Protestantismo liberal, modernismo y disidencia actual
Por el Padre José María Iraburu
Como es sabido, el liberalismo, derivado en el siglo XIX de la Ilustración, es una
doctrina que afirma la voluntad del hombre ¿su libertad? como un valor supremo, que no
debe sujetarse ni a ley divina ni a ley natural alguna.
Es cierto que la palabra liberal o el término liberalismo admiten otras
significaciones aceptables; pero aquí hablaremos del liberalismo justamente en ese
sentido doctrinal, como lo ha hecho la Iglesia en numerosas encíclicas y documentos
importantes.
El liberalismo es un naturalismo militante, que rechaza la soberanía de Dios y la pone
en el hombre «seréis como dioses» (Gén 3,5)?. Es, pues, un ateísmo práctico, una
rebelión de los hombres contra Dios, y por eso ha sido muchas veces condenado por la
Iglesia (por ejemplo, León XIII, enc.Libertas 1888). El socialismo y el comunismo, por
otra parte, son obviamente hijos naturales del liberalismo.
Pues bien, en este sentido, el liberalismo, actualmente generalizado en las naciones
más ricas como forma cultural y política, es hoy la tentación mayor del cristianismo.
Es el error que más fuerza tiene para falsificar el Evangelio y para alejar de él a
los hombres y a los pueblos.
Puede decirse, en síntesis brevísima, que el racionalismo crítico del protestantismo
liberal de mediados del siglo XIX, pasa en buena parte al campo católico con los
autores del modernismo. Aquellos y estos errores fueron combatidos sobre todo por el
Beato Pío IX (1864, Syllabus), y por San Pío X (1907, decreto Lamentabili; 1907,
encíclica Pascendi; 1910, Juramento antimodernista).
Protestantes liberales y católicos modernistas coinciden más o menos, según los
autores, en el historicismo y en la exégesis crítica, que en el estudio de la
Escritura deben prevalecer sobre la Tradición y el Magisterio; desprecian también en
común los dogmas y toda formulación estable de verdades de fe y moral; van juntos en
una cristología de tendencia nestoriana; coinciden en el ecumenismo radical, que
iguala las diversas confesiones cristianas, así como en la aversión a la escolástica,
a la metafísica y al tomismo; niegan unos y otros los milagros de Cristo y la
historicidad de su Resurrección; y en cuestiones morales dan primacía a la conciencia
sobre las normas objetivas de la moral. Y siguen coincidiendo en muchas otras
cuestiones. Por eso San Pío X señala en los modernistas este error, entre otros:
«El catolicismo actual no puede conciliarse con la verdadera ciencia, si no se
transforma en un cristianismo no dogmático, es decir, en protestantismo amplio y
liberal» (Lamentabili 65: DS 3465). Los modernistas rechazan los «motivos de
credibilidad», y estiman que «la fe debe colocarse en cierto sentimiento íntimo que
nace de la indigencia de lo divino» (Pascendi: DS 3477).
En la segunda mitad del siglo XX, hasta nuestros días, no pocos de aquellos errores
señalados se prolongan también entre los católicos disidentes, promotores del
progresismo, que después, sobre todo, del concilio Vaticano II ?pero enseñando en
contra de él?, disienten públicamente una y otra vez del Magisterio apostólico. El
término disidentes es un tanto eufemístico, pero lo aceptaremos aquí para evitar
palabras más fuertes.
En los años de Pablo VI (1963-1978) esa disidencia afecta a sectores intelectuales
reducidos, y a ciertas Iglesias locales acentuadamente progresistas, dando ocasión a
grandes escándalos doctrinales y disciplinares.
Pero en los decenios siguientes, hasta hoy, esa disidencia se difunde notablemente,
hasta el punto de que apenas da lugar ya a ruidosos escándalos. Y esto se debe a que
en muchos ambientes de la Iglesia ha sido aceptada la disidencia como lícita y
oportuna, y también a que los doctores bien formados en la tradición filosófica y
teológica de la Iglesia son hoy bastante menos numerosos que en tiempos de PabloVI.
Por otra parte se debe también a que la disidencia escandalosa ya no es tanto
combatida, sino ignorada, quizá por cansancio; mientras que la disidencia moderada se
acepta sin lucha, sin apenas resistencia. «Ya no escandaliza» ?en el peor sentido de
la expresión? a la mayoría de los católicos, como no sea a unos pocos, considerados
tradicionalistas o integristas.
Juan Pablo II, sin embargo, reconoce la desorientación causada en los fieles por
tantos doctores disidentes: (nota: aunque mucho no hizo para evitarlo)
«No se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos cristianos un momento de
incertidumbre, que afecta no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la
misma rectitud teologal de la fe. Ésta, ya probada por el careo con nuestro tiempo,
está a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a
causa de la crisis de obediencia al magisterio de la Iglesia»
doctrina que afirma la voluntad del hombre ¿su libertad? como un valor supremo, que no
debe sujetarse ni a ley divina ni a ley natural alguna.
Es cierto que la palabra liberal o el término liberalismo admiten otras
significaciones aceptables; pero aquí hablaremos del liberalismo justamente en ese
sentido doctrinal, como lo ha hecho la Iglesia en numerosas encíclicas y documentos
importantes.
El liberalismo es un naturalismo militante, que rechaza la soberanía de Dios y la pone
en el hombre «seréis como dioses» (Gén 3,5)?. Es, pues, un ateísmo práctico, una
rebelión de los hombres contra Dios, y por eso ha sido muchas veces condenado por la
Iglesia (por ejemplo, León XIII, enc.Libertas 1888). El socialismo y el comunismo, por
otra parte, son obviamente hijos naturales del liberalismo.
Pues bien, en este sentido, el liberalismo, actualmente generalizado en las naciones
más ricas como forma cultural y política, es hoy la tentación mayor del cristianismo.
Es el error que más fuerza tiene para falsificar el Evangelio y para alejar de él a
los hombres y a los pueblos.
Puede decirse, en síntesis brevísima, que el racionalismo crítico del protestantismo
liberal de mediados del siglo XIX, pasa en buena parte al campo católico con los
autores del modernismo. Aquellos y estos errores fueron combatidos sobre todo por el
Beato Pío IX (1864, Syllabus), y por San Pío X (1907, decreto Lamentabili; 1907,
encíclica Pascendi; 1910, Juramento antimodernista).
Protestantes liberales y católicos modernistas coinciden más o menos, según los
autores, en el historicismo y en la exégesis crítica, que en el estudio de la
Escritura deben prevalecer sobre la Tradición y el Magisterio; desprecian también en
común los dogmas y toda formulación estable de verdades de fe y moral; van juntos en
una cristología de tendencia nestoriana; coinciden en el ecumenismo radical, que
iguala las diversas confesiones cristianas, así como en la aversión a la escolástica,
a la metafísica y al tomismo; niegan unos y otros los milagros de Cristo y la
historicidad de su Resurrección; y en cuestiones morales dan primacía a la conciencia
sobre las normas objetivas de la moral. Y siguen coincidiendo en muchas otras
cuestiones. Por eso San Pío X señala en los modernistas este error, entre otros:
«El catolicismo actual no puede conciliarse con la verdadera ciencia, si no se
transforma en un cristianismo no dogmático, es decir, en protestantismo amplio y
liberal» (Lamentabili 65: DS 3465). Los modernistas rechazan los «motivos de
credibilidad», y estiman que «la fe debe colocarse en cierto sentimiento íntimo que
nace de la indigencia de lo divino» (Pascendi: DS 3477).
En la segunda mitad del siglo XX, hasta nuestros días, no pocos de aquellos errores
señalados se prolongan también entre los católicos disidentes, promotores del
progresismo, que después, sobre todo, del concilio Vaticano II ?pero enseñando en
contra de él?, disienten públicamente una y otra vez del Magisterio apostólico. El
término disidentes es un tanto eufemístico, pero lo aceptaremos aquí para evitar
palabras más fuertes.
En los años de Pablo VI (1963-1978) esa disidencia afecta a sectores intelectuales
reducidos, y a ciertas Iglesias locales acentuadamente progresistas, dando ocasión a
grandes escándalos doctrinales y disciplinares.
Pero en los decenios siguientes, hasta hoy, esa disidencia se difunde notablemente,
hasta el punto de que apenas da lugar ya a ruidosos escándalos. Y esto se debe a que
en muchos ambientes de la Iglesia ha sido aceptada la disidencia como lícita y
oportuna, y también a que los doctores bien formados en la tradición filosófica y
teológica de la Iglesia son hoy bastante menos numerosos que en tiempos de PabloVI.
Por otra parte se debe también a que la disidencia escandalosa ya no es tanto
combatida, sino ignorada, quizá por cansancio; mientras que la disidencia moderada se
acepta sin lucha, sin apenas resistencia. «Ya no escandaliza» ?en el peor sentido de
la expresión? a la mayoría de los católicos, como no sea a unos pocos, considerados
tradicionalistas o integristas.
Juan Pablo II, sin embargo, reconoce la desorientación causada en los fieles por
tantos doctores disidentes: (nota: aunque mucho no hizo para evitarlo)
«No se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos cristianos un momento de
incertidumbre, que afecta no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la
misma rectitud teologal de la fe. Ésta, ya probada por el careo con nuestro tiempo,
está a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a
causa de la crisis de obediencia al magisterio de la Iglesia»
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