Lo que necesitamos es un regreso a un marco de orden que nos vuelva a conectar con nuestras raíces cristianas
El Estado existe para salvaguardar el orden general, permitiendo a los organismos intermedios de la familia, la comunidad y la región que se desarrollen libres de su control. Una Constitución que no tome en cuenta los valores cristianos de la sociedad camina con facilidad hacia un Estado omnipotente y una tiranía.
Muchos que se quejan de que la existencia de gobiernos gigantescos está en la raíz de todos nuestros problemas. Pero, si pudiéramos deshacernos de su presencia intrusiva en nuestras vidas, las cosas andarían mucho mejor. Se quejan de los efectos de un gobierno gigantesco pero pocos señalan su causa.La existencia de Estados gigantescos no es una fatalidad. De hecho, el gobierno gigantesco, en el que el Estado entra en todas las facetas de la vida de la sociedad, no debería existir. El Estado existe para salvaguardar el orden general, lo que a su vez permite a los organismos intermedios de la familia, la comunidad y la región que se desarrollen libres de su control.
Por otra parte, la mayoría de los Estados modernos están protegidos por constituciones que se supone que existen para contener los poderes y el crecimiento del gobierno. Pero dondequiera miremos, vemos que estos límites no se han respetado y que prosperan burocracias hinchadas.
Es obvio que hay otros factores que contribuyen para hacer posible un gobierno gigantesco. Y si queremos resolver el problema, debemos buscar y abordar sus causas.
El conocido escritor conservador Russell Kirk hace una observación muy interesante, que nos da una idea de cuáles son estas causas y cómo podríamos volver a un gobierno delimitado.
Kirk escribe:
“Debajo de cualquier constitución formal ‒incluso debajo de nuestra Constitución‒ existe una constitución no escrita,
mucho más difícil de definir, pero que en realidad es mucho más
pujante”. Esta constitución no escrita consiste en “el cuerpo de
instituciones, costumbres, comportamientos, convenciones y asociaciones
voluntarias que no pueden siquiera ser mencionadas en la constitución
formal, pero que sin embargo forman el tejido de la realidad social y
sostienen la constitución formal”. [1]
En otras palabras, nosotros como pueblo hemos perdido ese
vínculo vital con los usos, costumbres, convenciones y virtudes que
sirven como base a nuestra Constitución. Nos hemos alejado de
nuestras raíces cristianas: las instituciones naturales de la familia,
de la comunidad y la tradición del derecho común, que de forma normal y
natural sirven para moderar y limitar al gobierno.Es esta destrucción de los valores morales, instituciones y costumbres la que hace posible un gobierno invasor. Sin esta “constitución no escrita”, se crea un vacío, lo que permite al gran gobierno actuar de modo agresivo. Así empezamos a perder nuestras libertades.
Solía ocurrir, por ejemplo, que las familias se hicieran cargo de sí mismas. Sin embargo, cuando la institución de la familia fue devastada por la revolución sexual de los años sesenta, se creó un problema real con las familias destrozadas, se preparó el camino para una solución falsa, en la forma de un gobierno gigantesco, que corrió a llenar el vacío y asumió las responsabilidades que no le competían.
También era frecuente que los miembros de una comunidad se ayudaran mutuamente cuando surgían problemas. Había un sentido del honor que prevalecía en la comunidad, donde las familias se enorgullecían de ser honestas y autosuficientes. Sin embargo, con la decadencia de las comunidades y el anonimato de las grandes ciudades, a la gente le parece que no existe ningún problema en pedir a un gobierno gigantesco que sea la niñera a la que se recurra para que atienda sus necesidades básicas.
Otrora se confiaba en la Providencia de Dios para proveer a nuestras necesidades: “danos hoy nuestro pan de cada día”. Pero con la secularización de la sociedad, muchos ya no saben cómo pedir a Dios que satisfaga sus necesidades diarias, a pesar de que no reconozcan como un don los talentos dados por Dios, y en cambio confían en los programas de ayuda social del gobierno como un nuevo tipo de una casi divina providencia.
Parte de la culpa de la destrucción de estas instituciones y costumbres se puede remontar a nuestra cultura de gratificación instantánea. En mi reciente libro, Return to Order, utilizo el término “intemperancia frenética” para describir un espíritu imprudente e inquieto, de desenfreno, que ha azotado a la economía moderna y socavado las instituciones sociales.
Mercados frenéticos llevan a la gente a resentirse de la misma idea de moderación, despreciando los valores espirituales, religiosos, morales y culturales que forman parte de la “constitución no escrita” de Russell, que normalmente sirven para ordenar y moderar nuestra vida en común en sociedad y evita la existencia de un gobierno abrumador.
Lo que necesitamos es un regreso a un marco de orden que nos vuelva a conectar con nuestras raíces cristianas y nuestra tradición de un gobierno limitado. Mucho más que los programas de gobierno, este orden es realmente el corazón y el alma de la economía.
Tenemos que deshacernos de la intemperancia frenética ahora dominante en la economía, que está constantemente desequilibrando los mercados y reemplazarla con una templanza correspondiente.
Esto no puede ser hecho por una legislación, reglamentos o una rígida planificación. Es algo que debe ser realizado individualmente, cambiando nuestro estilo de vida frenético y precipitado, donde la gratificación instantánea está a la orden del día. Es un cambio difícil de valores que pondrán en su lugar los sistemas de inmunidad natural de la familia, la comunidad y la Iglesia, y que nos garantizará nuevamente una sociedad estable, saludable y próspera.
Hasta entonces, el gobierno moloch sólo se hará cada vez más gigantesco.
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