¡ Viva Cristo Rey !

Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre Señor.
Cristo, Señor del Cielo y de la TIERRA, Rey de gobiernos y naciones

9 may 2022

La ecología integral destruirá la civilización

 

Ecologistas: «buscar la pobreza…reducir consumo…regular la mortalidad»


San Bonifacio contra la ecología integral
En el año 723, San Bonifacio, apóstol de los alemanes, vio que éstos adoraban un roble como siendo el dios Donar. San Bonifacio no tuvo dudas: derribó el roble para mostrar que el Dios cristiano es el verdadero. Como el dios Donar no fulminó al misionero, el pueblo accedió a ser bautizado.

Hoy, la clase intelectual dominante busca reemplazar la «civilización moderna» en decadencia por una basada en una «nueva síntesis cultural», invirtiendo la concepción cristiana del mundo, del hombre y de Dios.

Cambio de paradigma ecológico

Es bien sabido que la poca bondad y solidez que aún quedan en nuestra sociedad provienen de los restos de la civilización cristiana. Esta misma civilización fundada hace dos mil años permitió a las personas construir lo que se llama incorrectamente la cristiandad medieval.

Hoy, la clase intelectual dominante busca reemplazar la «civilización moderna» en decadencia por una basada en una «nueva síntesis cultural», elaborando una concepción del mundo, el hombre y Dios.

El humanismo integral y la secularización

A lo largo del siglo XX, los secularistas y los demócratas cristianos intentaron lanzar el programa que promovió un «humanismo integral» secular postcristiano, que no era religioso ni ateo. El resultado fue la aceptación por el mundo católico de la secularización, que favoreció la descristianización de la sociedad.

Hoy, filósofos, sociólogos, politólogos, científicos e incluso teólogos están luchando para inventar un «nuevo humanismo» que construiría una «casa común» para salvar a la sociedad moderna de sus contradicciones y crisis.

La ecología integral

Sin embargo, este programa contiene paradojas que bordean las provocaciones. El promocionado «nuevo humanismo» en realidad consiste en una «ecología integral» que reduce al hombre a un componente del medio ambiente. La «casa común» proyectada se reduce a un entorno socio-biológico identificado con el ecosistema de la Tierra. La deseada «nueva civilización» surgiría del abandono de los fundamentos culturales, sociales y políticos de la civilización tradicional y cristiana.

Este programa excluye cualquier referencia a la Redención, la salvación del alma, lo sobrenatural, la vida eterna o incluso a Dios. Se basa en una concepción terrenal e inmanente del mundo, el hombre e incluso la religión.

Estos puntos de vista y sugerencias ya se pueden encontrar en la encíclica del Papa Francisco dedicada a la ecología (Laudato Si ‘, 2015). El Sínodo de los Obispos sobre la Amazona de octubre los ha llevado al extremo, bajo el estandarte de un nuevo paradigma: «ecología integral».

La introducción del Documento Preparatorio oficial del Sínodo propone iniciar la conversión de pueblos, estados e incluso de la Iglesia con un «proceso de desarrollo integral y ecología» destinado a fomentar la «diversidad» y el «pluralismo» en todas las áreas, no solo ambientales sino también humano, es decir, social, cultural e incluso religioso.

El Programa de «Ecología Integral»

No dejemos que el lector se engañe con la calificación de «integral» antes del uso de la palabra ecología. Tales maniobras dan la impresión de que es una ideología integral, que no es reduccionista y partidista, sino más bien equilibrada y coherente, ya que trata todos los aspectos de la realidad.

Por el contrario, esta ecología no está integrada en la visión cristiana, sino que esta última está integrada en un programa ecológico. La religión, la cultura y la civilización se reducen a factores ambientales en el ecosistema, identificados con el planeta Tierra, como se encuentra claramente en el Documento Preparatorio (especialmente en la sección no. 9).

Ecologistas: «buscar la pobreza…reducir consumo…regular la mortalidad»

Este ecologismo es una ideología que pretende anular la visión jerárquica tradicional de la relación entre el mundo, el hombre y Dios. La Revelación Divina coloca la Creación al servicio del hombre, el hombre al servicio de la Iglesia y la Iglesia al servicio de Dios. El nuevo programa ecológico invierte esta secuencia, poniendo a Dios y a la Iglesia al servicio de la integridad del hombre, y al hombre al servicio de la integridad de la naturaleza. Esta integridad natural consiste en la biodiversidad cósmica y el equilibrio ambiental. El documento antes mencionado intenta justificar este nuevo arreglo al afirmar que «todo está interconectado» (no. 13) en la Creación. Todos los elementos de este esquema están relacionados de forma igualitaria.

El catastrofismo ecologista

Al tratar de seducir a las masas y los pueblos, los ecologistas deben explotar los sentimientos e instintos primarios y atávicos del hombre, incluidos los religiosos o parareligiosos. Aunque a menudo es promovida por ateos o agnósticos, la «ecología integral» profesa implícitamente un tipo de religión propia: el culto a la Madre Tierra, como se concreta en la cosmolatría o en el «culto de Gea» (o Gaia).

Los ecologistas también tienen su propio (falso) profetismo de tipo apocalíptico, que se manifiesta en predicciones de catástrofe ambiental inminente. Aunque estos pronósticos son periódicamente negados por los hechos, los ecologistas siguen presentándolos como inminentes mientras los empujan obstinadamente a una fecha futura.

Esta obsesión apocalíptica se asemeja tanto al fanatismo de los Testigos de Jehová que los eco-catastrófistas ahora son tildados de «Testigos de Gea» o de la Madre Tierra. Ambos testigos piden al público que tenga una fe ciega en sus predicciones terroríficas, aunque estos eventos nunca ocurren y se posponen constantemente. Además, como dicen los psicólogos, «los que gobiernan el miedo gobiernan la sociedad».

Por lo tanto, tal ecologismo es realmente una idolatría antinatural y va en contra de la civilización. Presupone una visión del mundo, del hombre y de Dios situada entre el materialismo moderno y el panteísmo «posmoderno». Es por eso que «integrar la ecología» es en realidad un factor de desintegración de la religión, la cultura y la sociedad.

Reciclaje de ideologías fracasadas

Los mejores esfuerzos del movimiento ecológico por el reciclaje no implican desperdicio, sino conceptos, esquemas y lemas de viejas ideologías revolucionarias como el marxismo, e incluso el socialismo más utópico. Es muy hábil en adaptarlos a las crisis culturales emergentes y en formular nuevas estrategias para conquistar la opinión pública.

Por ejemplo, los ambientalistas han instrumentalizado la lucha del proletariado para recuperar los activos económicos «alienados» del sistema capitalista. Lo hacen reciclando la lucha del subproletariado del Tercer Mundo para reclamar tierras «incautadas y explotadas por el capitalismo mundial». Culpan a los capitalistas por difundir una economía “extractivista”, productivista y consumista que contamina la «inocencia primordial» del hombre y reprime la autonomía de las «periferias del mundo».

Además, el ecologismo retoma el mito del siglo dieciocho del «buen salvaje» y el lema del siglo diecinueve que instó a un «retorno a la barbarie», aludiendo a las masas proletarias urbanas que debían ser evangelizadas. Esta ideología recicla ese lema en uno nuevo, instando a un «retorno a lo salvaje», aludiendo a las poblaciones en las «periferias del [Tercer] Mundo» marginadas por la sociedad avanzada.

Inversión del concepto de evangelización

Los ecologistas religiosos invierten el concepto de evangelización. Por ejemplo, de acuerdo con el Documento Preparatorio antes mencionado (No. 13), los pueblos y tribus como los de la Amazonía no deben ser evangelizados por la Iglesia, sino que la Iglesia debe permitir ser evangelizada por ellos.

En cuanto a su modelo de «economía sustentable», los ecologistas reciclan el viejo modelo del socialismo utópico (de Fourier en adelante). Proponen un rechazo no solo del consumismo, sino también del mercado, la industria y la propiedad privada. Si bien pretende crear una sociedad que sea «sobria, frugal y feliz», este proyecto en realidad favorecería la pobreza y, de hecho, la miseria económica y moral.

De la ciudad como centro de civilización a la jungla

La vida en sociedad se basa no solo en la religión sino también en una civilización políticamente organizada bajo el imperio de la ley. La palabra «civilización» proviene del latín civitas, que significa ciudad, entendida como una comunidad estable organizada en centros urbanos. La palabra «político» proviene de la polis griega, que también significa ciudad, en referencia a la administración urbana y el gobierno. La palabra «ley» alude al griego jus y a la rectitude latina. Por lo tanto, un simple hábito privado o una costumbre pública no pueden justificarse por el mero hecho de existir (ser una «situación vivida», como dicen hoy), sino que debe tender a lograr un bien objetivo.

La historia muestra que las civilizaciones avanzadas nacen cuando las familias o comunidades humanas, abandonan la vida nómada de los cazadores o desarrollan la vida sedentaria de los recolectores, se unen en ciudades estables, se organizan políticamente bajo una autoridad y se gobiernan con el derecho público, que históricamente puede ser corregido y enriquecido por la ley cristiana.

Una revolución total de la sociedad

Por el contrario, la «nueva civilización» soñada por los ecologistas no solo reemplaza la ciudad con la selva, la política con la ecología, sino que también sustituye el estado de derecho con la situación de facto de las tribus salvajes, cuyas ideas y costumbres deben justificarse y promoverse a todo costo. Los ecologistas rechazan no solo el capitalismo o la tecnocracia, sino también el Estado, la ciudad e incluso la familia, reemplazándolos con una comunión de bienes y una comunidad o tribu espontánea y ocasional. Es decir, esas formas primitivas de asociación típicas de comunidades bárbaras o salvajes que no pueden proporcionar a sus miembros con una vida verdaderamente civil, y mucho menos una avanzada.

La misma propaganda ideológica que exalta las constituciones políticas y los derechos de ciudadanía (para ser reconocidos por cualquiera), paradójicamente promueve una «ecología integral» que rechaza los fundamentos de la sociedad civil, como se manifiesta no solo en la política o la ley, sino también en la cultura y la familia. Por lo tanto, la «nueva civilización ecológica» en realidad está preparando una especie de anti-civilización.

Las amenazas para el futuro

El programa ecologista es consistente con el diagnóstico de civilización del conocido filósofo e historiador italiano Giambattista Vico en la primera mitad del siglo XVIII, que vio corroído por la «cultura fatua» de la Ilustración. Hace tres siglos, argumentó que las civilizaciones que progresan de manera desorganizada tienden a negar sus raíces morales y religiosas y corren el riesgo de caer en una anti-civilización cínica e impía, que las lleva de vuelta al estado bárbaro o salvaje.

Esta regresión es muy peligrosa porque coloca herramientas conceptuales y tecnológicas avanzadas al servicio de pasiones inmorales y desordenadas.

Vico concluyó que la única salvación para este peligro radica en recuperar el espíritu religioso y moral sobreviviente en la conciencia de la población. Esta solución debería proponerse a la civilización moribunda de hoy.

Guido Vignelli

1 may 2022

Igualdad total en el punto de partida, una injusticia

 

La familia, una institución educativa además de biológico y psicológico

igualdad en el punto de partida y la injusticia
La riqueza espiritual que existe en la familia numerosa

El socialismo y el comunismo buscan evitar las desigualdades que provienen de la herencia espiritual y biológica. Para ello tratan de eliminar la familia, educando a todos los niños en escuelas igualitarias estatales.

En todo momento se oye repetir que la justicia requiere que todos tengan las mismas oportunidades en el punto de partida de la vida. Por lo tanto, la educación y los mismos programas de estudios en diversas universidades deben ser iguales para todos. Quien tuviese más valor, fatalmente sobresaldría. El mérito encontraría su estímulo y su recompensa. Y la justicia ‒¡por fin!– imperaría sobre la faz de la tierra.

Un sofisma «cristiano»

Este modo de ver asume a veces una formulación con matices «cristianos» (¿y qué desatino no busca hoy un disfraz «cristiano»?). Dios –se argumenta– premiará al final de su vida a los hombres conforme a sus méritos, sin tomar en cuenta la cuna en la que cada uno nació. Desde la perspectiva de la justicia divina y para los fines de la eternidad, sería una negación del valor de los puntos de partida. Es loable, es digno, es cristiano, en ese caso, que los hombres intenten organizar su existencia terrenal de acuerdo con las normas de la justicia celestial. Y que, por lo tanto, las ventajas de la vida terrena también queden al alcance de todos y al final sean conquistadas por los más capaces.

* * *

Antes de examinar este principio en sí, es conveniente que notemos algunas de las aplicaciones que escuchamos aquí y allá.

La herencia y el derecho de propiedad

Hay hombres de negocios que consideran la herencia de la empresa un privilegio antipático. Sus hijos no son los dueños de la ella por derecho de herencia. Son empleados como los demás, comenzando desde abajo, es decir, de los cargos más modestos, y sólo ascenderán a la dirección de la empresa si fueren los más capaces.

La igualdad y la supresión de la religión

Hay familias ricas y de buena educación, que ven como un imperativo de justicia establecer un patrón único de primaria y secundaria. Que sean cerrados o reformados todos los establecimientos de enseñanza de diversos niveles que existen en la actualidad.

No son tan pocos los que, habiendo acumulado durante su existencia buenas economías, sienten un cierto malestar de conciencia ante la idea de transmitirlas a sus hijos: ¿ellos no se beneficiarán, ipso facto, de un privilegio antipático e injusto, adquiriendo bienes que no vinieron del trabajo propio, ni del mérito personal?

Así, la doctrina compulsoria de la igualdad de los puntos de partida se despliega en consecuencias que pueden derribar el régimen de la propiedad privada.

* * *

Antes de seguir adelante, importa tener en cuenta las contradicciones pintorescas en las que los defensores de estas tesis suelen caer.

Las contradicciones de estos «idealistas»

Idólatras del mérito como único criterio de justicia, favorecen generalmente las escuelas de pedagogía moderna, contrarias a premios y castigos, alegando que los castigos como las recompensas crean complejos. Y, de esta forma, la idea de mérito y ‒su corolario forzoso‒ que es la idea de culpabilidad, son eliminados de la educación de los futuros ciudadanos de una civilización basada en el mérito.

Por otro lado, los mismos endiosadores del mérito se muestran a menudo a favor de cementerios donde todas las sepulturas sean iguales. Así, al final de la existencia terrenal organizada según el criterio del mérito individual, y en el umbral de la vida eterna feliz o infeliz, según el mérito o la culpa, se excluye cualquier reconocimiento especial al mérito.

Tumbas iguales para el sabio insigne y para el hombre común; para quien dirigió a los pueblos y para aquellos que sólo se preocuparon con su propia vida; para la víctima inocente y para el asesino infame; para el promotor de cismas y herejías y para el héroe que vivió y murió defendiendo la Fe.

¿Cómo podemos explicar que se pueda, al mismo tiempo, endiosar tanto el mérito y negarlo completamente?

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Sin embargo, la contradicción más asombrosa de estos partidarios de la igualdad de todos los puntos de partida, se muestra cuando, al mismo tiempo, se dicen entusiastas de la institución familiar. De hecho, ésta es por mil lados la rotunda negación de la igualdad de puntos de partida. Veamos por qué.

igualdad en el punto de partida y la injusticia
Ya en la Revolución francesa, Danton decía: «Los niños pertenecen a la república antes de pertenecer a sus padres» y Robespierre concluía: «la patria tiene el derecho de educar a sus hijos: ella no puede confiar esta misión al orgullo de las familias»

La herencia biológica y psicológica

Hay un hecho natural, misterioso y sagrado, que está íntimamente relacionado con la familia. Es la herencia biológica. Es evidente que algunas familias son más dotadas desde este punto de vista que otros; y que a menudo depende de factores ajenos al tratamiento médico o a una educación altamente higiénica. La herencia biológica tiene importantes reflejos en el orden psicológico. Hay familias en las que, a través de muchas generaciones, se transmite el sentido artístico, o el don de la palabra, o el tino médico, o la idoneidad para los negocios y así sucesivamente. La naturaleza misma –y, por tanto, Dios, que es el autor de la naturaleza‒ a través de la familia, quiebra el principio de la igualdad del punto de partida.

La familia, una institución educativa

Además, la familia no es meramente transmisora de un patrimonio biológico y psicológico. Es una institución educativa y, en el orden natural de las cosas, la primera institución educativa y de capacitación. Así, quien es educado por padres altamente dotados en términos de talento, de cultura, de educación o – lo que es capital‒ de moralidad, siempre tendrá un punto de partida mejor. Y el único modo de evitar esto es eliminar la familia, educando a todos los niños en escuelas igualitarias estatales, según el régimen comunista. Por lo tanto, existe una desigualdad hereditaria más importante que el patrimonio y que es una consecuencia directa y necesaria de la existencia de la familia.

La herencia patrimonial

¿Y la herencia del patrimonio? Si un padre tiene verdaderamente entrañas de padre, amará forzosamente más que a los otros a su hijo, carne de su carne y sangre de su sangre. Por lo tanto, se guiará conforme a la ley cristiana si no ahorra esfuerzos, sacrificios ni vigilias, para acumular un patrimonio que ponga a su hijo al abrigo de tantas desgracias que la vida puede traer. En este afán, el padre habrá producido mucho más que si no tuviese hijos. Después de una vida de trabajo, este hombre expira, alegre por dejar a su hijo en condiciones propicias.

Imaginemos que, en el momento en que acaba de expirar, viene el Estado y, en nombre de la ley, confisca la herencia, para imponer el principio de la igualdad de los puntos de partida. ¿Esta imposición no es un fraude en relación al muerto? ¿Ella no pisotea los más sagrados valores de la familia, un valor sin el cual la familia no es familia, la vida no es vida, es decir, el amor paterno? Sí, el amor paterno que dispensa protección y asistencia al hijo –incluso más allá de la idea de mérito‒ simplemente, de modo sublime, por el simple hecho de ser hijo.

Y este verdadero crimen contra el amor paterno, como es la supresión de la herencia, ¿puede cometerse en nombre de la Religión y la Justicia?

Plinio Corrêa de Oliveira

Folha de S. Paulo, 11 de diciembre de 1968