La quimérica
igualdad de derechos entre hombres y mujeres, reclamada por los movimientos
feministas, es contraria a los propios intereses de la mujer.
Rudeza o
delicadeza
«Pide el orden natural de las cosas que todos los valores particularmente ricos en gracia y delicadeza estén al servicio de la mujer, pues ellos constituyen lo propio de su fragilidad, el medio adecuado para que en alma femenina se expandan las más nobles cualidades de esposa, de madre y de hija.
«Pide el orden natural de las cosas que todos los valores particularmente ricos en gracia y delicadeza estén al servicio de la mujer, pues ellos constituyen lo propio de su fragilidad, el medio adecuado para que en alma femenina se expandan las más nobles cualidades de esposa, de madre y de hija.
«Y por esto
mismo nada nos es más desagradable que ver una mujer dedicada a trabajos cuya
rudeza es incompatible con su delicada naturaleza: cargadora de fardos,
mecánico, soldado”…
«…Si la
mujer debe ser igual al hombre, este debe ser igual a la mujer. Y el hombre
afeminado es fruto genuino de las mismas tendencias e ideas igualitarias, más o
menos subconscientes, que dieron origen a la masculinización de la mujer.
«Mujer
masculinizada, hombre afeminado, índices seguros de decadencia y corrupción de
la familia, y por tanto de la Civilización».
Plinio Corrêa de Oliveira
Desgraciadamente,
la sociedad moderna no está organizada en función de los altos valores morales
católicos, pero sí de conceptos hedonistas (concebir como finalidad de la vida
la búsqueda del placer). Nace así la ambición desenfrenada de ganar dinero y,
con ella, el deseo de «aprovechar» la vida. Para esto trabajar mucho. Así, los
hijos son considerados un obstáculo que «roba» el tiempo dedicado a sí mismo,
al gozo de la vida, etc.
Sociedad «anti-hijos»
Otro factor,
originado principalmente en el siglo XX, es la urbanización y la
industrialización, que produjeron profundas transformaciones en la institución
familiar, forzando e incentivando la constitución de la llamada «familia
nuclear» (compuesta sólo por los esposos, uno o dos hijos y -según la Sra.
Raquel- «un perrito»…). Un estilo de vida bien diferente del de la «familia
patriarcal» (prole numerosa, con muchos parientes que conviven intensamente,
con visitas recíprocas etc.). En esta última, la formación de los niños se daba
en una atmósfera de mucha convivencia social. Desde los abuelos o incluso de
los bisabuelos, hasta los primos de diversas edades. La mujer permanecía en
casa, con la noble y elevada misión de madre de familia, velando por los niños,
inculcándoles las primeras nociones de la fe católica, la admiración por los
actos destacados de los antepasados, y cuidando de las tareas domésticas.
De paso,
estamos conscientes que la vida como está organizada hoy -o desorganizada-,
muchas veces, debido a exigencias económicas, obliga a la mujer a trabajar
fuera del hogar. Frecuentemente ella es más una víctima que autora de una
situación que a ella no le gusta. Pero en este caso el trabajo debería ser
delicado, que condiga con la naturaleza femenina. La mujer no tiene vocación
para hacer trabajos pesados como, por ejemplo, los de cargadora de fardos o
camionera.
Es necesario
añadir que debería ser una labor suave, que diese a la mujer las condiciones de
ejercerla sin extenuarse; que le proporcionase tiempo también para cuidar del
hogar y desvelarse por la prole; que no le exigiese ausentarse todo el día; que
no la obligue a llegar a su casa agotada de tal modo que no pueda dar la debida
atención a sus hijos.
Armonización entre trabajo y familia
Ya que tanto
se habla de derechos de las mujeres, ¿Por qué no emprender una acción que les
facilitase el ejercicio de su elevada misión de madres de familia, incentivando
trabajos, con horarios más flexibles y más apropiados a las de madres de
familia? ¿Por qué no elaborar, por ejemplo, una política de gobierno que las
auxilie a conciliar familia y trabajo, no creando dificultades a la permanencia
de la madre con sus hijos, favoreciéndolas particularmente -lo que es
indispensable- durante sus primeros años de vida?
No vemos,
sin embargo, movimientos feministas defendiendo esos auténticos derechos, pero
sí reivindicando la equiparación de la mujer al hombre, la liberación de la
mujer y el derecho al trabajo, como si ella pudiese contribuir más a la
sociedad como trabajadora que como madre. Tales reivindicaciones serían más
apropiadas a un movimiento de masculinización de la mujer que a un movimiento
feminista.
Esta «lucha»
de las feministas por la igualdad entre hombres y mujeres, las perjudica
gravemente.
En ese feminismo
vemos incrustada, además de una reivindicación antinatural, una revolución
igualitaria contra las desigualdades naturales y complementarias establecidas
por Dios entre los sexos.
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