¡ Viva Cristo Rey !

Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre Señor.
Cristo, Señor del Cielo y de la TIERRA, Rey de gobiernos y naciones

4 feb 2013

La igualdad: mentira y utopía



La bendición de Dios ilumina, protege y besa todas las cunas, pero no las nivela 

Se repite continuamente que la solución para todos los problemas de nuestra Patria es más igualdad. Pero eso no impide que la existencia de las desigualdades justas y proporcionadas sea necesaria al organismo social. La armonía social, que predicó con su ejemplo Nuestro Señor Jesucristo debe reemplazar el espíritu de lucha de clases que existe con frecuencia.
En la solución de la crisis en que se encuentra nuestra Patria y el mundo, cabe una preciosa misión especialmente a las élites tradicionales, pero también a las auténticas élites existentes en todos los niveles del cuerpo social.
Nuestro Señor Jesucristo consagró la condición de noble así como la de obrero
Así considerada la condición de noble o miembro de una élite tradicional, se comprende que Nuestro Señor Jesucristo la haya santificado encarnándose en una familia de príncipes:
“Es un hecho que si bien Cristo Nuestro Señor prefirió para consuelo de los pobres, venir al mundo privado de todo y crecer en una familia de sencillos obreros, quiso, sin embargo, honrar con su nacimiento a la más noble e ilustre de las casas de Israel a la propia estirpe de David.
“Por eso, fieles al espíritu de Aquél del Cual son Vicarios, los Sumos Pontífices han tenido siempre en muy alta consideración al Patriciado y a la Nobleza romana, cuyos sentimientos de indefectible adhesión a esta Sede Apostólica son la parte más preciosa de la herencia recibida de sus antepasados y que ellos mismos transmitirán a sus hijos.” [1]
Un factor de hostilidad contra las élites tradicionales se encuentra en el prejuicio revolucionario de que toda desigualdad de cuna es contraria a la justicia. Se admite habitualmente que un hombre pueda destacarse por méritos personales; pero no que el hecho de proceder de una estirpe ilustre sea para él un título especial de honor y de influencia.
Con respecto a ello, el Santo Padre Pío X nos imparte una preciosa enseñanza: “Las desigualdades sociales, también aquellas que están vinculadas al nacimiento, son inevitables; la benignidad de la Naturaleza y la bendición de Dios sobre la humanidad iluminan y protegen las cunas, las besan, pero no las igualan. Mirad aun las sociedades más inexorablemente niveladas. Mediante ningún artificio se ha podido nunca conseguir que el hijo de un gran jefe, de un gran conductor de masas, continuase exactamente en el mismo estado que un oscuro ciudadano perdido entre el pueblo. Pero si tan inevitables desigualdades pueden aparecer ante ojos paganos como una inflexible consecuencia del conflicto entre las fuerzas sociales y el poder adquirido por los unos sobre los otros mediante las leyes ciegas que se supone que rigen la actividad humana y regulan tanto el triunfo de los unos como el sacrificio de los otros, una mente cristianamente instruida y educada no puede considerarlas sino como una disposición de Dios, querida por El por la misma razón que las desigualdades en el interior de la familia, y destinada, por tanto, a unir aún más a los hombres entre sí en su viaje de la vida presente hacia la patria del Cielo, ayudándose los unos a los otros del mismo modo que el padre ayuda a la madre y a los hijos.”[2]
Concepción paternal de la superioridad social
La gloria cristiana de las élites tradicionales está en servir no sólo a la Iglesia, sino también al bien común. La aristocracia pagana se ufanaba exclusivamente de su ilustre progenitura; la Nobleza cristiana suma a este título otro aún más alto: el de ejercer una función paternal frente a las demás clases: “El nombre de Patriciado Romano despierta en Nuestro espíritu una reflexión sobre la Historia y una visión de ella aún mucho mayores. Si la palabra patricio, patricius, significaba en la Roma pagana el hecho de tener antepasados, de no pertenecer a una familia corriente, sino a una clase privilegiada y dominante, toma ella a la luz cristiana un aspecto mucho más luminoso y resuena más profundamente, pues asocia a la idea de la superioridad social la de ilustre paternidad. Es éste el Patriciado de la Roma cristiana, que tuvo sus mayores y más antiguos resplandores no tanto en la sangre como en la dignidad de protectores de Roma y de la Iglesia. Patricius Romanorum fue el título usado desde el tiempo de los Exarcas de Ravena hasta Carlomagno y Enrique III. A través de los siglos, los Papas contaron también con armados defensores de la Iglesia procedentes de las familias del Patriciado romano; y Lepanto consagró y eternizó uno de sus grandes nombres en los fastos de la Historia.” [3]
Del conjunto de estos conceptos se desprende ciertamente una impresión de paternalidad que impregna las relaciones entre las clases más altas y las más humildes.
Contra ella se presentan con facilidad al espíritu del hombre moderno dos objeciones:
Por un lado, no faltan quienes afirman que los frecuentes actos de opresión practicados por la Nobleza o élites análogas en el pasado desmienten toda esta doctrina; por otro, mucho ponderan que toda afirmación de superioridad elimina del trato social la cordura, la suavidad, la amenidad cristiana, pues –argumentan– toda superioridad despierta normalmente sentimientos de humillación, pesar y dolor en aquellos sobre quienes se ejerce, y es contrario a la dulzura evangélica despertar tales sentimientos en el prójimo.
Pío XII responde implícitamente a estas objeciones cuando afirma: “Aunque esta concepción paterna de la superioridad social ha excitado a veces los ánimos, por el entrechoque de las pasiones humanas, hacia desvíos en las relaciones entre las personas de rango más elevado y las de condición humilde, la historia de la humanidad decaída [por el pecado original] no se sorprende con ello. Tales desvíos no bastan para disminuir ni ofuscar la verdad fundamental de que para el cristiano las desigualdades sociales se funden en una gran familia humana; que, por lo tanto, las relaciones entre clases y categorías desiguales han de permanecer gobernadas por una justicia recta y ecuánime, y estar al mismo tiempo animadas por el respeto y afecto mutuos, de modo que, aun sin suprimir las desigualdades, se aminoren las distancias y se suavicen los contrastes.”
Perennidad de la Nobleza y de las élites tradicionales
Como las hojas secas caen al suelo, así ocurre, al soplo de la revolución, con los elementos muertos del pasado. La Nobleza, sin embargo, en cuanto especie dentro del género élites, puede y debe sobrevivir porque tiene una razón de ser permanente:
‘El soplo impetuoso de un nuevo tiempo arrastra con sus torbellinos las tradiciones del pasado; pero así se pone en evidencia cuáles de ellas están destinadas a caer como hojas muertas, y cuáles, en cambio, tienden a mantenerse y consolidarse con genuina fuerza vital.
“Una Nobleza y un Patriciado que, por así decir, se anquilosaran en la nostalgia del pasado, estarían condenados a una inevitable decadencia.
Hoy más que nunca estáis llamados a ser no sólo una élite de la sangre y de la estirpe, sino, lo que es más, de las obras y sacrificios, de las realizaciones creadoras al servicio de toda la comunidad social.
“Y esto no es solamente un deber del hombre y del ciudadano que nadie puede eludir impunemente; es también un sagrado mandamiento de la Fe que habéis heredado de vuestros padres, y que debéis, como ellos, legar íntegra e inalterada a vuestros descendientes”.
Fuente: Plinio Corrêa de Oliveira, in “Nobleza y élites tradicionales análogas, en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza Romana”.


[1] Pío XII, Alocución al Patriciado y a la Nobleza romana, (PNR) 1941, pp. 363-364

[2] Pío XII, Alocución al Patriciado y a la Nobleza romana, (PNR) 1942, p. 347

[3] Marco Antonio Colonna, el Joven, Duque de Pagliano ( 1535–1584). San Pío V le confió el mando de las doce galeras pontificias que participaron en la batalla. Se batió con tanto heroísmo y pericia que fue recibido triunfalmente en Roma a su regreso. PNR 1942, pp. 346-347

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