¡ Viva Cristo Rey !

Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre Señor.
Cristo, Señor del Cielo y de la TIERRA, Rey de gobiernos y naciones

20 mar 2020

El coronavirus, un llamado a la confianza en Dios

Ella nos muestra una sociedad que le ha dado la espalda a Dios



Lamentablemente, hay quienes en la Iglesia van más allá de lo que piden los gobiernos. Privan a los fieles de los sacramentos, exactamente cuándo más los necesitan.

En tiempos de calamidad, las oraciones de comunidades enteras pueden ser elevadas pidiendo a Dios que venga en ayuda de una sociedad pecadora que necesita Su misericordia. La historia da testimonio de que estas oraciones a menudo han sido escuchadas. 


Nuestra reacción al coronavirus refleja la crisis de toda una sociedad sin Dios.

El problema no es el virus, por muy potencialmente letal que pueda ser. Este brote es un hecho biológico, como tantos que han afectado a la humanidad a lo largo de los siglos.

Si bien un virus es apolítico, puede, sin embargo, tener consecuencias políticas. Mucho más volátil que el coronavirus es el miedo. Una coronafobia está sacudiendo el globo. En este sentido, la reacción al coronavirus es únicamente política y laica. Ella nos muestra una sociedad que le ha dado la espalda a Dios. Enfrentamos la crisis confiando solo en nosotros mismos y en nuestras estrategias.


El Hombre autosuficiente


De hecho, el manejo de la crisis del coronavirus no acepta ayuda externa. Dios no tiene significado ni función en todos los esfuerzos para erradicarlo. En lugar de Dios, están los inmensos poderes del gobierno, movilizados para controlar cada aspecto de la vida y pretendiendo así evitar su propagación. El poderoso brazo de la ciencia lucha por encontrar una vacuna. Los mundos de las finanzas y la tecnología son movilizados para mitigar los efectos desastrosos de la crisis.

Si bien todos los esfuerzos humanos deben utilizarse para resolver los problemas, no han producido los resultados deseados. Los intentos actuales han decepcionado a una sociedad frenéticamente intemperante, adicta a las soluciones instantáneas, presionando un botón. El mundo se ha visto obligado a detenerse, sin una fecha definida para el término de la crisis.

Por esta razón, es tan aterradora. Hay pocas instituciones como la Iglesia para mitigar el tratamiento y hacerlo humano y soportable. Nos dejan solos para enfrentar este gran peligro. El pequeño virus aísla y aliena a sus víctimas, sacándolas de la sociedad. En muchos casos, es el individuo frente al Estado. Los técnicos en trajes de materiales protectores tratan a hombres y mujeres como si ellos fueran el virus. En la China totalitaria y en otros lugares, los funcionarios emplean una violencia brutal para forzar el cumplimiento de directivas drásticas.


Ya no necesitan a Dios

Un virus también es a‒religioso. Sin embargo, eso no impide que tenga una dimensión religiosa. El coronavirus llega en un momento en que la mayor parte de la sociedad piensa que no necesita a Dios. Para estos, Dios ha sido reemplazado hace mucho tiempo por pan y circo. Los placeres modernos afirman que no hay necesidad del Cielo. Los vicios postmodernos no proclaman el temor al Infierno.

Y, sin embargo, el coronavirus tiene la extraña habilidad de convertir nuestros paraísos materiales en infiernos. El crucero, símbolo de todas las delicias terrenales, se convirtió en una prisión infectada para los pasajeros que hacen todo lo posible por abandonarlos. Aquellos que han hecho del deporte su dios, ahora encuentran estadios vacíos y torneos cancelados. Aquellos que adoran el dinero ahora encuentran sus carteras diezmadas y las fuerzas de trabajo en cuarentena. Los adoradores de la educación observan sus escuelas y universidades vacías. Los devotos del consumismo se enfrentan a los estantes desabastecidos en los supermercados. El mundo que adoramos se está derrumbando. Las cosas por las cuales nos gloriamos, ahora están en ruinas.

Un pequeño microbio derribó los ídolos, que se consideraban tan estables, poderosos y duraderos. Ha puesto a sus fieles de rodillas. Y aún insistimos en que no necesitamos a Dios. Gastaremos billones de dólares, con la vana esperanza de reparar nuestros ídolos rotos.


Desterrar a Dios

Sin embargo, un aspecto de la crisis del coronavirus es aún peor. Ya es suficientemente malo que Dios sea reemplazado o ignorado. Hemos dado un paso más allá. Dios es desterrado de la escena; le prohíben actuar.

Entre las medidas draconianas decretadas, los funcionarios del gobierno están prohibiendo el culto público. En Italia, prohibieron las misas, prohibieron la comunión y la confesión. La Iglesia y sus sacramentos sagrados son considerados una ocasión de contagio, tratados como si fuesen un evento deportivo o un concierto de música.

A su vez, los medios de comunicación se burlan de la Iglesia, alegando que incluso Dios ha sido puesto en cuarentena.


Una crisis de Fe




Han olvidado que la Iglesia es una Madre. Ella estableció los primeros hospitales del mundo durante la Edad Media y trataba a cada paciente como si fuera Cristo mismo.

Lamentablemente, hay quienes en la Iglesia se muestran ansiosos por cumplir con tales medidas. Privan a los fieles de los sacramentos, exactamente cuando más los necesitan. Van más allá de lo que los gobiernos piden, hasta el punto de vaciar las fuentes de su agua bendita y reemplazarlas con dispensadores de desinfectante. Desalientan los funerales.

Ni siquiera los milagros están permitidos. ¡Las autoridades de la Iglesia cerraron unilateralmente los milagrosos baños curativos en Lourdes, en Francia! Esas aguas milagrosas probablemente hayan curado todas las enfermedades conocidas por la humanidad. ¿Es este coronavirus más letal?

Tal es el estado de nuestra Fe en crisis.


La solución está en revitalizar la Fe

Algunos podrían objetar que adoptar una actitud no secular hacia el virus requiere un acto de Fe. Sin embargo, debemos preguntar cuál es el mayor acto de Fe: ¿confiar en la Santa Madre Iglesia o en las frías manos de un Estado, que ya se ha mostrado incapaz de resolver los problemas de la sociedad?

Tenemos todas las razones para confiar en Dios. El problema es que permitimos que se trate a la Iglesia como si Ella no supiera nada sobre cómo sanar cuerpos y almas.

Han olvidado que la Iglesia es una Madre. Ella estableció los primeros hospitales del mundo durante la Edad Media. Los fundamentos de la medicina moderna tienen sus raíces en su solicitud por los enfermos. Ella trataba a cada paciente como si fuera Cristo mismo. Por esto, la Iglesia envió sacerdotes, monjes y monjas para dar atención médica gratuita a los pobres y enfermos de todo el mundo. A través de los siglos, en medio de plagas y pestes, encontramos a la Iglesia en medio de ellos, ocupándose de los infectados a pesar de los grandes peligros.

Sobre todo, la Iglesia cuidaba las almas de los enfermos. Ella consolaba, consoló y ungió a los afligidos. Mantuvo innumerables santuarios, como Lourdes, donde los peregrinos son recompensados ​​por su Fe con tranquilidad de conciencia, curas y milagros.

En tiempos de calamidad, las oraciones de comunidades enteras pueden ser elevadas pidiendo a Dios que venga en ayuda de una sociedad pecadora que necesita Su misericordia. La historia da testimonio de que estas oraciones a menudo han sido escuchadas.

Cuando la Iglesia actúa como debe, evita que crisis, como el coronavirus, se vuelvan inhumanas y abrumadoras. Como una madre, ella brinda consuelo y esperanza en los momentos de oscuridad. Ella nos recuerda que no estamos solos y que siempre debemos recurrir a Dios. No tiene sentido desterrar a Dios de la lucha contra el coronavirus.


Volviéndose a Dios

De hecho, la crisis del coronavirus debería ser un llamado a rechazar nuestra sociedad impía.

Esta crisis amenaza con ir más allá de la crisis de salud y desbaratar la economía mundial. Debemos, por lo tanto, preguntar por qué Dios es reemplazado, ignorado y desterrado. Es hora de recurrir a Dios, quien solo puede salvarnos de este desastre.

Recurrir a Dios no significa ofrecer una oración simbólica o celebrar una procesión con la esperanza de volver a la vida de pecado y placeres intemperantes. En cambio, debe consistir en una oración sincera, sacrificio y penitencia como la solicitada por Nuestra Señora en Fátima en 1917.

Volverse hacia Dios presupone una enmienda de la vida frente a un mundo que odia la Ley de Dios y se precipita hacia su destrucción. Significa actuar como siempre lo ha hecho la Iglesia, con sentido común, sabiduría, caridad, pero, sobre todo, Fe y confianza. Todos estos remedios de la Iglesia, llenos de consuelo y cura, están al alcance de los fieles.

Papel de las autoridades civiles

Recurrir a Dios no significa que neguemos el papel del gobierno en el manejo de emergencias de salud pública. Sin embargo, la Fe debe ser un componente importante de cualquier solución. Dios está con nosotros. Debemos confiar en el Santísimo Sacramento, que es la Presencia Real de Dios en el mundo, del Dios que nos creó. Deberíamos recurrir a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, la Salud de los Enfermos y la Madre de la Misericordia.