El objetivo declarado: crear un hombre nuevo, completamente liberado de todo tipo de opresión, incluso de la moral y de las leyes de la naturaleza.
El colapso del socialismo real arrastró en su desprestigio a la Teología de la Liberación. Esta y el comunismo debían “reinventarse”. Fue el lanzamiento de la lucha de clases entre el “nuevo proletariado” (la mujer, las minorías sexuales, los niños y la misma naturaleza) contra las instituciones básicas de la sociedad, especialmente la familia. Sus instrumentos: la ideología de género para luchar contra la discriminación sexual; el feminismo para contrarrestar el dominio masculino y el ecologismo extremo para proteger al planeta Tierra.“Es importante recordar que lo que se busca mediante la lucha contra la pobreza, la injusticia y la explotación, es la creación de un hombre nuevo“. Así escribía en 1971 Gustavo Gutiérrez, uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación. Esta corriente teológica, es famosa por la mezcla que ha hecho de en América Latina entre catolicismo y marxismo. Son conocidos por el público en general por su supuesta preocupación por los pobres y su apoyo a la práctica revolucionaria. Tal vez no mucha gente conoce sus últimos desarrollos. La Teología de la Liberación, de hecho, no está muerta y no permaneció en absoluto confinada a América del Sur. Hoy en día, de hecho, parece de nuevo en boga y en diferentes entornos sigue siendo un punto de referencia, aunque de manera velada. Pero lo más importante es su evolución, que nos concierne a todos, de una manera u otra, ya que se refiere a la revolución cultural y antropológica que estamos presenciando.
De hecho, tras el colapso de la Unión Soviética y el fracaso general del comunismo, los teólogos de la liberación, que siempre han abrazado las categorías filosóficas, políticas y económicas del marxismo, se han visto obligados a reinventarse. En la práctica, han ampliado los conceptos de “pobres” y de “pobreza”. Si en los años setenta y ochenta los pobres eran los proletarios explotados y alienados por un sistema económico que incluía la propiedad privada de los medios de producción, ahora son también otras categorías de personas, siempre oprimidas, pero de modo y razones diferentes. He aquí que ahora, los nuevos pobres son los homosexuales, los transexuales, las mujeres e incluso la naturaleza. Tal cambio entre los teólogos de la liberación ha sido sin contradicciones. Leonardo Boff, otra figura destacada de este mundo, ya en 1985 escribió que la Teología de la Liberación estaba estrechamente vinculada a los diversos procesos de liberación característicos de la historia moderna, tales como el pensamiento de Freud y de Nietzsche sobre la liberación psicológica y los instintos. Estos teólogos pues han recurrido sin problemas a la ideología de género para luchar contra la discriminación sexual; el feminismo para contrarrestar el dominio masculino y el ecologismo extremo para defender el planeta Tierra.
Los actuales ataques contra la vida, la familia y la educación de nuestros hijos, por lo tanto, de alguna manera están también apoyados por ciertos círculos que se refieren precisamente a la Teología de la Liberación, aunque con una amplia variedad de tonos. El objetivo fue declarado por Gutiérrez y otros: crear un hombre nuevo, completamente liberado de todo tipo de opresión, incluso de la moral y de las leyes de la naturaleza. Un hombre muy diferente, pues, del renovado y recreado por la gracia de Dios.
Cualquier persona que desee explorar estos temas puede leer el documentado libro de Julio Loredo, “Teología de la Liberación. Un salvavidas de plomo para los pobres” (Cantagalli, Siena 2014), en el que el autor analiza en detalle el núcleo de la doctrina de la Teología de la Liberación, poniendo bien en evidencia todos los errores que la alejan de la verdad enseñada por la Iglesia: el inmanentismo, el historicismo, la manipulación de la Escritura, la distorsión de la imagen de Dios, del concepto de Redención y del pecado; una nueva visión revolucionaria de la Iglesia; la primacía de la praxis , etc. “El concepto fundamental de la teología de la liberación, que la impregna totalmente, es el de “liberación” ‒escribe Loredo‒ es decir, un movimiento, interno y externo, que tiende a emancipar los individuos y la sociedad de ciertas situaciones consideradas opresivas o discriminatorias“.
Pero, de hecho, no siempre lo que parece opresivo lo es en realidad. Tomemos por ejemplo el caso de la homosexualidad. Olvidando que la Iglesia siempre ha enseñado a amar al pecador y a condenar el pecado, la Teología de la Liberación homosexual, lésbica y queer habla de la opresión secular hacia el mundo homosexual. De esta manera de hecho legitima la rebelión no contra una autoridad humana injusta, sino contra la ley moral natural, querida por Dios. Es el propio orden de la Creación que se considera como una estructura opresiva y, por tanto, contestada.
El mismo discurso vale para la llamada teología feminista. Con el pretexto de la igual dignidad del hombre y de la mujer, en la realidad se promueve el choque entre los sexos, se distorsiona el concepto de maternidad y legitima todos los horrores en nombre de la autodeterminación de las mujeres. El aborto es el ejemplo más notable. No sólo. El ataque al “patriarcalismo” pone en discusión incluso la imagen de Dios en el que los cristianos siempre han creído y que siempre han aceptado. Y así como es necesario liberarse de toda forma de opresión entre los seres humanos, también debemos liberar la naturaleza del dominio os del hombre. De ahí el mito del planeta Tierra visto como un organismo vivo llamado Gaia. Leonardo Boff escribe: “Al grito de los pobres debemos añadir el grito de la Tierra”. Una vez más, se subvierte el orden del cosmos, ya que la flora y la fauna tienen prioridad sobre el hombre, el único ser creado a imagen y semejanza de Dios.
Bajo la apariencia de buenos principios la Teología de la Liberación esconde, por tanto, la aberración real. Como escribe Loredo, “proclamándose en favor de los pobres, ella defiende los sistemas que generan pobreza. Casi parece que la Teología de la Liberación no hizo tanto una opción preferencial por los pobres, sino por la pobreza en sí misma“. Una pobreza, lo decimos para evitar malentendidos, ideológica, que no tiene nada que ver con la recomendada por el Evangelio y vivida por Jesús y los santos, ni con la justa sobriedad de vida. Los teólogos de la liberación, de hecho, han colocado en el centro de su pensamiento la praxis revolucionaria, respaldando regímenes comunistas criminales, en los que los pobres solamente fueron instrumentalizados. Uno se acuerda de las palabras que don Camilo que decía al pequeño sacerdote progresista Don Chichi: “La pobreza es una desgracia, no un mérito. No basta ser pobre para ser justo. Y no es verdad que todos los pobres sólo tienen derechos y los ricos sólo deberes: delante de Dios todos los hombres tienen sólo deberes”. Lo mismo ocurre con las llamadas nuevas categorías de pobres, igualmente instrumentalizados para construir una nueva humanidad, fluida, desprendida de toda referencia determinada. Por otra parte, es muy difícil considerar oprimidos a los miembros de los poderosos grupos de presión, ricos e influyentes, que buscan imponer la dictadura del pensamiento único, al ritmo de la tolerancia y de la libertad.
Federico Catani, in La Croce
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