Ella nos muestra una sociedad que le ha dado la espalda a Dios
Lamentablemente,
hay quienes en la Iglesia van más allá de lo que piden los gobiernos. Privan a
los fieles de los sacramentos, exactamente cuándo más los necesitan.
En
tiempos de calamidad, las oraciones de comunidades enteras pueden ser elevadas
pidiendo a Dios que venga en ayuda de una sociedad pecadora que necesita Su
misericordia. La historia da testimonio de que estas oraciones a menudo han
sido escuchadas.
Nuestra
reacción al coronavirus refleja la crisis de toda una sociedad sin Dios.
El
problema no es el virus, por muy potencialmente letal que pueda ser. Este brote
es un hecho biológico, como tantos que han afectado a la humanidad a lo largo
de los siglos.
Si bien
un virus es apolítico, puede, sin embargo, tener consecuencias políticas. Mucho
más volátil que el coronavirus es el miedo. Una coronafobia está sacudiendo el
globo. En este sentido, la reacción al coronavirus es únicamente política y
laica. Ella nos muestra una sociedad que le ha dado la espalda a Dios.
Enfrentamos la crisis confiando solo en nosotros mismos y en nuestras
estrategias.
El Hombre autosuficiente
De hecho,
el manejo de la crisis del coronavirus no acepta ayuda externa. Dios no tiene
significado ni función en todos los esfuerzos para erradicarlo. En lugar de
Dios, están los inmensos poderes del gobierno, movilizados para controlar cada
aspecto de la vida y pretendiendo así evitar su propagación. El poderoso brazo
de la ciencia lucha por encontrar una vacuna. Los mundos de las finanzas y la
tecnología son movilizados para mitigar los efectos desastrosos de la crisis.
Si bien
todos los esfuerzos humanos deben utilizarse para resolver los problemas, no
han producido los resultados deseados. Los intentos actuales han decepcionado a
una sociedad frenéticamente intemperante, adicta a las soluciones instantáneas,
presionando un botón. El mundo se ha visto obligado a detenerse, sin una fecha
definida para el término de la crisis.
Por esta
razón, es tan aterradora. Hay pocas instituciones como la Iglesia para mitigar
el tratamiento y hacerlo humano y soportable. Nos dejan solos para enfrentar
este gran peligro. El pequeño virus aísla y aliena a sus víctimas, sacándolas
de la sociedad. En muchos casos, es el individuo frente al Estado. Los técnicos
en trajes de materiales protectores tratan a hombres y mujeres como si ellos
fueran el virus. En la China totalitaria y en otros lugares, los funcionarios
emplean una violencia brutal para forzar el cumplimiento de directivas
drásticas.
Ya no necesitan a Dios
Un virus
también es a‒religioso. Sin embargo, eso no impide que tenga una dimensión
religiosa. El coronavirus llega en un momento en que la mayor parte de la
sociedad piensa que no necesita a Dios. Para estos, Dios ha sido reemplazado
hace mucho tiempo por pan y circo. Los placeres modernos afirman que no hay
necesidad del Cielo. Los vicios postmodernos no proclaman el temor al Infierno.
Y, sin
embargo, el coronavirus tiene la extraña habilidad de convertir nuestros
paraísos materiales en infiernos. El crucero, símbolo de todas las delicias
terrenales, se convirtió en una prisión infectada para los pasajeros que hacen
todo lo posible por abandonarlos. Aquellos que han hecho del deporte su dios,
ahora encuentran estadios vacíos y torneos cancelados. Aquellos que adoran el
dinero ahora encuentran sus carteras diezmadas y las fuerzas de trabajo en
cuarentena. Los adoradores de la educación observan sus escuelas y
universidades vacías. Los devotos del consumismo se enfrentan a los estantes
desabastecidos en los supermercados. El mundo que adoramos se está derrumbando.
Las cosas por las cuales nos gloriamos, ahora están en ruinas.
Un
pequeño microbio derribó los ídolos, que se consideraban tan estables,
poderosos y duraderos. Ha puesto a sus fieles de rodillas. Y aún insistimos en
que no necesitamos a Dios. Gastaremos billones de dólares, con la vana esperanza
de reparar nuestros ídolos rotos.
Desterrar a Dios
Sin
embargo, un aspecto de la crisis del coronavirus es aún peor. Ya es
suficientemente malo que Dios sea reemplazado o ignorado. Hemos dado un paso
más allá. Dios es desterrado de la escena; le prohíben actuar.
Entre las
medidas draconianas decretadas, los funcionarios del gobierno están prohibiendo
el culto público. En Italia, prohibieron las misas, prohibieron la comunión y
la confesión. La Iglesia y sus sacramentos sagrados son considerados una ocasión
de contagio, tratados como si fuesen un evento deportivo o un concierto de
música.
A su vez,
los medios de comunicación se burlan de la Iglesia, alegando que incluso Dios
ha sido puesto en cuarentena.
Una crisis de Fe
Han
olvidado que la Iglesia es una Madre. Ella estableció los primeros hospitales
del mundo durante la Edad Media y trataba a cada paciente como si fuera Cristo
mismo.
Lamentablemente,
hay quienes en la Iglesia se muestran ansiosos por cumplir con tales medidas.
Privan a los fieles de los sacramentos, exactamente cuando más los necesitan.
Van más allá de lo que los gobiernos piden, hasta el punto de vaciar las
fuentes de su agua bendita y reemplazarlas con dispensadores de desinfectante.
Desalientan los funerales.
Ni
siquiera los milagros están permitidos. ¡Las autoridades de la Iglesia cerraron
unilateralmente los milagrosos baños curativos en Lourdes, en Francia! Esas
aguas milagrosas probablemente hayan curado todas las enfermedades conocidas
por la humanidad. ¿Es este coronavirus más letal?
Tal es el
estado de nuestra Fe en crisis.
La solución está en revitalizar la Fe
Algunos
podrían objetar que adoptar una actitud no secular hacia el virus requiere un
acto de Fe. Sin embargo, debemos preguntar cuál es el mayor acto de Fe:
¿confiar en la Santa Madre Iglesia o en las frías manos de un Estado, que ya se
ha mostrado incapaz de resolver los problemas de la sociedad?
Tenemos
todas las razones para confiar en Dios. El problema es que permitimos que se trate
a la Iglesia como si Ella no supiera nada sobre cómo sanar cuerpos y almas.
Han
olvidado que la Iglesia es una Madre. Ella estableció los primeros hospitales
del mundo durante la Edad Media. Los fundamentos de la medicina moderna tienen
sus raíces en su solicitud por los enfermos. Ella trataba a cada paciente como
si fuera Cristo mismo. Por esto, la Iglesia envió sacerdotes, monjes y monjas
para dar atención médica gratuita a los pobres y enfermos de todo el mundo. A
través de los siglos, en medio de plagas y pestes, encontramos a la Iglesia en
medio de ellos, ocupándose de los infectados a pesar de los grandes peligros.
Sobre
todo, la Iglesia cuidaba las almas de los enfermos. Ella consolaba, consoló y
ungió a los afligidos. Mantuvo innumerables santuarios, como Lourdes, donde los
peregrinos son recompensados por su Fe con tranquilidad de conciencia, curas
y milagros.
En
tiempos de calamidad, las oraciones de comunidades enteras pueden ser elevadas
pidiendo a Dios que venga en ayuda de una sociedad pecadora que necesita Su
misericordia. La historia da testimonio de que estas oraciones a menudo han
sido escuchadas.
Cuando la
Iglesia actúa como debe, evita que crisis, como el coronavirus, se vuelvan
inhumanas y abrumadoras. Como una madre, ella brinda consuelo y esperanza en
los momentos de oscuridad. Ella nos recuerda que no estamos solos y que siempre
debemos recurrir a Dios. No tiene sentido desterrar a Dios de la lucha contra
el coronavirus.
Volviéndose a Dios
De hecho,
la crisis del coronavirus debería ser un llamado a rechazar nuestra sociedad
impía.
Esta
crisis amenaza con ir más allá de la crisis de salud y desbaratar la economía
mundial. Debemos, por lo tanto, preguntar por qué Dios es reemplazado, ignorado
y desterrado. Es hora de recurrir a Dios, quien solo puede salvarnos de este
desastre.
Recurrir
a Dios no significa ofrecer una oración simbólica o celebrar una procesión con
la esperanza de volver a la vida de pecado y placeres intemperantes. En cambio,
debe consistir en una oración sincera, sacrificio y penitencia como la
solicitada por Nuestra Señora en Fátima en 1917.
Volverse
hacia Dios presupone una enmienda de la vida frente a un mundo que odia la Ley
de Dios y se precipita hacia su destrucción. Significa actuar como siempre lo
ha hecho la Iglesia, con sentido común, sabiduría, caridad, pero, sobre todo,
Fe y confianza. Todos estos remedios de la Iglesia, llenos de consuelo y cura,
están al alcance de los fieles.
Papel de las autoridades civiles
Recurrir
a Dios no significa que neguemos el papel del gobierno en el manejo de
emergencias de salud pública. Sin embargo, la Fe debe ser un componente
importante de cualquier solución. Dios está con nosotros. Debemos confiar en el
Santísimo Sacramento, que es la Presencia Real de Dios en el mundo, del Dios
que nos creó. Deberíamos recurrir a la Madre de Dios, la Santísima Virgen
María, la Salud de los Enfermos y la Madre de la Misericordia.
Por John Horvat II
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