¡ Viva Cristo Rey !

Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre Señor.
Cristo, Señor del Cielo y de la TIERRA, Rey de gobiernos y naciones

18 feb 2011

La importancia del latín en la liturgia - Parte I

El latín: el idioma de la oración

Por Marija Ona, CMRI
Este artículo es la adaptación de unas notas escritas por sor Marija
Ona (†), CMRI, y que dio a sus estudiantes de latín en Michael’s
Academy (en el Monte san Miguel, Spokane [Washington]). Muchas de
las ideas halladas en las notas las seleccionó ella de la magnífica
obra del Dr. Nicholas Gihr, The Holy Sacrifice of the Mass —
Dogmatically, Liturgically, and Ascetically Explained (Londres: B.
Herder Book Co., 1949). Como maestra, no solo enseñó la materia,
sino que inspiró a sus alumnos a que estudiaran y alcanzaran una
mayor apreciación de su patrimonio latino como católicos romanos.


En el pasado, antes de que algunos de ustedes siquiera nacieran, los
rayos solares caían a toda hora sobre las capillas y las catedrales,
los hospitales y campamentos, lugares donde a Dios se ofrecía
incesantemente el santo sacrificio de la misa. Saben que cuando el
sol se pone en nuestro hemisferio occidenal, se levanta en el Este:
en Australia, en Asia, en Europa y en África. Así, en cada momento,
en alguna parte del mundo, un sacerdote estaba al pie del altar,
diciendo en latín: “Introibo ad altare Dei” (Subiré al altar de
Dios).

El latín es la voz piadosa del rito romano, al que pertenecen
decenas de millones de católicos. En el ofrecimiento universal de la
misa se cumple la profecía del Antiguo Testamento: “Porque desde
Levante hasta Poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en
todo lugar se sacrifica y se ofrece al nombre mío una ofrenda pura”
(Malaquías 1:11).

El latín es una lengua sagrada. Para comunicarnos con los demás,
utilizamos los otros idiomas, pero para hablar con Dios usamos el
latín. Las otras lenguas han sido usadas en ciertas partes o
regiones del mundo; el latín fue usado universalmente, esto es,
antes de la Gran Apostasía.

El idioma latín fue santificado por la inscripción mística de la
cruz: “Iesus Nazarenus, Rex Iudaeorum” (Jesús de Nazaret, rey de los
judíos). Aparte de estar en latín, la inscripción también estaba en
hebreo y griego. Esto lo leemos en la Pasión según los santos Mateo,
Marcos, Lucas y Juan. Fue Pilato quien escribió este título. Cuando
los judíos protestaron, dijo: “Quod scripsi, scripsi” (Lo que he
escrito, he escrito).

Desde el principio mismo de la institución de la santa misa, el
incruento sacrificio se ha ofrecido principalmente en estas tres
lenguas. Con el tiempo, sin embargo, el idioma latín predominó. La
Providencia divina escogió Roma como el centro de la Iglesia
católica. En tanto el cristianismo se extendía por el mundo
occidental, el latín litúrgico se difundía junto con él. En el
decurso de los siglos, el latín dejó de ser usado en la comunicación
cotidiana; pero en la sagrada liturgia preservó su original,
inmaculada y prístina belleza y estabilidad.

La Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, salvaguardó el uso del
latín con vigilancia paternal y lo defendió con inquebrantable
firmeza de generación en generación. Esto no fue un sentimentalismo
vacío, sino una necesidad esencial. El santo sacrificio de la misa —
el corazón de la Iglesia romana y universal — debía de ser
preservado de toda corrupción y mancha, debía ser santo. Como idioma
“muerto,” el latín fue el más apropiado para el culto de Dios. Por
un lado, unió a todos los fieles; por el otro, preservó la
integridad de la fe.

La sagrada liturgia es la vía principal por la que se ha transmitido
la tradición dogmática de generación en generación. El dogma es la
base de la vida eclesiástica, de la disciplina y el culto. Esa es la
razón por la que las verdades de la fe católica se reflejan en las
oraciones litúrgicas, los servicios y las ceremonias. De ahí viene
el axioma teológico Lex orandi, lex credendi (Así como oras, así
crees — o, más literalmente — La ley de oración es ley de creencia).

Gracias a la inmutabilidad del latín, las verdades de nuestra fe han
sido preservadas de la aberración y de la destrucción. Debemos estar
alegres y agradecidos de que podemos orar en el mismo idioma y con
las mismas palabras como lo hicieron todos los cristians a través de
los siglos. El latín estuvo en los labios de los primeros
cristianos, fue escuchado en las oscuras catacumbas, en las antiguas
basílicas y en las catedrales de la Edad Media... Los papas, santos,
obispos y sacerdotes de todas las épocas ofrecieron el santo
sacrificio de la misa en este idioma... En honor a estas palabras
latinas, los maestros de la palabra — los poetas — escribieron
poemas, y los grandes compositores escribieron música. El latín fue
verdaderamente el idioma del mundo (“Urbis et Orbis”). Sí, el latín
fue, es y siempre será el idioma oficial de la Iglesia, y no solo en
el santo sacrificio de la misa, sino también como medio de
comunicación entre el papa, los obispos y teólogos, especialmente en
los concilios de la Iglesia. Cuando un sacerdote, por ejemplo en
China, recibía un documento oficial de Roma, lo encontraba escrito
en latín. De Roma, el latín llevaba las decisiones e instrucciones
del papa a los obispos, ya en Brasil, los Estados Unidos,
Inglaterra, Suráfrica o Zanzibar.

En la historia de la Iglesia encontramos varios intentos por
reemplazar el latín con el lenguaje cotidiano, mas el latín
permaneció victorioso. Los que deseaban destruir la preminencia del
latín fueron los que luchaban abiertamente o a escondidas para
destruir la unidad de la Iglesia, para impedir los lazos con Roma,
para debilitar el espíritu del catolicismo o para destruir la
simplicidad y la integridad de nuestra fe.

¿Qué le hubiera pasado a los libros litúrgicos si, en el curso del
tiempo, los cambios inevitables de las lenguas vivas ocasionaran el
cambio inevitable en los significados de ciertas palabras? Cualquier
traductor sabe que hasta con las mejores intenciones es fácil
cometer errores, y hasta errores graves, en el proceso. ¡Con razón
los traductores cobran precios exorbitantes por su trabajo: desde 25
centavos a un dólar por palabra!

¿Qué si las lenguas vivas y cotidianas se usaran? La Iglesia tendría
un problema continuo de revisar y volver a revisar las traducciones
a fin de mantener la uniformidad de creencia. Este juego muy
fácilmente podría haber resultado en la pérdida de la unidad de la
Iglesia católica. Y este cisma en la unidad puede que ocurriera no
sólo a la larga, sino rápidamente, en la misma nación y en la misma
generación. La historia nos enseña que tan pronto como una lengua
viva era introducida en la liturgia, a menudo se volvía la causa de
cisma y herejía. La Santa Madre Iglesia, guiada por el Espíritu
Santo, siempre ha protegido sus ovejas de la calamidad de la Torre
de Babel.

Una crítica que se menciona frecuentemente es que Roma aprobó otros
idiomas aparte del latín para los otros ritos; por lo tanto, el
vernáculo debería usarse en todas partes. Este argumento no se
sostiene, ya que las lenguas litúrgicas de los otros ritos no están
en la forma moderna y viva. Más bien, ellas también son lenguas
antiguas, que, para la mayoría de la gente, es tan conocida como
nuestro latín. En nuestros tiempos, existen once lenguas usadas en
los ritos católicos orientales: griego, siríaco, caldeo, árabe,
etíope, eslavo, bielorruso, búlgaro, armenio, copto y rumano. Con
excepción del rumano, todas esta lenguas litúrgicas son antiguas y
muertas.

Los apóstoles, habiendo recibido del Espíritu Santo el don de las
lenguas, pudieron haber ofrecido el santo sacrificio de la misa en
cualquier lengua, pero que usaran el arameo (sirio-caldeo), el
griego o el latín es imposible de determinar. Es cierto, sin
embargo, que en los primeros cuatro siglos, no se usaron otras
lenguas litúrgicas más que las tres inscritas sobre la cruz: el
hebreo, el griego y el latín. En el Oeste, por ejemplo, el latín fue
usado en Italia, Alemania, España, Francia e Inglaterra. Al final
del siglo IX, el papa Juan VIII dio permiso a los moravianos (que
vivían en lo que hoy son las repúblicas checa y eslovaca) para que
ofrecieran misa en el idioma eslavo. Como saben, los moravianos
fueron convertidos por los santos Cirilio y Metodio. Este permiso
fue concedido probablemente para proteger a los moravianos del cisma
griego. Después, la Iglesia permitió a los cismáticos y herejes que
regresaron al rebaño retener sus idiomas litúrgicos.

Es importante mencionar que en los tiempos de Cristo, el idioma de
los patriarcas del Pueblo escogido fue el hebreo antiguo, que el
común del pueblo judío no entendía. Tras el cautiverio babilónico,
usaron el dialecto sirio-caldeo (arameo). Así, vemos que Nuestro
Señor y los apóstoles participaron en los servicio realizados en un
idioma antiguo y no vivo.

El culto de Dios es un misterio, imposible de comprender en su
totalidad o de captar con los sentidos. Por eso, el argumento de
“hoy podemos entender con la liturgia en vernáculo” no cuenta.


El latín: el idioma del imperio romano


Vemos que el latín es el idioma universal de la Iglesia católica.
Pero ¿quién fue el primero en hablar latín y por qué se volvió tan
importante? El latín fue el idioma de los habitantes de una región
llamada Latium, en la antigua Italia, donde se situaba la ciudad de
Roma. En Italia se hablaban docenas de dialectos, pero el idioma de
Roma estaba destinado a extenderse por el mundo. Los romanos
gradualmnete conquistaron a sus vecinos. Los soldados romanos
marcharon a las costas sureñas como conquistadores; sus pasos fueron
escuchados en los Alpes y en los desiertos africanos. Galia, España,
Noráfrica, el mundo mediterráneo entero: todos fueron unidos en un
gran imperio bajo Roma.

Así como el español y el portugués se volvieron las lenguas
predominantes en Suramérica a causa de la colonización por parte de
España y Portugal, así el latín se volvió en el idioma predominante
del Imperio romano. Aun después de la caída del imperio, el latín
continuó siendo hablado por toda Europa. Durante la Edad Media, fue
el idioma universal del saber y la ciencia. Aún hoy, los que
estudian medicina, leyes, matemáticas, idiomas y varias ciencias
naturales estudian latín. El español, el portugués, el francés, el
italiano y el rumano son todos ediciones modernas del latín, y
todavía muestran una similitud estrecha a la antigua lengua madre.

Es por esto que al que tiene conocimiento del latín se le facilita
el aprendizaje de los idiomas modernos.

Fuente: http://www.cmri.org/span-08-latin-in-liturgy.html

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