquellos hechos reales –como que en 1936 ardió lo mejor de España– es un obsequio que lejos de rechazar, aceptamos gustosos. Es una enseñanza de la historia verdadera.
Arderéis como en el 36. Arderéis de amor, como cuando luchasteis hasta morir. Arderéis de amor como cuando conquistasteis el Cielo por asalto.
El hecho tiene para nosotros mayor alcance del que a primera vista pudiera parecer. No es más que un modesto –pero insobornable– botón de muestra de la siempre perenne profecía del anciano Simeón: “Éste es puesto… para ser una señal de contradicción”. (Lc. 2, 34)
¿Contradicción entre quiénes? Contradicción entre el hombre viejo y el hombre nuevo; oposición invencible y dramática que ineludiblemente se proyecta también al orden social, a la vida pública de los estados. Por eso, los Ángeles de las Naciones. Como el Ángel de la Guarda, personal de cada uno de nosotros.
Es que hay dos Españas: una España católica, tradicional, auténtica, y una España desnaturalizada que rechaza a Cristo. En los años 30 del siglo XX, esta España incrédula tomó la forma republicana y marxista. En ese entonces, existía una España que miraba a Roma y otra que miraba a Moscú. Una España que adoraba a Cristo y otra España que canonizó a Karl Marx y Lenin. Una España verdadera que afirmaba y creía que “Es necesario que Cristo reine” –pues Él mismo había dicho “Yo soy rey” (Jn 18, 37)– y otra falsa España que, sin pretenderlo, confirmaba involuntariamente las Escrituras al rechazar el suave yugo de Nuestro Señor: “No queremos que ése reine sobre nosotros”. (Lc. 19, 14)
Y eso fue posible porque, antes de existir dos Españas, existieron dos ciudades: la Ciudad de Dios, fundada en el amor de Dios hasta el desprecio del hombre; y la Ciudad del Hombre, fundada en el amor propio hasta el desprecio de Dios.
Sin esta necesaria y verdadera visión sobrenatural de la historia, no se entiende ni se puede actuar en consecuencia frente a la entidad del asunto.
         Estamos lejos, pues, de rechazar esta convocatoria. Estamos lejos, pues, de desentendernos respecto del odium Christi. Porque esto es algo que debe decirse: no son los fieles católicos los principales ofendidos. No es nuestra propia mejilla la abofeteada –agravio frente al cual podemos ofrecer la otra y perdonar setenta veces siete–, sino que es la Majestad del Dios Uno y Trino la que es injuriada.
No son agravios ni ofensas a nuestra dignidad particular, las cuales pudiéramos dejar pasar: se trata de una agresión proveniente de enemigos públicos, pues odian el Nombre del Divino Salvador.
         Estamos lejos, pues, de pedir la tolerancia para nuestro culto, de pedir la concordia para nuestras celebraciones, de pedir la protección de nuestra propiedad privada en las parroquias. Son nimiedades. No nos hacemos los distraídos: entendemos perfectamente la naturaleza sobrenatural del asunto. ¡Arderéis como en el 36! gritan los republicanos. Pues nosotros, tengamos el coraje y la gracia de gritar a renglón seguido: ¡Venceremos como en el 39! ¡Venceremos como en el 39, cuando la España Católica derrotó, espada y cruz en mano, a la barbarie comunista!
Tengamos la valentía, el coraje y la esperanza de ser como aquel apóstol hijo del trueno, Santiago, Patrono de la España Verdadera, de gritar aquel verbo castellano que promete sacrificio, tesón, paciencia, lucha, combate. Y que promete –en este mundo o en el otro– la Victoria. Que sepamos imitar a los que en el 36 ardieron de amor por Dios y por España, que vencieron a las hordas marxistas porque primero se vencieron a sí mismos.
Dios nos dé la gracia de la fidelidad, aún en el medio de la incomprensión de los propios y la malicia ajena.
“En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor; ego vincit mundum”.

Juan Carlos Monedero (h)
Relacionada con Ardereis como en el 36-I