El abandono de la moral y de las virtudes tradicionales en Europa occidental y Estados Unidos tornó las sociedades decadentes.
Las antiguas
virtudes eran genuinas, en el sentido de exigir a las personas formas
específicas de comportamiento
Es lo que analiza el libro publicado por la Social Affairs Unit de
Londres: «Decadence: The Passing of Personal Virtue and Its Replacement by
Political and Psychological Slogans» (Decadencia: la desaparición de la virtud
personal y su reemplazo por eslóganes políticos y psicológicos).
Editado por Digby Anderson, el volumen reúne autores de diversas
corrientes y opiniones.
Una primera sección contiene ensayos sobre las «viejas» virtudes, tales
como la prudencia, el amor y la valentía.
La segunda trata de las «nuevas» virtudes, centradas en el medio
ambiente, el humanitarismo, la terapia y el ser críticos.
Este
libro proporciona una reflexión estimulante sobre los peligros de desechar las
verdaderas virtudes para pasar a los caprichos.
En la introducción, Anderson explica que las
antiguas virtudes eran genuinas, en el sentido de exigir a las personas formas
específicas de comportamiento.
De
la virtud a los eslóganes
Las nuevas, en cambio, suelen caer en la categoría de eslóganes o
requiebros retóricos. O, si en algunos casos contienen elementos de verdadera
virtud, tienden a sobredimensionar un aspecto trivial de la virtud principal.
Kenneth Minogue, profesor retirado de ciencias políticas de la School of
Economics de Londres, trata la virtud de la prudencia. Tras mirar a sus
orígenes clásicos en Aristóteles y sus modificaciones posteriores, Minogue
observa que la prudencia ha sido especialmente importante para el equilibrio de
la conducta al coordinar los actos virtuosos de la persona.
Este concepto de la prudencia fue desafiado en el siglo XVIII por los
filósofos utilitaristas, que intentaron sustituirlo por un sistema científico
que maximizara la felicidad.
Una
prudencia que no es virtud
Más recientemente, el mundo moderno ha interpretado la prudencia como
evitar riesgos y, en vez de la virtud, ahora tenemos un análisis estadístico y
una teoría de la probabilidad.
Los peligros de desechar las verdaderas
virtudes para pasar a los caprichos
Otra forma en la que se ha debilitado la virtud de la prudencia es a
través del papel creciente del Estado.
En
lugar de responsabilidad personal, ahora tenemos una regulación cada vez mayor
de la conducta por parte de los gobiernos.
Ética
sentimental
Digby Anderson, hasta hace poco director de la Social Affairs Unit,
consideró la virtud cristiana del amor en uno de los capítulos del libro.
Esta virtud, explica, ha caído en dificultades porque sólo puede
entenderse y vivirse dentro del contexto de una teología cristiana más amplia.
Una
vez que la fe en Dios, el cielo y el pecado desaparecen, entonces el amor,
junto con muchas otras virtudes, se desvanece.
Una
ética sentimental populista
En su lugar tenemos una ética sentimental populista, o una ética secular
basada en derechos. Se mantiene algo del tradicional lenguaje de la virtud del
amor, pero es superficial, sin una metafísica o una sólida antropología que lo
fundamente.
Así,
en lugar de una virtud que ponga a Dios en primer lugar y nos requiera amar a
nuestro prójimo, tenemos ahora un amor que nos libera de las normas, nos anima
a seguir nuestros sentimientos y nos exhorta a ser agradables con la gente.
La verdadera “calidad de vida”
Theodore Malloch, director ejecutivo del Roosevelt Group, de Maryland,
examina la virtud de la frugalidad.
El
valor personal reemplazado por el dinero
Se basaba en la idea de que el valor de una persona no se determinaba
por cuánto gasta, sino por la sabiduría que muestra en sus responsabilidades
asumidas, en el contexto de ser un administrador de la creación de Dios.
El narcisista
Para una persona motivada por tal visión, un deseo ilimitado de poseer
bienes se considera que denota inestabilidad espiritual.
La sociedad moderna, sin embargo, ha invertido las cosas y ve en el
tener más posesiones un signo de éxito.
Así, el dominio ha sido sustituido por la prodigalidad, y la frugalidad
por el endeudamiento. «En tal universo moral, el deseo es lo único
verdaderamente absoluto», comenta Malloch.
Esta
indulgencia de nuestros apetitos, añade, suele conducir a la corrupción y a la
decadencia, personal y colectiva.
Al final, como sucede con los objetos materiales que los compramos y
tiramos, mucha gente puede sentirse decepcionada.
Narcisismo
Mullen también critica el egocentrismo de la nueva
espiritualidad.
La vieja idea religiosa de actuar virtuosamente por propia motivación, o
por causa de Dios, ha sido reemplazada por la noción psicoterapéutica de la
virtud por nuestro propio bienestar.
El
respeto a sí mismo ha sido reemplazado por la autoestima.
El respeto a uno mismo solía surgir de la paz de intentar vivir una vida
virtuosa y del tener una conciencia clara. Ahora sólo consiste en sentirse
bien consigo mismo y carece de todo contenido moral.
Una tendencia a
inflar los problemas de vulnerabilidad emocional
Las religiones tradicionales decían a sus seguidores que habíamos caído
y teníamos necesidad de ayuda espiritual, y explicaban las realidades del
pecado y el perdón.
El
nuevo evangelio de la autorrealización, en cambio, niega cualquier
deficiencia personal y vende una serie de técnicas que
nos permitirán llevar a la práctica nuestro potencial. En el
proceso, los conceptos de lo correcto y lo incorrecto se quedan en la cuneta.
La confianza psicológica en las nuevas virtudes es tratada en el
capítulo a cargo de Frank Furedi, profesor de sociología de la Universidad de
Kent. La enseñanza tradicional sobre los siete pecados capitales, y sus
virtudes contrarias, se ha dado la vuelta, observa.
Se nos advierte en contra de la demasiada amabilidad, porque puede conducir
a una fatiga de la compasión.
La diligencia se desprecia a veces como ejemplo de alguien que sufre de
un complejo de perfeccionismo.
La gente humilde carece de autoestima, y la castidad es una disfunción
sexual. «La virtud ya no es tanto su propia recompensa, sino que es una
situación que requiere intervención terapéutica», concluye.
Una
cultura terapéutica
La moderna cultura terapéutica también anima a una exhibición abierta y
desinhibida de las emociones, observa Furedi.
Reconocer nuestros sentimientos se presenta como un acto de virtud. Y,
en consecuencia, la invitación a buscar terapia o ayuda ha adquirido una
connotación relacionada con el acto de admitir culpabilidad.
Existe,
por tanto, una tendencia a inflar los problemas de vulnerabilidad emocional y a
minimizar la capacidad de la persona para hacer frente al dolor sin la ayuda de
terapia externa.
Esta cultura de la terapia también trae consigo la idea de que la
persona no es autora de su propia vida, sino víctima de la casualidad.
La
virtud se reemplaza así por la terapia, dejándonos más pobres como consecuencia.
Fuente: Zenit
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