Revolución y Contra-Revolución
A. Decadencia de la Edad Media
Ya esbozamos
en la Introducción del libro
“Revolución y Contra-Revolución” los grandes trazos del proceso de
decadencia de la Cristiandad. Es oportuno añadir aquí algunos pormenores.
El apetito
de los placeres terrenos se va transformando en ansia. Las diversiones se van
volviendo más frecuentes y más suntuosas.
En el siglo
XIV comienza a observarse, en la Europa cristiana, una transformación de
mentalidad que a lo largo del siglo XV crece cada vez más en nitidez. El
apetito de los placeres terrenos se va transformando en ansia. Las diversiones
se van volviendo más frecuentes y más suntuosas. Los hombres se preocupan cada
vez más con ellas. En los trajes, en las maneras, en el lenguaje, en la
literatura y en el arte el anhelo creciente por una vida llena de deleites de
la fantasía y de los sentidos, va produciendo progresivas manifestaciones de
sensualidad y molicie. Hay un paulatino perecimiento de la seriedad y de la
austeridad de los antiguos tiempos.
Todo tiende
a lo risueño, a lo gracioso, a lo festivo. Los corazones se desprenden
gradualmente del amor al sacrificio, de la verdadera devoción a la Cruz, y de
las aspiraciones de santidad y vida eterna.
Todo tiende
a lo risueño, a lo gracioso, a lo festivo. Los corazones se desprenden
gradualmente del amor al sacrificio, de la verdadera devoción a la Cruz, y de
las aspiraciones de santidad y vida eterna. La Caballería, otrora una de las
más altas expresiones de la austeridad cristiana, se vuelve amorosa y
sentimental, la literatura de amor invade todos los países, los excesos del
lujo y la consecuente avidez de lucros se extienden por todas las clases
sociales.
Tal clima
moral, al penetrar en las esferas intelectuales, produjo claras manifestaciones
de orgullo, como el gusto por las disputas aparatosas y vacías, por las
argucias inconsistentes, por las exhibiciones fatuas de erudición, y lisonjeó
viejas tendencias filosóficas, de las cuales triunfara la Escolástica, y que
ahora, ya relajado el antiguo celo por la integridad de la Fe, renacían con
nuevos aspectos. El absolutismo de los legistas, que se engalanaban con un
conocimiento vanidoso del Derecho Romano, encontró en Príncipes ambiciosos un
eco favorable. Y pari passu se fue extinguiendo en grandes y pequeños la fibra
de otrora para contener al poder real en los legítimos límites vigentes en los
días de San Luis de Francia y de San Fernando de Castilla.
B. Pseudo-Reforma y Renacimiento
El tipo
humano, inspirado en los moralistas paganos, que aquellos movimientos
introdujeron como ideal en Europa, así como la cultura y la civilización
coherentes con este tipo humano, ya eran los legítimos precursores del hombre
ávido de ganancias, sensual, laico y pragmático de nuestros días
Este nuevo
estado de alma contenía un deseo poderoso, aunque más o menos inconfesado, de
un orden de cosas fundamentalmente diverso del que había llegado a su apogeo en
los siglos XII y XIII.
La
admiración exagerada, y no pocas veces delirante, por el mundo antiguo, sirvió
como medio de expresión a ese deseo. Procurando muchas veces no chocar de
frente con la vieja tradición medieval, el Humanismo y el Renacimiento
tendieron a relegar la Iglesia, lo sobrenatural, los valores morales de la
Religión, a un segundo plano. El tipo humano, inspirado en los moralistas
paganos, que aquellos movimientos introdujeron como ideal en Europa, así como
la cultura y la civilización coherentes con este tipo humano, ya eran los
legítimos precursores del hombre ávido de ganancias, sensual, laico y
pragmático de nuestros días, de la cultura y de la civilización materialistas
en que cada vez más nos vamos hundiendo. Los esfuerzos por un Renacimiento
cristiano no lograron aplastar en su germen los factores de los cuales resultó
el triunfo paulatino del neopaganismo.
En algunas
partes de Europa, este neopaganismo se desarrolló sin llevarlas a la apostasía
formal. Importantes resistencias se le opusieron. E incluso cuando se instalaba
en las almas, no osaba pedirles -al principio por lo menos- una ruptura formal
con la Fe.
El orgullo
dio origen al espíritu de duda, al libre examen, a la interpretación
naturalista de la Escritura. Produjo la insurrección contra la autoridad
eclesiástica
Pero en
otros países embistió abiertamente contra la Iglesia. El orgullo y la
sensualidad, en cuya satisfacción está el placer de la vida pagana, suscitaron
el protestantismo.
El orgullo
dio origen al espíritu de duda, al libre examen, a la interpretación
naturalista de la Escritura. Produjo la insurrección contra la autoridad
eclesiástica, expresada en todas las sectas por la negación del carácter
monárquico de la Iglesia Universal, es decir, por la rebelión contra el Papado.
Algunas, más radicales, negaron también lo que se podría llamar la alta
aristocracia de la Iglesia, o sea, los Obispos, sus Príncipes. Otras negaron
incluso el propio sacerdocio jerárquico, reduciéndolo a una mera delegación del
pueblo, único detentor verdadero del poder sacerdotal.
En el plano
moral, el triunfo de la sensualidad en el protestantismo se afirmó por la
supresión del celibato eclesiástico y por la introducción del divorcio.
C. Revolución Francesa
La obra
política de la Revolución Francesa no fue sino la transposición, al ámbito del
Estado, de la “reforma” que las sectas protestantes más radicales adoptaron en
materia de organización eclesiástica
La acción
profunda del Humanismo y del Renacimiento entre los católicos no cesó de
dilatarse en una creciente cadena de consecuencias en toda Francia. Favorecida
por el debilitamiento de la piedad de los fieles -ocasionado por el jansenismo
y por los otros fermentos que el protestantismo del siglo XVI desgraciadamente
había dejado en el Reino Cristianísimo- tal acción tuvo por efecto en el siglo
XVIII una disolución casi general de las costumbres, un modo frívolo y
brillante de considerar las cosas, un endiosamiento de la vida terrena, que
preparó el campo para la victoria gradual de la irreligión. Dudas en relación a
la Iglesia, negación de la divinidad de Cristo, deísmo, ateísmo incipiente
fueron las etapas de esa apostasía.
Profundamente
afín con el protestantismo, heredera de él y del neopaganismo renacentista, la
Revolución Francesa realizó una obra del todo y en todo simétrica a la de la
Pseudo-Reforma. La Iglesia Constitucional que ella, antes de naufragar en el
deísmo y en el ateísmo, intentó fundar, era una adaptación de la Iglesia de
Francia al espíritu del protestantismo. Y la obra política de la Revolución
Francesa no fue sino la transposición, al ámbito del Estado, de la “reforma”
que las sectas protestantes más radicales adoptaron en materia de organización
eclesiástica:
– rebelión
contra el Rey, simétrica a la rebelión contra el Papa;
– rebelión
de la plebe contra los nobles, simétrica a la rebelión de la “plebe”
eclesiástica, es decir, de los fieles, contra la aristocracia de la Iglesia, es
decir, el Clero;
– afirmación
de la soberanía popular, simétrica al gobierno de ciertas sectas, en mayor o
menor medida, por los fieles.
D. Comunismo
La
Revolución de la Sorbonne en 1968 difundió por todo el mundo un espíritu
anárquico y libertario
En el
protestantismo nacieron algunas sectas que, transponiendo directamente sus
tendencias religiosas al campo político, prepararon el advenimiento del
espíritu republicano. San Francisco de Sales, en el siglo XVII, previno contra
estas tendencias republicanas al Duque de Saboya (cfr. Sainte-Beuve, “Études
des lundis” – XVII ème siècle – Saint François de Sales”, Librairie Garnier,
París, 1928, p. 364). Otras, yendo más lejos, adoptaron principios que, si no
pueden ser llamados comunistas en todo el sentido actual del término, son por
lo menos pre-comunistas.
De la
Revolución Francesa nació el movimiento comunista de Babeuf. Y más tarde, del
espíritu cada vez más vivaz de la Revolución, irrumpieron las escuelas del
comunismo utópico del siglo XIX y el comunismo llamado científico de Marx.
¿Y qué hay
de más lógico? El deísmo tiene como fruto normal el ateísmo. La sensualidad,
sublevada contra los frágiles obstáculos del divorcio, tiende por sí misma al
amor libre. El orgullo, enemigo de toda superioridad, habría de embestir contra
la última desigualdad, es decir, la de fortunas. Y así, ebrio de sueños de
República Universal, de supresión de toda autoridad eclesiástica o civil, de
abolición de toda Iglesia y, después de una dictadura obrera de transición,
también del propio Estado, ahí está el neo-bárbaro del siglo XX, producto más
reciente y más extremado del proceso revolucionario.
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