El
idealismo, la dedicación y el sacrificio por una causa noble, es algo que pasa
por la cabeza de pocos, y por eso las cosas están como están
Hoy en día
muchas personas circunscriben sus preocupaciones a la salud, al dinero, la
diversión, y a veces al trabajo.
Actúan como
si esta vida fuera a durar indefinidamente, y viven como si sólo existiera esta
vida, cosa que caracteriza a los mundanos.
Joven Rey de
la Catedral de Chartres
.
Sin embargo,
la Doctrina Católica nos enseña que el hombre no nació sólo para ser feliz,
sino principalmente para rendir gloria a Dios.
Los hombres
de otras épocas comprendían bien esto, y tenían otras aspiraciones. Esto se
nota al observar a ciertos personajes esculpidos en los pórticos de las catedrales
medievales. Recuerdo la fisonomía del Joven Rey de la Catedral de Chartres. Los
trazos de su rostro denotan: Fe, frescor, pureza, idealismo y predominio del
espíritu sobre la materia. Sus pensamientos están muy por encima de las cosas
de esta Tierra. Sus ojos parece que no nos miran, sino que miran a través de
nosotros, a algo que está más allá.
Esa mirada
me trajo a la memoria aquellas palabras del Papa León XIII, que dice que una
vez redimido el género humano y fundada la Iglesia:
“Como
despertando de un antiguo, prolongado y mortal letargo, el hombre percibió la
luz de la verdad, que había buscado y deseado en vano durante tantos siglos; reconoció
sobre todo que había nacido para bienes mucho más altos y más magníficos que
los bienes frágiles y perecibles que son alcanzados por los sentidos, y
alrededor de los cuales había circunscrito hasta entonces sus pensamientos y
sus preocupaciones. Comprendió que toda la constitución de la vida humana, la
ley suprema, el fin al cual todo hombre se debe sujetar, es que, venidos de
Dios, un día debemos volver a Él.
“De esta
fuente, sobre este fundamento, se vio renacer la conciencia de la dignidad
humana; el sentimiento de que la fraternidad social es necesaria hizo entonces
pulsar los corazones; en consecuencia, los derechos y deberes alcanzaron su
perfección, o se fijaron integralmente y, al mismo tiempo, en diversos puntos,
se expandieron virtudes tales como la filosofía de los antiguos siquiera pudo
jamás imaginar. Por esto, los designios de los hombres, la conducta de la vida,
las costumbres tomaron otro rumbo. Y cuando el conocimiento del Redentor se
esparció hasta muy lejos, cuando Su virtud penetró hasta las vetas más intimas
de la sociedad, disipando las tinieblas y los vicios de la Antigüedad, entonces
se obró aquella transformación que, en la era de la Civilización Cristiana,
cambió enteramente la faz de la tierra”
(León XIII, Encíclica
Tametsi futura prospiscientibus, 1-XI-1900).