¡ Viva Cristo Rey !

Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre Señor.
Cristo, Señor del Cielo y de la TIERRA, Rey de gobiernos y naciones

19 feb 2021

El igualitarismo explicado en toda su profundidad


Panteísmo; igualdad política, social y económica absolutos; amor libre: este es el triple fin a que nos conduce un movimiento que dura ya más de cuatro siglos.

Revolución y Contra-Revolución bajar libro gratuito

(del libro: Revolución y Contra-Revolución. El libro completo puede bajarse gratuitamente pulsando aquí)

3. La Revolución, el orgullo y la sensualidad “ Los valores metafísicos de la Revolución

Contenidos

Dos nociones concebidas como valores metafísicos expresan bien el espíritu de la Revolución: igualdad absoluta, libertad completa. Y dos son las pasiones que más la sirven: el orgullo y la sensualidad.

Al referirnos a las pasiones, conviene esclarecer el sentido en que tomamos el vocablo en este trabajo. Para mayor brevedad, conformándonos con el uso de varios autores espirituales, siempre que hablamos de las pasiones como fautoras de la Revolución, nos referimos a las pasiones desordenadas. Y, de acuerdo con el lenguaje corriente, incluimos en las pasiones desordenadas todos los impulsos al pecado existentes en el hombre como consecuencia de la triple concupiscencia: la de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida (cfr. I Jo. 2, 16).

  A. Orgullo e igualitarismo

La persona orgullosa, sujeta a la autoridad de otra, odia en primer lugar el yugo que en concreto pesa sobre ella.

En un segundo grado, el orgulloso odia genéricamente todas las autoridades y todos los yugos, y más aún el propio principio de autoridad, considerado en abstracto.

Y porque odia toda autoridad, odia también toda superioridad, de cualquier orden que sea.

El orgulloso detesta todas las desigualdades y toda autoridad
El puño cerrado, símbolo de la rebelión contra todas las desigualdades.

El orgulloso odia genéricamente todas las autoridades y todos los yugos
En todo esto hay un verdadero odio a Dios (cfr. ítem. m, infra).

Este odio a cualquier desigualdad ha ido tan lejos que, movidas por él, personas colocadas en una alta situación la han puesto en grave riesgo y hasta perdido, sólo por no aceptar la superioridad de quien está más alto.

Más aún. En un auge de virulencia el orgullo podría llevar a alguien a luchar por la anarquía y a rehusar el poder supremo que le fuese ofrecido. Esto porque la simple existencia de ese poder trae implícita la afirmación del principio de autoridad, a que todo hombre en cuanto tal -y el orgulloso también- puede ser sujeto.

El orgullo puede conducir, así, al igualitarismo más radical y completo.

Son varios los aspectos de ese igualitarismo radical y metafísico:

a. Igualdad entre los hombres y Dios:

de ahí el panteísmo, el inmanentismo y todas las formas esotéricas de religión, que pretenden establecer un trato de igual a igual entre Dios y los hombres, y que tienen por objetivo saturar a estos últimos de propiedades divinas. El ateo es un igualitario que, queriendo evitar el absurdo que hay en afirmar que el hombre es Dios, cae en otro absurdo, afirmando que Dios no existe. El laicismo es una forma de ateísmo, y por tanto de igualitarismo. Afirma la imposibilidad de que se tenga certeza de la existencia de Dios. De donde, en la esfera temporal, el hombre debe actuar como si Dios no existiese. O sea, como persona que destronó a Dios.

b. Igualdad en la esfera eclesiástica:

Supresión del sacerdocio dotado de los poderes del orden, magisterio y gobierno, o por lo menos de un sacerdocio con grados jerárquicos.

c. Igualdad entre las diversas religiones:
El ecumenismo mal entendido lleva a querer igualar y fundir todas las religiones.
La reuión de Assis

Todas las discriminaciones religiosas son antipáticas porque ofenden la fundamental igualdad entre los hombres. Por esto, las diversas religiones deben tener un tratamiento rigurosamente igual.

El que una religión se pretenda verdadera con exclusión de las otras es afirmar una superioridad, es contrario a la mansedumbre evangélica e impolítico, pues le cierra el acceso a los corazones.

d. Igualdad en la esfera política:

supresión, o por lo menos atenuación, de la desigualdad entre gobernantes y gobernados. El poder no viene de Dios, sino de la masa que manda, a la cual el gobierno debe obedecer. Proscripción de la monarquía y de la aristocracia como regímenes intrínsecamente malos por ser anti-igualitarios. Sólo la democracia es legítima, justa y evangélica (cfr. San Pío X, Carta Apostólica “Notre Charge Apostolique”, 25.VIII.1910, A.A.S. vol. II, pp. 615-619).

e. Igualdad en la estructura de la sociedad:

supresión de las clases, especialmente de las que se perpetúan por la vía hereditaria. Abolición de toda influencia aristocrática en la dirección de la sociedad y en el tonus general de la cultura y de las costumbres. La jerarquía natural constituída por la superioridad del trabajo intelectual sobre el trabajo manual desaparecerá por la superación de la distinción entre uno y otro.

f. Abolición de los cuerpos intermedios

entre los individuos y el Estado, así como de los privilegios que son elementos inherentes a cada cuerpo social. Por más que la Revolución odie el absolutismo regio, odia más aún los cuerpos intermedios y la monarquía orgánica medieval. Es que el absolutismo monárquico tiende a poner a los súbditos, aun a los de más categoría, en un nivel de recíproca igualdad, en una situación disminuída que ya preanuncia la aniquilación del individuo y el anonimato, los cuales llegan al auge en las grandes concentraciones urbanas de la sociedad socialista. Entre los grupos intermedios que serán abolidos, ocupa el primer lugar la familia. Mientras no consigue extinguirla, la Revolución procura reducirla, mutilarla y vilipendiarla de todos los modos.

g. Igualdad económica:

nada pertenece a nadie, todo pertenece a la colectividad. Supresión de la propiedad privada, del derecho de cada cual al fruto integral de su propio trabajo y a la elección de su profesión.

h. Igualdad en los aspectos exteriores de la existencia:
En la arquitectura también se refleja esta determinación de nivelar todos los aspectos de la existencia
Disminución en cuanto sea posible de la variedad en los trajes, en las residencias, en los muebles, en los hábitos, etc.

la variedad redunda fácilmente en la desigualdad de nivel. Por eso, disminución en cuanto sea posible de la variedad en los trajes, en las residencias, en los muebles, en los hábitos, etc.

i. Igualdad de almas:

la propaganda modela todas las almas según un mismo padrón, quitándoles las peculiaridades y casi la vida propia. Hasta las diferencias de psicología y de actitud entre los sexos tienden a menguar lo más posible. Por todo esto, desaparece el pueblo, que es esencialmente una gran familia de almas diversas pero armónicas, reunidas alrededor de lo que les es común. Y surge la masa, con su gran alma vacía, colectiva, esclava (cfr. Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944 – Discorsi e Radiomessaggi, vol. VI, p. 239).

j. Igualdad en todo el trato social:

como entre mayores y menores, patrones y empleados, profesores y alumnos, esposo y esposa, padres e hijos, etc.

k. Igualdad en el orden internacional:
La ONU es un primer ensayo de gobierno mundial fundiendo todas las razas y pueblos
La Revolución, fundamentalmente igualitaria, sueñe con fundir todas las razas, todos los pueblos y todos los Estados

el Estado es constituido por un pueblo independiente que ejerce pleno dominio sobre un territorio. La soberanía es, así, en el Derecho Público, la imagen de la propiedad. Admitida la idea de pueblo, con características que lo diferencian de los otros, y la de soberanía, estamos forzosamente en presencia de desigualdades: de capacidad, de virtud, de número, etc. Admitida la idea de territorio, tenemos la desigualdad cuantitativa y cualitativa de los diversos espacios territoriales. Se comprende, pues, que la Revolución, fundamentalmente igualitaria, sueñe con fundir todas las razas, todos los pueblos y todos los Estados en una sola raza, un solo pueblo y un solo Estado (cfr. Parte I, cap. XI, 3).

l. Igualdad entre las diversas partes del país:

por las mismas razones y por un mecanismo análogo, la Revolución tiende a abolir en el interior de las patrias ahora existentes todo sano regionalismo político, cultural, etc.

m. Igualitarismo y odio a Dios:

Santo Tomás enseña (cfr. “Summa Contra Gentiles”, II, 45; “Summa Teologica”, I, q. 47, a. 2) que la diversidad de las criaturas y su escalonamiento jerárquico son un bien en sí, pues así resplandecen mejor en la creación las perfecciones del Creador. Y dice que tanto entre los Angeles (cfr. “Summa Teologica”, I, q. 50, a. 4) como entre los hombres, en el Paraíso Terrenal como en esta tierra de exilio (cfr. op. cit., I, q. 96, a. 3-4), la Providencia instituyó la desigualdad. Por eso, un universo de criaturas iguales sería un mundo en que se habría eliminado, en toda la medida de lo posible, la semejanza entre criaturas y Creador. Odiar, en principio, toda y cualquier desigualdad es, pues, colocarse metafísicamente contra los mejores elementos de semejanza entre el Creador y la creación, es odiar a Dios.

n. Los límites de la desigualdad:

claro está que de toda esta explanación doctrinaria no se puede concluir que la desigualdad es siempre y necesariamente un bien.

Todos los hombres son iguales por naturaleza, y diferentes sólo en sus accidentes. Los derechos que les vienen del simple hecho de ser hombres son iguales para todos: derecho a la vida, a la honra, a condiciones de existencia suficientes, al trabajo y, pues, a la propiedad, a la constitución de una familia, y sobre todo al conocimiento y práctica de la verdadera Religión.

Y las desigualdades que atenten contra esos derechos son contrarias al orden de la Providencia. Sin embargo, dentro de estos límites, las desigualdades provenientes de accidentes como la virtud, el talento, la belleza, la fuerza, la familia, la tradición, etc., son justas y conformes al orden del universo (cfr. Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944 – Discorsi e Radiomessaggi, vol. VI, p. 239).


fuente

16 feb 2021

La decadencia del imperio de las virtudes

 

El abandono de la moral y de las virtudes tradicionales en Europa occidental y Estados Unidos tornó las sociedades decadentes.

 


Las antiguas virtudes eran genuinas, en el sentido de exigir a las personas formas específicas de comportamiento


Es lo que analiza el libro publicado por la Social Affairs Unit de Londres: «Decadence: The Passing of Personal Virtue and Its Replacement by Political and Psychological Slogans» (Decadencia: la desaparición de la virtud personal y su reemplazo por eslóganes políticos y psicológicos).

Editado por Digby Anderson, el volumen reúne autores de diversas corrientes y opiniones.

Una primera sección contiene ensayos sobre las «viejas» virtudes, tales como la prudencia, el amor y la valentía.

La segunda trata de las «nuevas» virtudes, centradas en el medio ambiente, el humanitarismo, la terapia y el ser críticos.

Este libro proporciona una reflexión estimulante sobre los peligros de desechar las verdaderas virtudes para pasar a los caprichos.

En la introducción, Anderson explica que las antiguas virtudes eran genuinas, en el sentido de exigir a las personas formas específicas de comportamiento.

De la virtud a los eslóganes

Las nuevas, en cambio, suelen caer en la categoría de eslóganes o requiebros retóricos. O, si en algunos casos contienen elementos de verdadera virtud, tienden a sobredimensionar un aspecto trivial de la virtud principal.

Kenneth Minogue, profesor retirado de ciencias políticas de la School of Economics de Londres, trata la virtud de la prudencia. Tras mirar a sus orígenes clásicos en Aristóteles y sus modificaciones posteriores, Minogue observa que la prudencia ha sido especialmente importante para el equilibrio de la conducta al coordinar los actos virtuosos de la persona.

Este concepto de la prudencia fue desafiado en el siglo XVIII por los filósofos utilitaristas, que intentaron sustituirlo por un sistema científico que maximizara la felicidad.

Una prudencia que no es virtud

Más recientemente, el mundo moderno ha interpretado la prudencia como evitar riesgos y, en vez de la virtud, ahora tenemos un análisis estadístico y una teoría de la probabilidad.



Los peligros de desechar las verdaderas virtudes para pasar a los caprichos

Otra forma en la que se ha debilitado la virtud de la prudencia es a través del papel creciente del Estado.

En lugar de responsabilidad personal, ahora tenemos una regulación cada vez mayor de la conducta por parte de los gobiernos.

Ética sentimental

Digby Anderson, hasta hace poco director de la Social Affairs Unit, consideró la virtud cristiana del amor en uno de los capítulos del libro.

Esta virtud, explica, ha caído en dificultades porque sólo puede entenderse y vivirse dentro del contexto de una teología cristiana más amplia.

Una vez que la fe en Dios, el cielo y el pecado desaparecen, entonces el amor, junto con muchas otras virtudes, se desvanece.

Una ética sentimental populista

En su lugar tenemos una ética sentimental populista, o una ética secular basada en derechos. Se mantiene algo del tradicional lenguaje de la virtud del amor, pero es superficial, sin una metafísica o una sólida antropología que lo fundamente.

Así, en lugar de una virtud que ponga a Dios en primer lugar y nos requiera amar a nuestro prójimo, tenemos ahora un amor que nos libera de las normas, nos anima a seguir nuestros sentimientos y nos exhorta a ser agradables con la gente.

La verdadera “calidad de vida”

Theodore Malloch, director ejecutivo del Roosevelt Group, de Maryland, examina la virtud de la frugalidad.

El valor personal reemplazado por el dinero

Se basaba en la idea de que el valor de una persona no se determinaba por cuánto gasta, sino por la sabiduría que muestra en sus responsabilidades asumidas, en el contexto de ser un administrador de la creación de Dios.



El narcisista

Para una persona motivada por tal visión, un deseo ilimitado de poseer bienes se considera que denota inestabilidad espiritual.

La sociedad moderna, sin embargo, ha invertido las cosas y ve en el tener más posesiones un signo de éxito.

Así, el dominio ha sido sustituido por la prodigalidad, y la frugalidad por el endeudamiento. «En tal universo moral, el deseo es lo único verdaderamente absoluto», comenta Malloch.

Esta indulgencia de nuestros apetitos, añade, suele conducir a la corrupción y a la decadencia, personal y colectiva.

Al final, como sucede con los objetos materiales que los compramos y tiramos, mucha gente puede sentirse decepcionada.

Narcisismo

Mullen también critica el egocentrismo de la nueva espiritualidad.

La vieja idea religiosa de actuar virtuosamente por propia motivación, o por causa de Dios, ha sido reemplazada por la noción psicoterapéutica de la virtud por nuestro propio bienestar.

El respeto a sí mismo ha sido reemplazado por la autoestima.

El respeto a uno mismo solía surgir de la paz de intentar vivir una vida virtuosa y del tener una conciencia clara. Ahora sólo consiste en sentirse bien consigo mismo y carece de todo contenido moral.



Una tendencia a inflar los problemas de vulnerabilidad emocional

Las religiones tradicionales decían a sus seguidores que habíamos caído y teníamos necesidad de ayuda espiritual, y explicaban las realidades del pecado y el perdón.

El nuevo evangelio de la autorrealización, en cambio, niega cualquier deficiencia personal y vende una serie de técnicas que nos permitirán llevar a la práctica nuestro potencial. En el proceso, los conceptos de lo correcto y lo incorrecto se quedan en la cuneta.

La confianza psicológica en las nuevas virtudes es tratada en el capítulo a cargo de Frank Furedi, profesor de sociología de la Universidad de Kent. La enseñanza tradicional sobre los siete pecados capitales, y sus virtudes contrarias, se ha dado la vuelta, observa.

Se nos advierte en contra de la demasiada amabilidad, porque puede conducir a una fatiga de la compasión.

La diligencia se desprecia a veces como ejemplo de alguien que sufre de un complejo de perfeccionismo.

La gente humilde carece de autoestima, y la castidad es una disfunción sexual. «La virtud ya no es tanto su propia recompensa, sino que es una situación que requiere intervención terapéutica», concluye.

Una cultura terapéutica

La moderna cultura terapéutica también anima a una exhibición abierta y desinhibida de las emociones, observa Furedi.

Reconocer nuestros sentimientos se presenta como un acto de virtud. Y, en consecuencia, la invitación a buscar terapia o ayuda ha adquirido una connotación relacionada con el acto de admitir culpabilidad.

Existe, por tanto, una tendencia a inflar los problemas de vulnerabilidad emocional y a minimizar la capacidad de la persona para hacer frente al dolor sin la ayuda de terapia externa.

Esta cultura de la terapia también trae consigo la idea de que la persona no es autora de su propia vida, sino víctima de la casualidad.

La virtud se reemplaza así por la terapia, dejándonos más pobres como consecuencia.

Fuente: Zenit

 Fuente

14 feb 2021

¿Mimamos demasiado a los pequeños?

Una nueva ola de expertos aboga por endurecer su carácter.

Niños mimados adultos débiles
Niños blanditos, hiperprotegidos y poco resolutivos

Transcribimos a continuación el interesante artículo, publicado  por el diario español El Mundo, sobre los desastrosos efectos que produce en los niños una educación hiperprotectora.

Suma escolar

Contenidos

Padres que llevan la mochila al niño hasta la puerta del colegio + padres que piden que no se premie a los mejores de la clase porque los demás pueden traumatizarse + padres que le hacen los deberes a los niños que previamente han consultado en los grupos de WhatsApp = niños blanditos, hiperprotegidos y poco resolutivos.

Cuenta Eva Millet, la autora de Hiperpaternidad (Ed. Plataforma), que ya hay niños que, al caerse, no se levantan: esperan esa mano siempre atenta que tirará de ellos.

En ciertos colegios han empezado a tomar nota. Y, en algunos países, el carácter ya forma parte del debate sobre la Educación.

Esto no es la nueva pedagogía. Gregorio Luri, filósofo y autor del libro Mejor Educados (Ed. Ariel), suele recordar que la educación del carácter es tan tradicional en ciertos colegios británicos como para que haya llegado a nuestros días una frase atribuida al Duque de Wellington:

«La batalla de Waterloo se empezó a ganar en los campos de deporte de Eton». En los campos de Waterloo o en las canchas del mítico colegio inglés, cuna del establishment, ningún niño esperaba que le levantaran si podía hacerlo solo.

San Alfonso María de Ligorio y la educación de los hijos

En España, se habla de «educación en valores», pero puede que no sea lo mismo.

El carácter se entiende como echarle valor, coraje, actuar en consecuencia cuando se sabe lo que está bien o está mal, no limitarse a indignarse.

Como dice Luri, «ahora mismo en España les fomentamos la náusea en lugar del apetito». En su opinión, los niños de ahora saben cuándo se tienen que sentir mal ante determinadas conductas, pero educar el carácter es animarles a dar un paso, a ser ejemplo, a que sus valores pasen a la acción.

Si están acosando a un niño, no callarse y protegerle. Decir no a la presión del grupo.

El carácter ha vuelto cuando se ha sido consciente de que podríamos estar criando a una oleada de niños demasiado blanditos.

Con padres que se presentan a las revisiones de exámenes de sus hijos, que abuchean a los árbitros en los partidos y que han hecho el vacío a niños que no invitaban a sus retoños a los cumpleaños.

«Yo he tenido a un chaval de 19 años que se me ha echado a llorar porque le suspendí un examen», cuenta Elvira Roca, profesora de instituto. «Le dije que no me diera el espectáculo. Vino su madre a verme y me dijo que había humillado a su hijo. Le tuve que decir que estaba siendo ella quien le humillaba a él».

Como en el rugby
Enseñar a enfrentar las dificultades hace a los hombres de carácter
Cuando una familia quiere que sus hijos no pasen las dificultades que pasaron ellos, la sociedad se vuelve más cómoda

Nicky Morgan era ministra británica de Educación con David Cameron e hizo bandera de la educación del carácter.

«Para mí, los rasgos del carácter son esas cualidades que nos engrandecen como personas: la resistencia, la habilidad para trabajar con otros, enseñar humildad mientras se disfruta del éxito y capacidad de recuperación en el fracaso», decía en su cruzada por extender ese tipo de educación, muy vinculada al rugby. Suena familiar.

El poema de Rudyard Kipling y su verso sobre la victoria y el fracaso, esos dos impostores a los que hay que tratar de igual forma, que figura en la entrada de la cancha principal de Wimbledon. ( “Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota y a estos dos impostores los tratas de igual forma”) 

Alfonso Aguiló escribió Educar el carácter (Ed. Palabra) hace 25 años. No ha parado de reeditarse y traducirse desde entonces: «Tener buen carácter no significa estar todos cortados por el mismo patrón. Pero estoy seguro que casi todos nos pondríamos de acuerdo en que ser honrado, trabajador, generoso, justo, leal, empático, valiente, austero, recio y organizado son buenas cualidades».

¿Cómo se educa el carácter?

No desde la teoría, desde luego. «La educación en valores es algo abstracto. Las virtudes son los valores integrados en la persona», explica.

Este veterano profesor confirma que tenemos ahora a generaciones de niños blanditos y no se escandaliza: «Son ciclos normales del desarrollo de una sociedad. Cuando una familia quiere que sus hijos no pasen las dificultades por las que sí pasaron ellos la sociedad se vuelve más cómoda, blanda, menos esforzada. Pasa también con los países».

Según Aguiló, la educación del carácter no tiene que ver con el dinero y sí con el capital cultural de las familias, con el modo de transmitir cómo afrontar la vida: «He conocido a madres que limpiaban escaleras para que sus hijos llevaran unas zapatillas de marca y a gente de dinero que también los mimaba mucho».

En EEUU, la cadena de colegios KIPP, con tasas de éxito académico inéditas en las zonas donde se instalan, insisten en la educación del carácter como indispensable: «Trabaja duro. Sé amable», han resumido en los carteles enormes que decoran sus centros.

En ese país, Angela Duckworth se ha convertido en la gurú del estudio de la personalidad. Tiene un laboratorio donde analiza qué rasgos hacen que los niños tengan éxito de mayores.

Está tan ocupada que no da entrevistas, dice su equipo. Siempre cuenta que, pese a las buenas notas, su padre le decía que no se creyera especial. «La tendencia a mantener el interés y el esfuerzo para conseguir metas a largo plazo», la fuerza de voluntad, es el rasgo que, según Grit, su reciente best seller sobre el poder de la perseverancia, define a las personas con éxito. Ha trabajado en barrios marginales y ha estado en West Point, la academia militar de EEUU, analizando cómo eran los 1.200 cadetes que pasaban las durísimas pruebas iniciales. Niños a los que no levantaron del suelo cuando podían ellos solos.

Berta G. De Vega, El Mundo

Fuente