Está
surgiendo un nuevo tipo de igualitarismo, que difiere en algunos puntos no
esenciales del igualitarismo conocido, que quiere la eliminación de toda
superioridad.
Digámoslo
así: quiere la igualdad de las muñecas, y no sólo la de los relojes. De los
cuellos, y no sólo de los collares. De los dedos, y no tan sólo de los anillos
… ¿Que quiere decir esto? El campo del nuevo igualitarismo es la propia médula
de la personalidad humana, y no sólo los objetos o situaciones; aquella médula
por la cual se dice que una persona “tiene personalidad”, o que “no tiene
personalidad”.
El
igualitarismo patrón procura igualar todo en un nivel mínimo. Esto se podría
representar por una ecuación: 1=1 (uno es igual a uno). Cada hombre es igual a
los otros. El igualitarismo post-moderno trata de destruir en la medida de lo
posible las propias individualidades, tornándolas indiferenciadas, de manera
que esto puede expresarse en la ecuación 0=0 (cero es igual a cero).
Este nuevo
tipo humano se distingue de los demás no precisamente por su personalidad, sino
por la carencia de ella.
Ya muchas
voces, entre los post-modernos, han tratado del mismo fenómeno. Entre otros,
Castoriadis, quien escribió sobre “La escalada de la insignificancia“;
Gilles Lipovetsky, quien describió “La era del vacío”; Alain
Finkielkraut discurrió sobre “La derrota del pensamiento“; Baudrillard
bosquejó “el fin de lo social“, etc. No es que esos autores sean
contrarios a esa situación, sino que para algunos esto debe ser así.
Plinio
Corrêa de Oliveira describe esta situación: “Según tal colectivismo, los varios
“yo” o las personas individuales, con su inteligencia, su voluntad, su
sensibilidad y consecuentemente sus modos de ser, característicos y
discrepantes, se funden y se disuelven, según ellos, en la personalidad
colectiva de la tribu generadora de un pensar, de un querer, de un estilo de
ser densamente comunes”.
Cada cual
debe ser enteramente típico, característico. Cada hombre es irrepetible en la
gigantesca colección de hombres que hay, hubo y habrá
Mientras el
igualitarismo común se manifiesta sobre todo en el odio a las jerarquías, este
igualitarismo actualizado va más lejos y se caracteriza además por su tendencia
a la indiferenciación: entre padres e hijos; entre los sexos; entre las edades;
entre profesores y alumnos, etc. En esto consiste precisamente el punto central
de este nuevo género de nivelación. Observa Plinio Corrêa de Oliveira: “La
civilización moderna (…) en general, ama lo que es promiscuo y confuso.
Aboliendo la variedad y colocando en su lugar una uniformidad sin sentido, la
Revolución destruye la semejanza de la criatura con su Creador”.
Y agrega:
“lo característico es lo distintivo de la variedad auténtica; en él la
verdadera variedad se realiza”. Es decir, cada cual debe ser enteramente
típico, característico. Cada hombre es irrepetible y, en la gigantesca
colección de hombres que hay, hubo y habrá, no es posible encontrar nada que se
parezca a una repetición.
Por lo
tanto, jamás se podrá lograr una estandarización completa del género humano. Lo
que se debe hacer es trabajar para que la humanidad se conforme lo más posible
con esa estética superior del Universo, lo que es un alto y bello ideal.
Lo que
pretenden hacer, por el contrario, es tratar de patronizar al máximo al hombre
en todas las cosas, como forma de protesta contra esa estética. Esa protesta se
llama: igualitarismo.
La
enfermedad de un árbol es más grave que el deterioro de sus frutos.
Cualquier persona percibe la enorme suma de errores, crímenes y pecados que
fueron cometidos a lo largo de los últimos decenios para tratar de imponer esta
ideología.
Pero es
especialmente grave esta reducción del género humano ‒género en el que Dios se
encarnó‒ al triste estado de decadencia impensable en que se encuentra.
Autor: Leo Daniele
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