Quien controla el
poder de definir las palabras controla también las mentes. Por este motivo es
un gran error subestimar la importancia de la "corrección política".
Por ALAIN DE BENOIST
Toda lengua es un
código, y este código determina categorías de pensamiento. George Orwell lo
demostró en 1984: quien controla el poder de definir las palabras controla
también las mentes. Por este motivo es un gran error subestimar la importancia
de la "corrección política": no es ni un fenómeno marginal ni una
moda destinada a desaparecer en un futuro próximo, sino que es un elemento
fundamental de lo que se llama pensamiento único.
En sentido literal,
la expresión no quiere decir estrictamente nada. Incluso en los Estados Unidos,
la correctness designa en origen la exactitud y la precisión, y no la
conformidad. Pero hoy ya no es así: "políticamente correcto"
significa conforme a la ideología dominante. Es la definición concreta de la
"neolengua" orwelliana.
Lo políticamente
correcto, como muchas otras cosas, invadió Europa, procedente de Estados
Unidos, a principios de los años 90. Esta nueva lengua militante se desarrolló
al otro lado del Atlántico, diez años antes, en un contexto de hipocresía
burguesa y puritana. Al principio, la intención era loable. Se trataba de
eliminar del lenguaje corriente determinadas palabras peyorativas, a menudo muy
coloquiales, o algunas expresiones ofensivas susceptibles de herir a esta o
aquella categoría de individuos, pero también de legitimar las discriminaciones
de las que podía ser objeto o favorece su "exclusión".
Sin embargo, muy
rápidamente, lo políticamente correcto tomó un rumbo ridículo, abusando de los
eufemismos y los circunloquios alambicados. Los obesos se convirtieron en
"personas con sobrepeso"; los enanos, en "personas de pequeño
tamaño"; los sordos, en "personas con problemas de audición". En
Francia, los conserjes fueron reemplazados por los "guardas"; los barrenderos
por "técnicos sanitarios de caminos públicos"; los minusválidos
fueron rebautizados como "personas con minusvalía" y, después,
"personas con discapacidad". Los campesinos se convirtieron en
"agricultores" antes de transformarse en "productores agrícolas".
Pero todo esto seguía siendo bastante inofensivo.
Pero cuando el
objetivo principal pasó a ser la "rehabilitación" de categorías
discriminadas por razones de pertenencia cultural o étnica, religiosa, sexual,
etc., el lenguaje políticamente correcto se convirtió en el lenguaje de los
ambientes progresistas y, más concretamente, de los ambientes
"antirracistas" y feministas.
Empezaron a
desaparecer palabras molestas. Así, se decretó que la palabra "raza"
tenía que desaparecer porque "las razas no existen". La palabra
"sexo" fue también objeto de sospecha y, en los documentos oficiales,
fue reemplazada sistemáticamente por "género" (gender). Esto no
impide que se hagan llamamientos a combatir el racismo (sin que existan las
razas) y el sexismo (sin que existan los sexos).
En los Estados Unidos
se habla de "nativos americanos" o "indígenas" y no de
"indios", y de "afroamericanos" y no de "negros".
Asimismo, para designar a un presidente (o presidenta), se ha suprimido la
palabra "chairman" (en el que está incluida la palabra
"hombre", "man") para adoptar la palabra sin género
"chairperson". (¡Aún no se ha sustituido la palabra Manhattan por
Personhattan !).
En Francia, donde la
lengua francesa sólo tiene dos géneros, el masculino y el femenino, algunos han
inventado nuevas grafías, más o menos ilegibles: les député–e–s, les
motivé–e–s, etc. Y a palabras sin femenino se les ha asignado uno
arbitrariamente: la ministre, l’écrivaine, la cheffe d’orchestre – esperando,
sin duda, la "dictateure" [en España pasa con invenciones tan disparatadas
como "miembras" y, la última, de hace pocos días,
"portavozas", ndt]. Y se empieza a hacer todo lo posible para que, en
plural, el masculino deje de prevalecer: como todos saben, los hombres y las
mujeres son hermosas. La expresión "ellos y ellas" florece en los
discursos de los políticos, porque el timbre "ellos" es
discriminatorio [en España esto se observa con los gentilicios: ya no basta
decir "catalanes", "andaluces" o "extremeños";
hay que decir "catalanes y catalanas", "andaluces y
andaluzas", "extremeños y extremeñas", etc., N. d. T.].
Mientras se desmerece
la casi totalidad de las obras literarias del pasado, todas ellas con una
impronta de sexismo o racismo, hay un esfuerzo masivo por escribir libros y
hacer películas políticamente correctas. En las novelas, a los "hombres
blancos de más de 50 años" se les atribuyen los peores papeles, mientras
que las mujeres, las minorías, los homosexuales son promocionados a los papeles
de héroes. Esto es un poco molesto en las novelas policiacas, porque basta saber
que un sospechoso pertenece a una minoría para deducir que al final se le
reconoce inocente, pero ¡todo sea por una buena causa!
En el cine, cuando
los blancos se enfrentan a los negros, árabes o asiáticos, se invita al
espectador a que comprenda claramente que el error siempre es de los primeros.
Paralelamente, se multiplican las películas que enfrentan a humanos con
extraterrestres, ¡porque son los únicos que pueden ser caracterizados como
malos sin correr el riesgo de encontrarse ante un juez! En la literatura, ya no
se pueden atribuir papeles de malos a las minorías. En las series policiacas,
el papel de bueno es sistemáticamente atribuido a mujeres o a minorías, y los
hombres son representados a menudo como bobos o cabrones y, desde luego, machistas.
Crónica de una violación [Dupont Lajoie], película de Yves Boisset (1975), creó
rápidamente escuela.
Ha sucedido lo mismo
en la publicidad que, en materia de representación de la
"diversidad", ha copiado a Coca–Cola, Benetton o MacDonald's.
Cualquier mensaje publicitario que represente un grupo en el que no haya nadie
perteneciente a las "minorías visibles" es tachado inmediatamente de
"racismo".
En Hollywood se llega
hasta el punto de hacer actuar a negros en películas sobre vikingos, la Europa
de la Edad Media o la vida de los esquimales. En la película Thor, de Kenneth
Branagh (2011), el papel de dios nórdico Heimdall lo hace Idris Elba, un actor
británico negro, lo que es tan poco convincente como si el papel de Martin
Luther King lo hiciera Romy Schneider!
Otro ejemplo
reciente: la nueva versión de la película Los siete magníficos (Antoine Fuqua,
2016) tiene como característica en comparación con la versión antigua de John
Sturges (1960), a su vez inspirada en una película del japonés Akira Kurosawa
[Los siete samurais], que los siete personajes principales, cowboys clásicos en
la versión anterior, han cedido el sitio a un "casting de igualdad étnica
irreprochable" (Le Parisien), formado por actores negros, asiáticos,
latinos, indios y europeos.
El mundo periodístico
se ha adaptado rápidamente a lo políticamente correcto. Los medios de
comunicación tienen el papel de una caja de resonancia, tanto por los mantras
que se repiten (el "vivir unidos"), como por determinadas expresiones
codificadas que el gran público está acostumbrado a traducir: los
"jóvenes", los "barrios", las "zonas sensibles",
la "población itinerante", son modos de decir las cosas sin
designarlas por su nombre. Los inmigrantes se han convertido, lo sabemos, en
"migrantes". En los Estados Unidos, los "manuales de
estilo" en uso en los medios importantes prohiben también la expresión
"migrantes ilegales" porque este último término
("ilegales") es discriminatorio y "deshumanizador".
El mundo de los
negocios y la industria no se ha quedado atrás. Mientras que las grandes
empresas adoptan "códigos éticos" basados en lo políticamente
correcto ("diálogo ciudadano", "en conformidad con los derechos
humanos", etc.), la patronal hace un uso suculento de esta nueva langue de
bois [literalmente 'lengua de madera', expresión francesa utilizada en el
lenguaje político para el "hablar y no decir nada"], que permite
presentar los despidos como "planes sociales" o "medidas de
ajuste de los efectivos", el aumento de precios como "reajuste",
la supresión de contratos de trabajo a tiempo indeterminado como una medida
relacionada con la "flexibilidad", etc.
Pero como mejor ha
revelado su verdadera naturaleza lo políticamente correcto es poniéndose al servicio
de la ideología de género. Hace tiempo que las feministas denunciaban los
"estereotipos", que ya no son considerados por lo que son, es decir,
verdades estadísticas indebidamente generalizadas, sino como mentiras o
fantasías. El encuentro entre lo políticamente correcto y la ideología de
género ha desembocado en resultados asombrosos.
En el transcurso de
pocos años, se ha transformado en políticamente incorrecto defender que la
identidad sexual tiene relación con el sexo biológico, que existen temperamentos
masculinos y femeninos diferentes o que hay trabajos más masculinos o más
femeninos que otros. Hay que imponer la igualdad por doquier (salvo en el
matrimonio, evidentemente). Mientras se espera que esta igualdad llegue a las
comadronas y los basureros, se aplaude que los hombres lleven falda y las
mujeres sean capataces. Se prohíbe a los padres que den regalos "de
género" a sus hijos y se modifica la lista de nombres para que puedan
utilizarse tanto para niños como para niñas. Se sugiere que en el colegio,
cuando se representen los cuentos de Perrault, el papel de Caperucita Roja lo
haga un niño y el de lobo una niña. "¡No soy una princesa!", pregona
Vaiana, la heroína de la última película de los estudios Disney (cuyo director
ha sido acusado de haber cedido a los "estereotipos" ¡por haber
representado a un polinesio obeso!). Al plantear la igualdad como sinónimo de
mismidad, lo ideal es lo neutro.
Partiendo del
principio que el lenguaje determina las relaciones sociales, los defensores de
la corrección política han comprendido con gran rapidez que sus consignas
podían cambiar radicalmente los comportamientos.
Por consiguiente,
para satisfacer las reglas de lo políticamente correcto se ha ordenado a las
poblaciones mayoritarias que nieguen su identidad, juzgada intrínsecamente
discriminatoria para las demás. Un único ejemplo: un municipio de Venecia que
cada 4 de noviembre celebraba tradicionalmente una misa en sus colegios, a
partir de 2016 ha tenido que renunciar a esta misa "para respetar a los
alumnos de otras religiones". Por la misma razón, en los Estados Unidos ya
no se celebran las "vacaciones de Navidad", sino las "vacaciones
de invierno"; que ya no se dice "Feliz Navidad [Merry
Christmas!]", sino "felices fiestas de invierno [Happy Holidays!]",
etc. En Francia, el objetivo son las cruces y los belenes, considerados
"ostentosos". Y en los Países Bajos se exige la prohibición del
Zwarte Piet, el compañero tradicional de Papá Noel, porque las tradiciones
populares le atribuyen un rostro sombrío…
Mientras el
antirracismo toma la forma de un racismo en sentido contrario, las minorías
ejercen una tiranía perenne sobre una mayoría a la que le exigen
arrepentimiento y negación de sí mismas. Cuando en septiembre de 2015 Delphine
Ernotte asumió su función de presidenta de France Télévisions, declaró:
"Tenemos una televisión de hombres blancos de más de 50 años y ¡esto va a
cambiar!". Lo había comprendido todo.
Poco a poco llegamos
a lo grotesco. En Alemania y en los países escandinavos se llevan a cabo
campañas masivas para exigir que se prohíba a los hombres orinar de pie. Muchos
parkings públicos son ya "de género": es necesario ser una mujer para
aparcar en determinadas plazas. En los Estados Unidos, los municipios que no
han creado "baños unisex" (all gender restrooms) corren el riesgo de
tener que pagar multas sustanciosas. En todas partes se milita por la
prohibición de los pronombres "él" o "ella", sustituidos
por un único pronombre "neutro" (en francés, "iel", y no
"il" o "elle"). En los Estados Unidos se emplea el plural
"they" con un singular para no utilizar el masculino "he" o
el femenino "she". En Canadá, la comisión de los derechos humanos de
Ontario ha ordenado que se reconozca la legitimidad de los pronombres
"elegidos" como ¡ze, xer o hir! De nuevo, el ideal que se revela es
el neutro.
Por supuesto, a todo
esto se ha añadido una faceta punitiva. Muchas violaciones de lo políticamente
correcto acaban en los tribunales, asediados regularmente por las ligas
inquisitoriales y los lobbies especializados, contribuyendo así a la expansión
sin fin de lo que Jean-Claude Michéa llama la "juridificación creciente de
las relaciones sociales".
Si los países latinos
aún resisten a todo esto, los países nórdicos, cercanos a la mentalidad anglosajona
y marcados por el moralismo protestante, se han lanzado por completo a los
brazos de lo políticamente correcto.
En el momento en que
escribo estas líneas, "la igualdad favorecida por el hecho de quitar la
nieve" (jämställd snöröjning) está planteando problemas en Suecia, donde
el municipio de Estocolmo, al observar que las mujeres utilizan más las aceras
que los hombres porque llevan cochecitos, decretó en 2015 que sería
"sexista" no quitar la nieve de las aceras antes que en las calzadas.
Resultado: cuando cae mucha nieve, la circulación es prácticamente imposible.
No, lo políticamente
correcto no es algo anecdótico. No se trata sólo de cambiar las palabras:
cuando se cambia la sociedad, se cambia también la vida.
Traducción de Helena
Faccia Serrano.
© Religión en libertad
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