Los mediocres han hecho tantas leyes, tantos reglamentos, instituido tantos cargos públicos, que a las almas superiores no les es posible escapar de los cubículos de esta mediocridad organizada
Sin pretender hacerlo, el mediocre impone la dictadura de la
mediocridad.
La mediocridad es el
mal de los que, enteramente absorbidos por las delicias de la pereza y por el
exclusivo deleite de lo que está al alcance de su mano, por el completo
confinamiento en lo inmediato, hacen del estancamiento la condición normal de
sus existencias.
No miran hacia atrás:
les falta el senso histórico. Ni miran hacia delante o hacia lo alto: no
analizan ni prevén. Tienen pereza de abstraer, de alinear silogismos, de sacar
conclusiones, de arquitectar conjeturas. Su vida mental se cifra en la
sensación de lo inmediato.
La abundancia del
día, el sillón cómodo, las pantuflas y la televisión: no va más allá su pequeño
paraíso. Paraíso precario, que buscan proteger con toda especie de seguros: de
vida, de salud, contra incendios, contra accidentes, etc., etc.
Y tanto más feliz el
mediocre se siente, cuanto más nota que todas las puertas que pueden abrirse
hacia la aventura, hacia el riesgo, hacia lo esplendoroso están sólidamente
cerradas.
El cristiano aspira a una
civilización católica
A través del sufragio
universal, los mediocres han hecho tantas leyes, tantos reglamentos, instituido
tantos cargos públicos, que a las almas superiores no les es posible escapar de
los cubículos de esta mediocridad organizada. Sin pretender hacerlo, el
mediocre impone la dictadura de la mediocridad.
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