No hay una sola persona a quien se deba
tratar igual que a otra, sin perjuicio de la caridad y de la justicia.
La cortesía es un fruto precioso de la justicia y de la humildad
Estamos
rodeados leyes y costumbres de corte igualitario, que generan tendencias que,
casi sin uno darse cuenta, nos va pareciendo que a todos hay que tratar del
mismo modo, dar las mismas cosas, reconocer los mismos derechos, etc. De lo
contrario, parece que estaríamos actuando injustamente. Tremendo error.
Unes no sólo
en sociedad, mas en una como fraternidad los ciudadanos a los ciudadanos, las
naciones a las naciones, y los hombres entre sí.
Las
inspiradas consideraciones de San Agustín que siguen constituyen una luz que
puede ayudarnos a disipar este malentendido.
Nótese que
del texto se desprende claramente que no hay una sola persona a quien se deba
tratar igual que a otra, sin perjuicio de la caridad y de la justicia.
Cada una
tiene, por así decir unas diferencias y una especificidad propias y por ello
serán tratadas de acuerdo a la situación en que se encuentran. ¡Qué diferente
es esto del trato igualitario imperante, en que a jóvenes y viejos, hombres y
mujeres se trata por igual! Y sin embargo, ¿quién podría negar que sus palabras
tienen un vivo perfume de justicia y de bondad?
Así se
expresa San Agustín, refiriéndose a la Iglesia Católica:
“Conduces e instruyes a los niños con ternura,
a los jóvenes con vigor, a los ancianos con calma, como comporta la edad, no
sólo del cuerpo sino del alma. Sometes las esposas a sus maridos, por una casta
y fiel obediencia, no para saciar la pasión, mas para propagar la especie y
constituir la sociedad doméstica. Confieres autoridad a los maridos sobre las
esposas, no para que abusen de la fragilidad de su sexo, sino para que sigan
las leyes de un sincero amor. Subordinas los hijos a los padres por una tierna
autoridad.
“Unes no
sólo en sociedad, mas en una como fraternidad los ciudadanos a los ciudadanos,
las naciones a las naciones, y los hombres entre sí, por el recuerdo de sus
primeros padres. Enseñas a los reyes a velar por los pueblos, y prescribes a
los pueblos que obedezcan a los reyes. Enseñas con solicitud a quién se debe la
honra, a quién el afecto, a quién el respeto, a quién el temor, a quién el
consuelo, a quién la advertencia, a quién el ánimo, a quién la corrección, a
quién la reprimenda, a quién el castigo; y haces saber de qué modo, si ni todas
las cosas a todos se deben, a todos se debe caridad y a ninguno la injusticia”
(De Moribus Ecclesiae, Cap. XXX, 63).
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