¡ Viva Cristo Rey !

Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre Señor.
Cristo, Señor del Cielo y de la TIERRA, Rey de gobiernos y naciones

11 dic 2010

Esperanza, ¿en Dios o atea?

La esperanza cristiana ha transformado la historia de la humanidad

Autor: + Demetrio Fernández, obispo de Córdoba | Fuente: www.revistaecclesia.com

 El hombre no puede vivir sin esperanza. La esperanza es el motor de
la vida humana. Depende de dónde ponga el hombre sus esperanzas, para
que se sienta más o menos realizado, cuando alcanza lo que espera. O,
por el contrario, se sienta defraudado cuando no se cumple aquello
que esperaba.

La esperanza cristiana se apoya en Dios, que es fiel y cumple
siempre. La esperanza cristiana es una virtud teologal, que tiene a
Dios como origen porque es Él quien la infunde en nuestros corazones,
es una virtud que nos lleva a fiarnos de Dios y a desear que cumpla
en nosotros y en el mundo sus promesas. Dios Padre nos promete
hacernos partícipes de su vida en plenitud y para siempre. Por medio
de su Hijo Jesucristo nos ha redimido del pecado y nos ha hecho hijos
suyos. Nos da constantemente el don de su Espíritu, que llena de
esperanza nuestros corazones. Nos llama a vivir en comunidad en su
Santa Iglesia, como familia de Dios que anticipa el cielo nuevo y la
nueva tierra.

La esperanza cristiana ha transformado la historia de la humanidad.
Ha llenado el corazón de muchos hombres y mujeres, moviéndoles a dar
su vida por Cristo y por el Evangelio. Es una esperanza que la muerte
no interrumpe, sino que precisamente en la muerte encuentra su
cumplimiento, pues la muerte nos abre al encuentro definitivo y pleno
con Dios para siempre en el cielo. Es una esperanza que nos lleva a
amar de verdad, a Dios y a los hermanos, hasta el extremo de dar la
vida.

Para los que no tienen a Dios, o porque no le conocen todavía o
porque lo han rechazado, hay otra esperanza, que no tiene tanto
alcance ni mucho menos. Es una esperanza de los bienes de este mundo,
que aún siendo buenos son pasajeros. Esperar la salud, la prosperidad
terrena de los míos. Esperar cosas de este mundo, que aún siendo
buenas nunca sacian el corazón humano.

En definitiva, cuando no es Dios el motor de nuestra esperanza, vivimos con las alas recortadas
sin vuelos largos que entusiasman y llenan el corazón. Una esperanza
sin Dios es una esperanza temerosa de perder incluso aquello poco que
se tiene (y es mayor el temor de perderlo, si es mucho lo que se ha
alcanzado). Dios es la única garantía que elimina todo temor, y nos
hace vivir en el amor.

El marxismo ha predicado una esperanza, que al concretarse en la
realidad histórica a lo largo del siglo XX, ha supuesto un rotundo
fracaso. He ahí el progreso de los países socialistas del Este.
Cuando en 1989 cayó el muro, pudimos constatar la pobreza inmensa de
los que esperaban el “paraíso terrenal”, que nunca ha llegado. La
esperanza marxista es el sueño de algo que no existe (utopía). Es una
esperanza engañosa, porque pone en movimiento al hombre y a la
sociedad, pero lo hace proyectando un espejismo, que nunca se
realiza. Esta esperanza ha llevado al odio por sistema, a la lucha de
clases, a la revolución e incluso al terrorismo.

La esperanza cristiana, sin embargo, es la certeza de una realidad
que se nos brinda como regalo de Dios y como plenitud humana . Y Dios
cumple siempre sus promesas. La esperanza cristiana brota de la
certeza generada por la fe, no es una proyección del corazón humano
que inventa lo que no tiene, soñando aunque sea mentira. Y lo que
Dios nos promete ya existe, está preparado, lo veremos plenamente en
el cielo, y lo vemos continuamente realizado por el amor en nuestras
vidas. No es una utopía, sino una realidad futura, que se va haciendo
presente en la medida en que esperamos y nos abrimos al don de Dios.

Que el tiempo de adviento nos haga crecer en la esperanza, de la
buena. Esa esperanza que se apoya en Dios y no defrauda. Que este
tiempo santo disipe tantos ídolos, que quizá nos llevan a esperar,
pero con una esperanza que desaparece como el humo.
El corazón humano no puede vivir sin esperanza. Pongamos en Dios
nuestra esperaza, y nunca seremos defraudados.


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