Al mediocre le parece ridículo todo lo que está encima de él,...
...porque teme las cosas superiores. Al activista de la mediocridad le queda al actuar una preocupación: es el miedo a comprometerse.
«Al mediocre le agradan los escritores que no dicen ni sí ni no, sobre ningún tema, que nada afirman y que tratan con respeto todas las opiniones contradictorias.
«Toda afirmación les parece insolente, pues excluye la proposición contraria. Pero si alguien es un poco amigo y un poco enemigo de todas las cosas, el mediocre lo considerará sabio y reservado, admirará su delicadeza de pensamiento y elogiará el talento de las transiciones y de los matices.
«Para escapar a la censura de intolerante, hecha por el mediocre a todos los que piensan sólidamente, sería necesario refugiarse en la duda absoluta; y aún en tal caso, sería preciso no llamar a la duda por su nombre. Es necesario formularla en términos de opinión modesta, que reserva los derechos de la opinión opuesta, toma aires de decir alguna cosa y no dice nada. Es preciso añadir a cada frase una perífrasis azucarada: «parece que», «osaría decir que», «si es lícito expresarse así».
«Al activista de la mediocridad le queda al actuar una preocupación: es el miedo a comprometerse. Así, expresa algunos pensamientos robados a Perogrullo (1), con la reserva, la timidez y la prudencia de un hombre receloso de que sus palabras, por demás osadas, estremezcan al mundo.
«Al juzgar un libro, la primera palabra de un hombre mediocre se refiere siempre a un pormenor, habitualmente un pormenor de estilo. «Está bien escrito», dice él, cuando el estilo es corriente, incoloro, tímido. «Está mal escrito», afirma él, cuando la vida circula en una obra, cuando el autor va creando para sí un lenguaje a medida que habla, cuando expresa sus pensamientos con ese desembarazo osado que es la franqueza de un escritor.
“El mediocre detesta los libros que obligan a reflexionar. Le agradan los libros parecidos a todos los otros, los que se ajustan a sus hábitos, que no hacen romper su molde, que caben en su ambiente, que los conoce de memoria antes de haberlos leído, porque tales libros se parecen a todos los otros que él leyó desde que aprendió a leer.
«El hombre mediocre dice que hay algo de bueno y de malo en todas las cosas, que es preciso no ser absoluto en su juicio, etc.
«Si alguien afirma categóricamente la verdad, el mediocre lo acusará de exceso de confianza en sí mismo. El, que tiene tanto orgullo, no sabe qué es el orgullo. Es modesto y orgulloso, dócil frente a Marx y rebelde contra la Iglesia. Su lema es el grito de Joab: «Soy audaz solamente contra Dios».
«El mediocre, en su temor de las cosas superiores, afirma amar ante todo el sentido común; sin embargo no sabe qué es el sentido común. Pues por esas palabras entiende la negación de todo cuanto es grande.
«El hombre inteligente eleva su frente para admirar y para adorar; el mediocre eleva la frente para bromear; le parece ridículo todo lo que está encima de él, y el infinito le parece el vacío».
(1)»Monsieur de la Palisse», en el original francés
Escritos de Ernest Hello (1828-1885), célebre hagiógrafo francés
Ecologistas: «buscar la pobreza…reducir consumo…regular la mortalidad»
Hoy, la clase intelectual dominante busca reemplazar la «civilización moderna» en decadencia por una basada en una «nueva síntesis cultural», invirtiendo la concepción cristiana del mundo, del hombre y de Dios.
Cambio de paradigma ecológico
Es bien sabido que la poca bondad y solidez que aún quedan en nuestra sociedad provienen de los restos de la civilización cristiana. Esta misma civilización fundada hace dos mil años permitió a las personas construir lo que se llama incorrectamente la cristiandad medieval.
Hoy, la clase intelectual dominante busca reemplazar la «civilización moderna» en decadencia por una basada en una «nueva síntesis cultural», elaborando una concepción del mundo, el hombre y Dios.
El humanismo integral y la secularización
A lo largo del siglo XX, los secularistas y los demócratas cristianos intentaron lanzar el programa que promovió un «humanismo integral» secular postcristiano, que no era religioso ni ateo. El resultado fue la aceptación por el mundo católico de la secularización, que favoreció la descristianización de la sociedad.
Hoy, filósofos, sociólogos, politólogos, científicos e incluso teólogos están luchando para inventar un «nuevo humanismo» que construiría una «casa común» para salvar a la sociedad moderna de sus contradicciones y crisis.
La ecología integral
Sin embargo, este programa contiene paradojas que bordean las provocaciones. El promocionado «nuevo humanismo» en realidad consiste en una «ecología integral» que reduce al hombre a un componente del medio ambiente. La «casa común» proyectada se reduce a un entorno socio-biológico identificado con el ecosistema de la Tierra. La deseada «nueva civilización» surgiría del abandono de los fundamentos culturales, sociales y políticos de la civilización tradicional y cristiana.
Este programa excluye cualquier referencia a la Redención, la salvación del alma, lo sobrenatural, la vida eterna o incluso a Dios. Se basa en una concepción terrenal e inmanente del mundo, el hombre e incluso la religión.
Estos puntos de vista y sugerencias ya se pueden encontrar en la encíclica del Papa Francisco dedicada a la ecología (Laudato Si ‘, 2015). El Sínodo de los Obispos sobre la Amazona de octubre los ha llevado al extremo, bajo el estandarte de un nuevo paradigma: «ecología integral».
La introducción del Documento Preparatorio oficial del Sínodo propone iniciar la conversión de pueblos, estados e incluso de la Iglesia con un «proceso de desarrollo integral y ecología» destinado a fomentar la «diversidad» y el «pluralismo» en todas las áreas, no solo ambientales sino también humano, es decir, social, cultural e incluso religioso.
El Programa de «Ecología Integral»
No dejemos que el lector se engañe con la calificación de «integral» antes del uso de la palabra ecología. Tales maniobras dan la impresión de que es una ideología integral, que no es reduccionista y partidista, sino más bien equilibrada y coherente, ya que trata todos los aspectos de la realidad.
Por el contrario, esta ecología no está integrada en la visión cristiana, sino que esta última está integrada en un programa ecológico. La religión, la cultura y la civilización se reducen a factores ambientales en el ecosistema, identificados con el planeta Tierra, como se encuentra claramente en el Documento Preparatorio (especialmente en la sección no. 9).
Este ecologismo es una ideología que pretende anular la visión jerárquica tradicional de la relación entre el mundo, el hombre y Dios. La Revelación Divina coloca la Creación al servicio del hombre, el hombre al servicio de la Iglesia y la Iglesia al servicio de Dios. El nuevo programa ecológico invierte esta secuencia, poniendo a Dios y a la Iglesia al servicio de la integridad del hombre, y al hombre al servicio de la integridad de la naturaleza. Esta integridad natural consiste en la biodiversidad cósmica y el equilibrio ambiental. El documento antes mencionado intenta justificar este nuevo arreglo al afirmar que «todo está interconectado» (no. 13) en la Creación. Todos los elementos de este esquema están relacionados de forma igualitaria.
El catastrofismo ecologista
Al tratar de seducir a las masas y los pueblos, los ecologistas deben explotar los sentimientos e instintos primarios y atávicos del hombre, incluidos los religiosos o parareligiosos. Aunque a menudo es promovida por ateos o agnósticos, la «ecología integral» profesa implícitamente un tipo de religión propia: el culto a la Madre Tierra, como se concreta en la cosmolatría o en el «culto de Gea» (o Gaia).
Los ecologistas también tienen su propio (falso) profetismo de tipo apocalíptico, que se manifiesta en predicciones de catástrofe ambiental inminente. Aunque estos pronósticos son periódicamente negados por los hechos, los ecologistas siguen presentándolos como inminentes mientras los empujan obstinadamente a una fecha futura.
Esta obsesión apocalíptica se asemeja tanto al fanatismo de los Testigos de Jehová que los eco-catastrófistas ahora son tildados de «Testigos de Gea» o de la Madre Tierra. Ambos testigos piden al público que tenga una fe ciega en sus predicciones terroríficas, aunque estos eventos nunca ocurren y se posponen constantemente. Además, como dicen los psicólogos, «los que gobiernan el miedo gobiernan la sociedad».
Por lo tanto, tal ecologismo es realmente una idolatría antinatural y va en contra de la civilización. Presupone una visión del mundo, del hombre y de Dios situada entre el materialismo moderno y el panteísmo «posmoderno». Es por eso que «integrar la ecología» es en realidad un factor de desintegración de la religión, la cultura y la sociedad.
Reciclaje de ideologías fracasadas
Los mejores esfuerzos del movimiento ecológico por el reciclaje no implican desperdicio, sino conceptos, esquemas y lemas de viejas ideologías revolucionarias como el marxismo, e incluso el socialismo más utópico. Es muy hábil en adaptarlos a las crisis culturales emergentes y en formular nuevas estrategias para conquistar la opinión pública.
Por ejemplo, los ambientalistas han instrumentalizado la lucha del proletariado para recuperar los activos económicos «alienados» del sistema capitalista. Lo hacen reciclando la lucha del subproletariado del Tercer Mundo para reclamar tierras «incautadas y explotadas por el capitalismo mundial». Culpan a los capitalistas por difundir una economía “extractivista”, productivista y consumista que contamina la «inocencia primordial» del hombre y reprime la autonomía de las «periferias del mundo».
Además, el ecologismo retoma el mito del siglo dieciocho del «buen salvaje» y el lema del siglo diecinueve que instó a un «retorno a la barbarie», aludiendo a las masas proletarias urbanas que debían ser evangelizadas. Esta ideología recicla ese lema en uno nuevo, instando a un «retorno a lo salvaje», aludiendo a las poblaciones en las «periferias del [Tercer] Mundo» marginadas por la sociedad avanzada.
Inversión del concepto de evangelización
Los ecologistas religiosos invierten el concepto de evangelización. Por ejemplo, de acuerdo con el Documento Preparatorio antes mencionado (No. 13), los pueblos y tribus como los de la Amazonía no deben ser evangelizados por la Iglesia, sino que la Iglesia debe permitir ser evangelizada por ellos.
En cuanto a su modelo de «economía sustentable», los ecologistas reciclan el viejo modelo del socialismo utópico (de Fourier en adelante). Proponen un rechazo no solo del consumismo, sino también del mercado, la industria y la propiedad privada. Si bien pretende crear una sociedad que sea «sobria, frugal y feliz», este proyecto en realidad favorecería la pobreza y, de hecho, la miseria económica y moral.
De la ciudad como centro de civilización a la jungla
La vida en sociedad se basa no solo en la religión sino también en una civilización políticamente organizada bajo el imperio de la ley. La palabra «civilización» proviene del latín civitas, que significa ciudad, entendida como una comunidad estable organizada en centros urbanos. La palabra «político» proviene de la polis griega, que también significa ciudad, en referencia a la administración urbana y el gobierno. La palabra «ley» alude al griego jus y a la rectitude latina. Por lo tanto, un simple hábito privado o una costumbre pública no pueden justificarse por el mero hecho de existir (ser una «situación vivida», como dicen hoy), sino que debe tender a lograr un bien objetivo.
La historia muestra que las civilizaciones avanzadas nacen cuando las familias o comunidades humanas, abandonan la vida nómada de los cazadores o desarrollan la vida sedentaria de los recolectores, se unen en ciudades estables, se organizan políticamente bajo una autoridad y se gobiernan con el derecho público, que históricamente puede ser corregido y enriquecido por la ley cristiana.
Una revolución total de la sociedad
Por el contrario, la «nueva civilización» soñada por los ecologistas no solo reemplaza la ciudad con la selva, la política con la ecología, sino que también sustituye el estado de derecho con la situación de facto de las tribus salvajes, cuyas ideas y costumbres deben justificarse y promoverse a todo costo. Los ecologistas rechazan no solo el capitalismo o la tecnocracia, sino también el Estado, la ciudad e incluso la familia, reemplazándolos con una comunión de bienes y una comunidad o tribu espontánea y ocasional. Es decir, esas formas primitivas de asociación típicas de comunidades bárbaras o salvajes que no pueden proporcionar a sus miembros con una vida verdaderamente civil, y mucho menos una avanzada.
La misma propaganda ideológica que exalta las constituciones políticas y los derechos de ciudadanía (para ser reconocidos por cualquiera), paradójicamente promueve una «ecología integral» que rechaza los fundamentos de la sociedad civil, como se manifiesta no solo en la política o la ley, sino también en la cultura y la familia. Por lo tanto, la «nueva civilización ecológica» en realidad está preparando una especie de anti-civilización.
Las amenazas para el futuro
El programa ecologista es consistente con el diagnóstico de civilización del conocido filósofo e historiador italiano Giambattista Vico en la primera mitad del siglo XVIII, que vio corroído por la «cultura fatua» de la Ilustración. Hace tres siglos, argumentó que las civilizaciones que progresan de manera desorganizada tienden a negar sus raíces morales y religiosas y corren el riesgo de caer en una anti-civilización cínica e impía, que las lleva de vuelta al estado bárbaro o salvaje.
Esta regresión es muy peligrosa porque coloca herramientas conceptuales y tecnológicas avanzadas al servicio de pasiones inmorales y desordenadas.
Vico concluyó que la única salvación para este peligro radica en recuperar el espíritu religioso y moral sobreviviente en la conciencia de la población. Esta solución debería proponerse a la civilización moribunda de hoy.
La familia, una institución educativa además de biológico y psicológico
El socialismo y el comunismo buscan evitar las desigualdades que provienen de la herencia espiritual y biológica. Para ello tratan de eliminar la familia, educando a todos los niños en escuelas igualitarias estatales.
En todo momento se oye repetir que la justicia requiere que todos tengan las mismas oportunidades en el punto de partida de la vida. Por lo tanto, la educación y los mismos programas de estudios en diversas universidades deben ser iguales para todos. Quien tuviese más valor, fatalmente sobresaldría. El mérito encontraría su estímulo y su recompensa. Y la justicia ‒¡por fin!– imperaría sobre la faz de la tierra.
Un sofisma «cristiano»
Este modo de ver asume a veces una formulación con matices «cristianos» (¿y qué desatino no busca hoy un disfraz «cristiano»?). Dios –se argumenta– premiará al final de su vida a los hombres conforme a sus méritos, sin tomar en cuenta la cuna en la que cada uno nació. Desde la perspectiva de la justicia divina y para los fines de la eternidad, sería una negación del valor de los puntos de partida. Es loable, es digno, es cristiano, en ese caso, que los hombres intenten organizar su existencia terrenal de acuerdo con las normas de la justicia celestial. Y que, por lo tanto, las ventajas de la vida terrena también queden al alcance de todos y al final sean conquistadas por los más capaces.
* * *
Antes de examinar este principio en sí, es conveniente que notemos algunas de las aplicaciones que escuchamos aquí y allá.
La herencia y el derecho de propiedad
Hay hombres de negocios que consideran la herencia de la empresa un privilegio antipático. Sus hijos no son los dueños de la ella por derecho de herencia. Son empleados como los demás, comenzando desde abajo, es decir, de los cargos más modestos, y sólo ascenderán a la dirección de la empresa si fueren los más capaces.
Hay familias ricas y de buena educación, que ven como un imperativo de justicia establecer un patrón único de primaria y secundaria. Que sean cerrados o reformados todos los establecimientos de enseñanza de diversos niveles que existen en la actualidad.
No son tan pocos los que, habiendo acumulado durante su existencia buenas economías, sienten un cierto malestar de conciencia ante la idea de transmitirlas a sus hijos: ¿ellos no se beneficiarán, ipso facto, de un privilegio antipático e injusto, adquiriendo bienes que no vinieron del trabajo propio, ni del mérito personal?
Así, la doctrina compulsoria de la igualdad de los puntos de partida se despliega en consecuencias que pueden derribar el régimen de la propiedad privada.
* * *
Antes de seguir adelante, importa tener en cuenta las contradicciones pintorescas en las que los defensores de estas tesis suelen caer.
Las contradicciones de estos «idealistas»
Idólatras del mérito como único criterio de justicia, favorecen generalmente las escuelas de pedagogía moderna, contrarias a premios y castigos, alegando que los castigos como las recompensas crean complejos. Y, de esta forma, la idea de mérito y ‒su corolario forzoso‒ que es la idea de culpabilidad, son eliminados de la educación de los futuros ciudadanos de una civilización basada en el mérito.
Por otro lado, los mismos endiosadores del mérito se muestran a menudo a favor de cementerios donde todas las sepulturas sean iguales. Así, al final de la existencia terrenal organizada según el criterio del mérito individual, y en el umbral de la vida eterna feliz o infeliz, según el mérito o la culpa, se excluye cualquier reconocimiento especial al mérito.
Tumbas iguales para el sabio insigne y para el hombre común; para quien dirigió a los pueblos y para aquellos que sólo se preocuparon con su propia vida; para la víctima inocente y para el asesino infame; para el promotor de cismas y herejías y para el héroe que vivió y murió defendiendo la Fe.
¿Cómo podemos explicar que se pueda, al mismo tiempo, endiosar tanto el mérito y negarlo completamente?
* * *
Sin embargo, la contradicción más asombrosa de estos partidarios de la igualdad de todos los puntos de partida, se muestra cuando, al mismo tiempo, se dicen entusiastas de la institución familiar. De hecho, ésta es por mil lados la rotunda negación de la igualdad de puntos de partida. Veamos por qué.
La herencia biológica y psicológica
Hay un hecho natural, misterioso y sagrado, que está íntimamente relacionado con la familia. Es la herencia biológica. Es evidente que algunas familias son más dotadas desde este punto de vista que otros; y que a menudo depende de factores ajenos al tratamiento médico o a una educación altamente higiénica. La herencia biológica tiene importantes reflejos en el orden psicológico. Hay familias en las que, a través de muchas generaciones, se transmite el sentido artístico, o el don de la palabra, o el tino médico, o la idoneidad para los negocios y así sucesivamente. La naturaleza misma –y, por tanto, Dios, que es el autor de la naturaleza‒ a través de la familia, quiebra el principio de la igualdad del punto de partida.
La familia, una institución educativa
Además, la familia no es meramente transmisora de un patrimonio biológico y psicológico. Es una institución educativa y, en el orden natural de las cosas, la primera institución educativa y de capacitación. Así, quien es educado por padres altamente dotados en términos de talento, de cultura, de educación o – lo que es capital‒ de moralidad, siempre tendrá un punto de partida mejor. Y el único modo de evitar esto es eliminar la familia, educando a todos los niños en escuelas igualitarias estatales, según el régimen comunista. Por lo tanto, existe una desigualdad hereditaria más importante que el patrimonio y que es una consecuencia directa y necesaria de la existencia de la familia.
La herencia patrimonial
¿Y la herencia del patrimonio? Si un padre tiene verdaderamente entrañas de padre, amará forzosamente más que a los otros a su hijo, carne de su carne y sangre de su sangre. Por lo tanto, se guiará conforme a la ley cristiana si no ahorra esfuerzos, sacrificios ni vigilias, para acumular un patrimonio que ponga a su hijo al abrigo de tantas desgracias que la vida puede traer. En este afán, el padre habrá producido mucho más que si no tuviese hijos. Después de una vida de trabajo, este hombre expira, alegre por dejar a su hijo en condiciones propicias.
Imaginemos que, en el momento en que acaba de expirar, viene el Estado y, en nombre de la ley, confisca la herencia, para imponer el principio de la igualdad de los puntos de partida. ¿Esta imposición no es un fraude en relación al muerto? ¿Ella no pisotea los más sagrados valores de la familia, un valor sin el cual la familia no es familia, la vida no es vida, es decir, el amor paterno? Sí, el amor paterno que dispensa protección y asistencia al hijo –incluso más allá de la idea de mérito‒ simplemente, de modo sublime, por el simple hecho de ser hijo.
Y este verdadero crimen contra el amor paterno, como es la supresión de la herencia, ¿puede cometerse en nombre de la Religión y la Justicia?
¿De dónde viene la inercia ante
leyes que erosionan a la familia?
De que no existan en los espíritus ideas
firmes, principios sólidamente establecidos en las almas, y sí ideas vagas y
fluctuantes, incapaces de dar energía a los corazones.
Aquella fuente de recuerdos y
de afectos, de principios y de costumbres, que antes eran transmitidos de
padres a hijos hoy perdura muy poco
La solución para evitar la
introducción de leyes contrarias a la institución de la familia -además de la
formación de un movimiento de opinión pública- consiste en imbuir a los hijos
de las tradiciones familiares, pues, en cuanto estas perduraren, esos actos
legislativos encontrarán una sana resistencia.
La tarea de hacer renacer las
tradiciones en las familias puede y debe ser la obra de cada uno en su propia
casa. Sólo se puede esperar la abolición de las leyes revolucionarias a partir
de un gran movimiento de opinión.
Pero lo que cada uno puede hacer
es reavivar en su ambiente el espíritu de familia. Así, hará a los suyos el
mayor bien posible, y al mismo tiempo preparará la renovación de la sociedad.
Porque es necesario que haya tradiciones sustentando las leyes, para que ellas
tengan la fuerza que el asentimiento del corazón les proporciona; de la misma
forma que es necesaria la educación familiar para sustentar las tradiciones,
mantenerlas, hacer que ellas se tornen el principio de las costumbres, sin las
cuales las buenas leyes no son nada, y contra las cuales las leyes nada pueden…
Transmisión de las «tradiciones de
familia»
¿De dónde viene la inercia ante
leyes que erosionan a la familia? De que no existan en los espíritus ideas
firmes, principios sólidamente establecidos en las almas, y sí ideas vagas y
fluctuantes, incapaces de dar energía a los corazones. ¿Y por qué las ideas en
nuestros días fluctúan de ese modo? Porque las ideas-matrices, las
ideas-principios no fueron impresas en el alma de los niños por padres en los
cuales ellas habían sido inculcadas por las enseñanzas de los abuelos, a su vez
imbuidos de esas verdades por los antepasados. En una palabra porque no hay más
tradiciones en las familias.
Tradición y progreso
Había antaño una idea difundida de
modo general, casi religiosa, asociada a la expresión «tradiciones de familia»,
entendida en su mejor importancia, que designaba la herencia de las verdades y
de las virtudes, en el seno de las cuales se formaron las características que
hicieron la duración y la grandeza de la Casa.
Hoy en día esa expresión no dice
nada a las nuevas generaciones. Estas surgen en un día para desaparecer al
siguiente, sin haber recibido, y sin dejar después de ellas aquella fuente de
recuerdos y de afectos, de principios y de costumbres, que antes eran
transmitidos de padres a hijos y colocaban a las familias que les eran fieles
por encima de las que los despreciaban. Toda familia que tiene tradiciones las
debe, de modo general, a uno de sus antepasados, en el cual el sentimiento del
bien fue más fuerte que en el común de los hombres, y al cual fueron dadas la
sabiduría y la voluntad para inculcarlas a los suyos.
Progreso moral
La verdad es un bien “dice
Aristóteles” y una familia en la cual los hombres virtuosos se suceden es una
familia de hombres de bien. Esta sucesión de virtudes tiene lugar cuando la familia
se remonta a un origen bueno y modesto, pues es propio de un principio el
producir muchas cosas semejantes a sí mismo. Por lo tanto, cuando existe en una
familia un hombre tan unido al bien que su bondad se comunica a sus
descendientes durante muchas generaciones, de ahí se deriva necesariamente una
familia virtuosa.
Todo hombre que quiera formar una
«familia virtuosa» debe persuadirse enseguida de que su deber no se limita
“como quiso Rousseau” a proveer a las necesidades físicas de su hijo mientras
no tengan medios de proveerlas por sí mismos. Él le debe la educación
intelectual, moral y religiosa.
El animal tiene la fuerza
necesaria para atender a las necesidades corporales de la prole, y esto le
basta. Pero el niño, ser moral, tiene muchas otras necesidades, y es por eso
que Dios dio al padre de familia la autoridad para formar la voluntad de sus
hijos y hacerlos entrar, mantenerse y progresar en el camino del bien. Esa
autoridad, Dios la quiso permanente, porque el progreso moral es obra de toda
la vida.
Según las intenciones de la
Providencia, el progreso debe desarrollarse y crecer con la edad, y por eso es
necesario que la familia humana no se extinga en cada generación. El vínculo
familiar debe subsistir entre muertos y vivos, enlazar unas a otras todas las
filiaciones de una misma descendencia, manteniéndose así durante siglos en las
razas vigorosas.
(Mgr.Henri Delassus, L’Esprit
Familial dans la Maison, dans la Cité et dans L’État, Société Saint-Augustin,
Desclée, De Brouwer, Lille, 1910, pp.146 a 150)
La mentalidad de la «tercera familia» es universal. Suspiran delante de la contradicción caótica de nuestros días, se aturden… y no pasan de esto. Ser coherentes les parece duro, desalmado, rígido. En una palabra, inhumano.
Vivimos en pleno caos.
Al leer esta frase inicial, habrá quien haya pensado: «¡Qué manera banal de comenzar éste artículo!»
Realmente, banal, banalísimo.
Y ese concepto, ya de por sí banal, lo presento en su forma más elemental y, por así decir, perogrullesca, para realzar hasta el paroxismo su banalidad. De este modo puedo hacer sentir a los lectores, incluso a los más optimistas, hasta qué punto es verdadero, evidente, indiscutible, que vivimos realmente en un caos. Ya que, en este caso, como muchos otros, banalidad es sinónimo de evidencia.
Esa sensación de lo caótico nos asalta a cada paso, en la vida cotidiana. En todo momento vemos personas cuyo procedimiento de hoy está en contradicción con el de ayer, y entrará en contradicción con el de mañana. A veces, en la misma conversación, e incluso en una misma frase, nuestro interlocutor exterioriza convicciones que la lógica señala como incompatibles entre sí. Y es cada vez más raro que encontremos personas que se manifiesten coherentes con algunos tantos principios fundamentales en todo cuanto piensan, dice y hacen.
En la apreciación de este cuadro, las personas se clasifican en tres principales familias de almas:
a) Unos “los menos numerosos” comprenden, admiran y aplauden la coherencia. Por esto, estigmatizan la ilogicidad del ambiente y le imputan los peores frutos presentes y futuros;
b) otros cierran los ojos y, cuando no pueden dejar de verlo, procuran justificarlo: la contradicción sería, según ellos, la ruptura necesaria del equilibrio ideológico de otras eras, el efecto típico del tumultuar fecundo de las épocas de transición. Por esto, la contradicción no produce desastres, sino en la epidermis de la realidad, y tiene que ser vista en último análisis, con benigna y sonriente indulgencia. La familia de almas que piensa de este modo era muy numerosa hasta hace algunos años. Pero viendo que el así llamado tumultuar fecundo de las contradicciones va tomando el cuño de una farándula de ritmo endiablado y consecuencias siniestras, van siendo más raros los que consiguen sustentar ante ella la despreocupación risueña y benigna de otrora;
c) bastante más numerosas son las personas que constituyen el tercer grupo o familia de almas. Suspiran delante de la contradicción caótica de nuestros días, se aturden… y no pasan de esto. Cambiar de posición les parece imposible. Pues aunque la contradicción las asuste, por otro lado, antipatizan, en lo más profundo de su alma, con la coherencia. Les gustaría prolongar, contra viento y marea, su mundo agonizante, que resulta del «equilibrio» de ideas contradictorias, las cuales se «moderan» unas a las otras, en amable coexistencia. Y como para esa familia de almas las ideas están hechas para flotar en el aire, sin relación con la realidad, no hay, según ella, el menor riesgo de que ese «equilibrio» de contradicciones venga a romperse algún día, perjudicando el pacato y buen ordenamiento de los hechos.
Esta situación, intrínsecamente desequilibrada, es vista por esta familia de almas como la quintaesencia del equilibrio. Y como la experiencia prueba irrefutablemente la inviabilidad de ese equilibrio, ella se encuentra delante de una opción que la aterroriza: por un lado, el caos entra como un tifón dentro de su casa y de su vida y, por otro lado, una coherencia que parece correcta tal vez en el plano de la lógica, pero dura, desalmada, rígida, en una palabra, inhumana. Trémulas delante de esta opción, las personas pertenecientes a esta familia de almas se detienen. Y se quedan suspirando de brazos cruzados, a la espera obstinada de alguna cosa que haga pasar el caos, sin que se tenga que implantar el reinado de la coherencia. Vamos a los ejemplos concretos, en relación a la tercera familia de almas.
Esta situación, intrínsecamente desequilibrada, es vista por esta familia de almas como la quintaesencia del equilibrio. Y como la experiencia prueba irrefutablemente la inviabilidad de ese equilibrio, ella se encuentra delante de una opción que la aterroriza: por un lado, el caos entra como un tifón dentro de su casa y de su vida y, por otro lado, una coherencia que parece correcta tal vez en el plano de la lógica, pero dura, desalmada, rígida, en una palabra, inhumana. Trémulas delante de esta opción, las personas pertenecientes a esta familia de almas se detienen. Y se quedan suspirando de brazos cruzados, a la espera obstinada de alguna cosa que haga pasar el caos, sin que se tenga que implantar el reinado de la coherencia. Vamos a los ejemplos concretos, en relación a la tercera familia de almas.
¡Cuántos hogares hay que acogen con una sonrisa cómplice la novela de televisión inmoral, o el libro sentimental y sensual, que pinta con colores fascinantes la imagen de la vida más disoluta!
En este hogar se nutre la certeza de que tales ilusiones no producen sino efectos platónicos. Sin embargo, si el hijo o la hija se descarrían, declaran que «ya no entienden nada», y que «el mundo de hoy es un caos».
Cuántos propietarios proclaman ante de sus hijos o sus empleados las ideas más radicalmente igualitarias; toda superioridad de categoría es para ellos un insulto a la dignidad humana. (Esto no le impide por lo demás hacer buenos negocios y conseguir opulentos lucros…) Si su hijo, o su hija, se vuelven comunistas, se asustan. Si el empleado bien remunerado hace agitación, se desconcierta. No comprende que el caos y el desorden que él mismo predicó hayan producido frutos amargos de caos.
Sin embargo, en la misma familia que imaginamos, en que entran la novela y el libro inmoral, el padre y la madre a veces predican también, para mantener el equilibrio basado en la contradicción, algunos principios cristianos de moral o de orden. Hablan sobre la legitimidad de la propiedad, declaman contra el comunismo y mantienen el respeto por ciertas tradiciones morales.
En la misma fábrica cuyo dueño se dice socialista avanzado, se hace propaganda anticomunista. Y si de repente, un hijo suyo o un obrero, se dedica a la defensa de esos principios, la sorpresa, primero, y la antipatía después, son enormes. ¿Cómo imaginar que ese «equilibrio» se desatase en una opción coherente? ¿Que esos principios pudiesen dejar el mundo platónico de las ideas para engendrar militantes que los quisiesen inserir en el orden concreto de los hechos? ¿Cómo aceptar la presencia, en la convivencia familiar, de personas coherentes, lógicas, que toman en serio lo que se les enseñó sobre los fundamentos del orden social y de la civilización cristiana?
Así, en suma, en esa familia de almas se profesa un cómodo y risueño desorden de ideas. Desorden que viene de la convivencia, en una región totalmente platónica, entre fragmentos de bien y de mal, de error y de verdad. Algunos, en ese ambiente, optan por la integridad del desorden. Otros, por la del orden. Y por esto, en esa familia de almas se hunde en el susto y el llanto.
La situación de esa familia de almas suscita problemas de la mayor importancia. ¿La ruina de este equilibrio de contradicciones no implica una marcha hacia la unilateralidad, la exageración, en suma, la radicalización?
¿En caso afirmativo, lo contrario de la radicalización es la incoherencia?
En estas preguntas se retuerce y aflige hoy, la tercera familia de almas.
…..No temas a tu enemigo, se valiente y justo para agradar a Dios, di siempre La Verdad aunque te lleve a la muerte; protege al indefenso, no hagas el mal. ….
Espada Católica deja en claro que los comentarios vertidos en las entradas no son necesariamente compartidos por el autor del blog y quedan bajo la exclusiva responsabilidad de quien los vierte.
Sagrado Corazón de Jesús
Cor Jesu Sacratissimun in te confido
San Miguel Arcángel
Sancte Michael Archangele, defende nos in praelio. Contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium. Imperet illi Deus, supplices deprecamur. Tuque Princeps Militiae Caelestis, Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo divina virtute in infernum detrude. Amen
“Nos acusan de retrógrados cuando nos oponemos a las leyes inicuas que pretenden una reingeniería de la sociedad contrariando al orden natural. Al sostener el respeto de este orden estamos preparando el futuro, la reconstrucción de lo que destruyen los ideólogos, utopistas y políticos aprovechados. Estamos defendiendo la integridad del hombre y su futuro”
Ya que hoy “la Iglesia es el único reaseguro del futuro del hombre, porque sólo en la visión cristiana del mundo queda salvaguardada la auténtica concepción de la persona humana y de su dignidad”.
Monseñor Héctor Aguer
San Pio X Defensor de la Tradición
ORA PRO NOBIS
San Pio V
“Restableció el misal conforme a la regla antigua y a los ritos de los Santos Padres y defendió sin conceciones al catolicismo contra turcos, judíos y protestantes”
Monseñor Marcel Lefebvre
Celoso guerrero de la Tradición y azote de Dios contra el modernismo
San Pío de Pietrelcina
Reza, ten fe y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón El don de la oración está en manos del Salvador. Cuanto más te vacíes de ti mismo, es decir, de tu amor propio y de toda atadura carnal, entrando en la santa humildad, más lo comunicará Dios a tu corazón.
Santo Tomás de Aquino
“Habiendo peligro próximo para la Fe, los prelados deben ser argüidos incluso públicamente por los súbditos”. (Suma Teológica, II-II, 33, 4-2)
Beato Urbano II - Papa
¡¡Ora pro Nobis !! Defendió la libertad de la Iglesia de las intromisiones de los laicos, luchó contra los clérigos simoníacos e indignos y, en el Concilio de Clermont, exhortó a los soldados cristianos a que, con el signo de la cruz, liberasen a sus hermanos cristianos de la opresión de los infieles y recuperasen el sepulcro del Señor, que estaba su poder
"La espada que se desenvaina con honor, se conserva inmaculada cuando hiere y mata, porque hace del sufrimiento y de la muerte servidores de la Justicia"