APOSTASÍA CONTRA LA IGLESIA 1517,
APOSTASÍA
CONTRA CRISTO 1717,
Y APOSTASÍA CONTRA DIOS 1917
Desde hace medio milenio los combates librados por el
mundo contra la verdad de la Iglesia Católica han conducido a errores cada vez
más profundos y peligrosos, desencadenando hasta revoluciones. Es muy
interesante notar que los procesos históricos más fundamentales de la era
moderna se dieron en tres fechas semejantes: en los años 1517 (protestantismo), 1717 (masonería) y 1917
(comunismo), en los que se manifiesta, en Occidente, un avance
verdaderamente sistemático de la apostasía de la Verdad de Dios, que irradia
desde allí a todo el mundo.
Jesucristo dice a sus Apóstoles: “Como me envió mi
Padre, así os envío Yo”. En esta palabra de Cristo tenemos tres niveles: el
Padre – Cristo – los Apóstoles (la iglesia). El Padre envía a Cristo. Cristo
envía a los Apóstoles. Cristo dice: “Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha;
y quien a vosotros rechaza, a Mí me rechaza, ahora bien, quien me rechaza a Mí,
rechaza a aquel que me envió” (Lc. 10,16)1. Y
justamente en estos tres pasos, tuvo lugar la apostasía de la Verdad durante
los últimos siglos: apostasía contra la Iglesia Católica (1517), apostasía
contra Cristo (1717), y apostasía contra Dios (1917). Este desarrollo es del
todo consecuente y, en su avance es, un cierto sentido, necesario. Aquel que
rechaza a los enviados de Cristo, los sucesores de los Apóstoles (es decir la
Iglesia Católica), rechaza en consecuencia también a Cristo. El que rechaza a
Cristo, rechaza consecuentemente también a Dios Padre. La historia del último
medio milenio ha confirmado así, y de manera aterradora, estas palabras de
Cristo.
En 1517, con la publicación de las tesis de Lutero se
marca, al menos exteriormente, el comienzo decisivo del protestantismo. De los
dos “envíos” mencionados Lutero reconoce solamente uno: la mediación de Cristo
hacia Dios, pero no la mediación de la Iglesia hacia Cristo. De aquí las
sentencias programáticas de Lutero: “Solo las Escrituras” y no el Magisterio de
la Iglesia; “Solo la gracia” y no la mediación a través del sacerdocio y de los
sacramentos. “Solo Dios” y ninguna mediación a través de los Santos del
Cielo.
En 1717, con la fundación de la masonería en
Inglaterra, se marca la siguiente etapa de la apostasía. El rechazo de la
Iglesia y de su Magisterio por Lutero trajo como consecuencia ulterior el
rechazo absoluto de la revelación de Dios dentro de este mundo. Como la
encarnación de Jesucristo constituye el punto culminante de la revelación de
Dios, será especialmente rechazada. La filosofía masónica no es atea: postula
un ser superior, gran arquitecto del mundo. Por lo tanto, los masones no son
ateos, sino que abogan por el deísmo (Dios ya no actúa más en el mundo después
de la creación) y por el agnosticismo (es imposible conocer la verdad), y en el
campo de la ética postulan, consecuentemente, el liberalismo (libertad en todos
los ámbitos en lugar de autoridad o ley). Aquí se ve la realización del primer
paso antes mencionado: “Quien a vosotros rechaza, a Mí me rechaza”. Así como
Lutero rechazó la mediación de la Iglesia, así también rechazan los masones a
Cristo y con Él, toda mediación o puente hacia Dios. Es por eso que sostienen
el deísmo, que rechaza a priori no solamente la Divina Providencia y la
posibilidad de milagros, sino también toda autoridad divina.
En 1917, con el estallido del comunismo, se marca la
tercera etapa en esta revolución social contra Dios. Ya que desde 1717 se ha
negado categóricamente la actuación de Dios en el mundo y cualquier
intervención suya después de la creación, llegamos como consecuencia al último
paso: al perfecto ateísmo y antiteísmo. El comunismo es, efectivamente, en
esencia, un ateísmo social combativo. No es, en ningún caso, un sistema meramente
económico al que se agrega sólo externamente el ateísmo. El comunismo entronca
con la Revolución Francesa, especialmente a través de Rousseau. También entre
la masonería y el protestantismo existe una clara relación fácil de deducir
viendo quiénes han sido sus artífices: los dos principales fundadores de la
masonería son Jean Théophile Désaguliers y James Anderson, uno pastor
protestante y el otro teólogo protestante.
“Quien me odia a Mí, odia también a mi Padre” (Jn.
15,23). El segundo nexo consecuente trazado claramente por Cristo, se hace
realidad aquí. Esta última consecuencia que llega hasta el odio de Dios, se
muestra claramente en el comunismo y de modo muy combativo. Se había anunciado
en la masonería más avanzada. “Quienquiera niega al Hijo, tampoco tiene al
Padre” (1Jn. 2,23.
Todos estos errores de la Era Moderna no permanecieron
sólo en el plano teórico, sino que transformaron la vida de la humanidad y de
la sociedad en todos sus aspectos. Condujeron necesariamente a una persecución
de cristianos sin precedentes. De acuerdo a recientes declaraciones rusas,
200.000 sacerdotes y religiosos (católicos y ortodoxos) perecieron víctimas del
terror stalinista: fusilados, ahorcados, crucificados o expuestos a morir
congelados.
Martillo y hoz no se limitaron solamente a derramar la
sangre de mártires sino que también aplicaron a sus pueblos subyugados, sin el
menor escrúpulo, medidas de terror de una violencia y crueldad monstruosas.
Según las prudentes estimaciones de los autores del “Libro Negro del Comunismo”
la erección de la utópica visión de la sociedad sin clases sociales costó
alrededor de 100 millones de víctimas humanas: 20
millones de muertos en la Unión Soviética; 65 millones en China; 1 millón en
Vietnam; 2 millones en Corea del norte; 2 millones en Camboya; 1 millón en
Europa del Este, 150.000 muertos en América Latina; 1,7 millones en África y
1,5 millones en Afganistán, lo cual suma casi 100 millones de víctimas humanas.2 Estas masacres se
llevaron a cabo de tres maneras diferentes: mediante ejecuciones de todo tipo
como fusilamiento, horca, ahogamiento, apaleo, envenenamiento, cámaras de gas;
por hambrunas intencionalmente provocadas o no evitadas deliberadamente y por
deportaciones, ya sea por prolongadas marchas a pie, ya por hambre, enfermedad
o frío dentro de vagones de transporte de ganados, ya por agotamiento en
trabajos forzados. El intento ateo de establecer un cielo sin Dios aquí en la
tierra conduce siempre al infierno.
La Santa Iglesia, previendo las consecuencias de las
explosivas ideas marxistas, ha condenado el sistema comunista ya 71 años antes
del estallido de la Revolución de Octubre de 1917. Así, en el año 1846, el
Beato Papa Pío IX alza la vos a través de su encíclica Qui Pluribus, condenando
“la nefanda doctrina del comunismo contraria al derecho natural que, una vez
admitida, echa por tierra los derechos de todos, la propiedad y la misma
sociedad humana”.3 Pío IX reafirma después
esta reprobación en el Syllabus.4
León XIII, su sucesor, en la encíclica Quod Apostólici
Muneris, desenmascara el comunismo como “mortal pestilencia que se infiltra por
los miembros íntimos de la sociedad humana y la conduce a un extremo
peligroso”.5
También Pío XI dedica una encíclica entera a condenar
y advertir solamente contra:
“el comunismo bolchevique y ateo que tiende a
derrumbar el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización
cristiana (…) contraponiendo a estos falsos principios la luminosa doctrina de
la Iglesia e inculcando de nuevo con insistencia los medios con los que la
civilización cristiana, única “civitas” verdaderamente “humana”, puede librarse
de este satánico azote y desarrollarse mejor para el verdadero bienestar de la
sociedad humana”.6
El error del comunismo lo lleva, en su exigencia absoluta
y exclusiva, a pretender no sólo una reforma social, sino, y eso desde el
primer momento, a promover una revolución mundial para lograr el poder mundial
total.
“Insistiendo en el aspecto dialéctico de su
materialismo, los comunistas sostienen que los hombres pueden acelerar el
conflicto que ha de conducir el mundo hacia la síntesis final. De ahí sus
esfuerzos por hacer más agudos los antagonismos que surgen entre las diversas
clases de la sociedad; la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, toma
el aspecto de una cruzada por el progreso e la humanidad. En cambio, todas las
fuerzas, sean las que fueren, que resistan a esas violencias sistemáticas,
deben ser aniquilados como enemigos del género humano.”7
Es interesante constatar la coincidencia casi exacta
entre los cinco meses de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima (desde el
13 de mayo de 1917 al 13 de octubre de 1917) y el tiempo de los preparativos
revolucionarios de Lenin en Rusia. Los niños videntes, en aquella época, no
podían saberlo. Al respecto, el Padre Josef Schweigl SJ escribe:
“El 16 de abril volvió Lenin de su exilio y comenzó de
inmediato su lucha contra el gobierno liberal. Ya después de tres meses había
ganado tal influencia que podía arriesgar un primer intento de revolución. El
17 de julio, algunos días después de aquel 13 de julio en el que María había
entregado su mensaje a los tres pastorcitos, tuvo lugar en San Petersburgo una
manifestación de casi medio millón de trabajadores, los que bajo la conducción
de Lenin, transformaron la manifestación en un alzamiento armado con el
objetivo de hacer caer al gobierno provisorio y proclamar el gobierno de los
Soviets. Los bolcheviques fueron los dueños de la ciudad por tres días. La
situación era tan crítica que el gobierno se vio en la obligación de retirar
parte de las tropas del frente, con cuya ayuda pudo sofocar la revuelta. (…)
Justamente el 13 de octubre, el día de la última aparición de Nuestra Señora en
Fátima, Kerenski publicó en su diario Delo Naroda un artículo con el
encabezamiento: “Perseverar, Resistir”, en el que exhortaba al pueblo a
perseverar en la guerra hasta la victoria final. Al leer este artículo, Lenin
se puso tan furioso que decidió ese mismo día consumar la revolución8. Todo lo que siguió fue nada más que la consecuencia
práctica de esta decisión. Primeramente, la revolución del 7 de noviembre(el 25
de octubre sgún el Calendario Juliano, de donde el nombre de Revolución de
Octubre), y luego el armisticio de Brest-Litowsk con Alemania el 5 de diciembre:
y, al año siguiente, la paz especial, que fue concluida en la misma ciudad”.9
Notas:
1 Jesucristo afirma lo mismo en
varios pasajes más de las Escrituras Santas pero con otras palabras. Véase al
respecto: 1 Jn. 2,23; Jn. 14,6; Jn. 5,23; Jn. 8,19; Jn.8,42; Jn. 15,23; Jn.
14,7; y 1 Jn. 2,22.
2 Cfr.:
Courtois, Stéphane, et alii, Schwarzbuch des Kommunismus, Müchen/Zürich 2000,
p. 16. Este libro es
una traducción de la obra francesa Le Livre Noir du Communisme que ha sido
traducida ya en 16 lenguas. La edición alemana apareció en la muy conocida
editorial Piper.
3 Pío IX, Encíclica Qui Pluribus del
1º de noviembre de 1846.
4 Cfr.: Pío IX, Syllabus (Colección
de los errores modernos), editado el 8 de diciembre de 1864, nº IV.
5 León XIII, Encíclica Quod
Apostólici Muneris, del 28 de diciembre de 1878.
6Pío XI, Encíclica Divini
Redemptoris, del 1º de marzo de 1937.
7 Ibidem: pp.528 s.
8 Cfr.: Lenin, Vladimir Iljitsch,
Gesammelte Werke, t. 26, Moskau 1949, pp. 111 ss.
9 Schweigl,
Josef, SJ, Fátima und die Bekehrung Russlands, Leutesdorf 1956, p. 23.
Padre Gérard Mura, "FÁTIMA ROMA MOSCÚ"